1.

Lorenz Potthast, artista alemán, “ha diseñado un casco de desaceleración”. Por fuera parece un raro casco de un motero extravagante, pero ese casco sirve para caminar por la calle, por las ciudades y, mediante “una señal de vídeo”, lo que el ojo capta aparece directamente en la visera del casco en “cámara lenta”. Y eso es lo que se ve: el mundo en cámara lenta.

Es un casco que efectivamente desacelera el mundo, que lo tranquiliza. Es un casco de protección, de cierto modo, pero no para proteger la cabeza de golpes contra el suelo. Protección, sí, contra la excesiva velocidad de mundo. Es una crítica social en forma de casco, podríamos decir.

Algunos pueden, de inmediato, refutar y afirmar que ciertas drogas hacen lo mismo – igual que esta tecnología de Lorenz Potthast, por ejemplo, ciertos narcóticos cambian la velocidad a la que se ve la realidad, pero no la realidad. Esta sigue igual: apresuradamente disparatada.

Y resulta curioso como siempre se oscila entre utopías que miran hacia el cambio colectivo y utopías individuales, egoístas, en cierto modo: que el mundo siga como quiera, a la velocidad que quiera, yo huiré al calmo bosque o me pongo un casco para simular que el mundo está más sabio y lento.

Podríamos también pensar en un casco que, una vez colocado en su utilizador, le hiciera ver el mundo más justo, más equilibrado económicamente. Con ese casco, por ejemplo, su portador dejaría de ver a los sin techo tumbados en la calle junto a las puertas de las marcas de ropas de lujo.

2.

Hay una tecnología de la ilusión que, en definitiva, hace esto: crea una realidad paralela que nos consuela las varias angustias e insatisfacciones, creando un falso y feliz segundo mundo. Quizá, por eso, la caída de las utopías e ideales políticos tenga una cierta conexión con el brutal desarrollo de las tecnologías de la ilusión.

Y sí, podríamos poner a las redes sociales en la categoría de las tecnologías de la ilusión, al lado del casco de Potthast que hace que el mundo parezca ir más lento. De un modo general – con fuertes excepciones, por supuesto – las redes sociales simulan que el mundo está más feliz.

Quizá pudiéramos clasificar entonces las utopías en éticas y virtuales: éticas, las que quieren mejorar el mundo (lo cual, claro, tiene diferentes interpretaciones – ¿qué es mejorar el mundo? Dos humanos juntos no comparten el mismo camino, desde luego) y virtuales – las que quieren cambiar las ilusiones que tenemos sobre el mundo, es decir, la forma en la que lo vemos. Utopías éticas y utopías virtuales, por lo tanto. No me interesa cambiar lo que me rodea – podrá decir un desertor de la realidad – a mí me basta con cambiar el filtro en la pantalla.

Con un casco de realidad virtual entendemos fácilmente que lo que vemos no es verdadero, sino una ficción temporal. Por eso, claramente, las tecnologías virtuales más peligrosas son aquellas en las que no nos piden que nos pongamos un casco. Nos encontramos ante un mundo falso sin saberlo.

3.

Pero son muchos los artistas contemporáneos que quieren interferir en la realidad, de forma ética y concreta. Cambiar el mundo – y no los filtros de las pantallas – mediante la intervención creativa. Un ejemplo fuerte es el de Tina Gorjanc, artista eslovena, que utiliza “piel humana sintetizada” para, de modo provocativo, crear piezas como ”abrigos o bolsos en una crítica a la industria del lujo”.

La gran crítica que Tina Gorjang realiza está dirigida a la legislación de la biotecnología que se concentra casi exclusivamente en la medicina y en los límites a su uso en los humanos. Sin embargo, muchas de las fábricas de marcas de productos de lujo ya utilizan la biotecnología para, por ejemplo, fabricar abrigos y bolsos de cuero sin ser denunciados por explotación animal. Las críticas al cuero natural, hecho a través del tratamiento en la piel de animales muertos, especialmente bovinos, han dado origen a un retroceso de las industrias de lujo en este particular. Pero un falso retroceso o aparente, ya que ahora, lo que se utiliza de manera casi generalizada, es la fabricación de cuero con células extraídas de esos animales, células a las que se les aplican los procedimientos biotecnológicos más recientes. La ligera sutileza está aquí: son bolsos de lujo hechos no con la piel de animales, sino con el desarrollo tecnológico de células de animales. Un abrigo hecho no de un animal, sino de su célula.

Y lo que Tina Gorjanc hace es “utilizar el mismo proceso de ingeniería de tejidos” pero, en este caso, los científicos, partiendo de células y de la biotecnología, “cultivan piel humana en laboratorios”. Teniendo como base este proceso, Tina ha producido bolsas con “piel humana bronceada, una mochila con pecas y una chaqueta con piel tatuada”. Bolsos en diferentes tonos y características de piel humana.

Esta creación choque, que mezcla tecnología y ética de la provocación, intenta mostrar como la “información genética se está redefiniendo como una fuente de lujo”. Tina avisa que algunas empresas de marcas de lujo están comprando informaciones genéticas de animales, pasando estas a ser de su propiedad.

Los derechos de los animales, podremos decir, no han llegado todavía a sus unidades más pequeñas, a sus genes.

Y los artistas van haciendo lo que pueden: a veces provocando, a veces demoliendo falsas ilusiones.

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Traducción de Leonor López de Carrión.

Originalmente publicado no Jornal Expresso