Cuando no se practica el buen periodismo se tiende a generar un estado de insatisfacción en quien lo ejerce con el conocimiento de que no tiene que probar nada, que tiene que cuestionar todo.

Y ese cuestionamiento tiene y debe ser sincero, agudo, o de lo contrario ese periodismo se convierte en un asunto de autoafirmación sobre lo que es bueno y lo que es malo, verbigracia el espectáculo que está dando con las informaciones de la guerra ruso-ucraniana: un trabajo periodístico superficial, arbitrario, y que deja la percepción de que el buen periodismo ha dejado paso a las ideologías, entre ellas las dominantes de cuño neoliberal.

El mito de la imparcialidad periodística

¿La imparcialidad es un mito?

Siempre se reclama imparcialidad, pero hay pensadores para quienes la imparcialidad es un aspecto ilusorio. Y por tanto, todo conocimiento está vinculado a una dinámica de poder y de interrelaciones en la sociedad.

Se sabe que eso es inherente a formulación de ideas, formulación de conocimientos, y de que no existe la idea de imparcialidad propiamente posible, por ejemplo en una noticia.

Hay quien sugiere que para descubrir parcialidades, se remita la narrativa o discurso en cuestión al lugar de origen, y revelar dónde surgen las noticias, los discurso, cuál es el grupo social que tiene interés en dar un tipo de saber, de difusión de conocimiento, y explicitar el interés en torno de una determinada afirmación.

La libertad de expresión tiene sus límites.

La afirmación o consideración a partir de un hecho noticioso debe ser cuestionada y correr la cortina para ver a quién beneficia.

Es destacable que se afirme que si bien la imparcialidad es un mito, no quiera con eso decirse que la verdad no exista. Y se explica que la verdad no está sujeta a intereses de grupos sociales.

Ante ese panorama es discutible cualquier valor como verdad a la libertad de expresión. Con origen en el derecho anglosajón, cuando en el siglo XVII las 13 colonias lograron su independencia del reino unido e incorporaron esa figura en su constitución –el rey inglés tenía como política aprobar o desaprobar este ejercicio de librepensador–.

Los grupos de odio se valen de esta prerrogativa para construir sus fake news con lo que se valen de un instrumento de la democracia para combatir la democracia.

Este término es utilizado para conceptualizar la divulgación de noticias falsas que provocan un peligroso círculo de desinformación.

Ayer era un temor y hoy una realidad: algo que era fundamental para la democracia como lo es la formación de la opinión pública cualificada, idónea, a partir de la lectura de contenidos producidos por profesionales, ha sido perjudicada por el uso que la gente le da hoy a las redes sociales. Un efecto causado sobre todo por la parcialidad y el periodismo de dudosa valía informativa.