Gaudium et Spes, la Constitución Apostólica clave del Concilio Vaticano II -de poca lectura entre clérigos y laicos, y de mucha menos asunción entre todos los bautizados- nos señala que: “…la autonomía de las cosas temporales es una exigencia justa, legítima, siempre que entendamos por este término «que las cosas creadas y la sociedad misma gozan de propias leyes y valores, que el hombre ha de descubrir, emplear y ordenar poco a poco». Por las palabras que siguen, se entiende que la legitimidad de esta autonomía no se basa en factores sociológicos, ni en un reclamo por parte del mundo contemporáneo, sino que tiene un fundamento ontológico: se funda en la realidad misma de la creación, y el Concilio no duda en afirmar que es «voluntad del Creador»” (Texto de Elisabeth Reinhardt).
Esta autonomía de las cosas temporales señala el Concilio es una exigencia del Creador, que no pretende que la Iglesia sea un titiritero de las sociedades humanas en sus procesos políticos, sociales y económicos. Esto no impide que la Iglesia, legítimamente representada por sus obispos, aconseje a las sociedades y autoridades sobre temas que considera dañan gravemente la dignidad de los seres humanos. Pero, nunca la Iglesia debe pretender ser una teocracia, ni convertirse en una facción en el seno de la sociedad estimulando la división y el conflicto, que tarde que temprano desemboca en violencia. La teología eclesial del Concilio Vaticano II deja fuera de agenda la Cristiandad que tanto daño hizo, y fenómenos perversos como el Nacional Catolicismo. La prédica de Francisco de una Iglesia abierta y sin clericalismos va en la dirección del Concilio: esa es la clave de la Sinodalidad.
En la historia dominicana del siglo pasado tenemos dos hechos donde sectores de la Iglesia Católica intervinieron públicamente en temas sociales y políticos, en un intervalo de 3 años, y bajo signos totalmente opuestos. En enero del 1960 Mons. Juan Félix Pepén llevó al seno de sus hermanos obispos las denuncias hechas por un joven perseguido por estar vinculado al Movimiento 14 de Junio y proponía el obispo de La Altagracia “hacer algo”. Durante toda la dictadura de Trujillo la Iglesia fue un dócil instrumento al servicio del sátrapa, quien la colmó de edificaciones y beneficios a cambio de su lealtad. (P. José Luís Sáez: La Sumisión Bien Pagada. La Iglesia Dominicana Bajo La Era De Trujillo. 1930-1961) La iniciativa de Pepén condujo a un intenso proceso de diálogo entre los obispos y la redacción de un texto, donde la intervención del Nuncio Lino Zanini, fiel a la orientación de Juan XXIII, venció las resistencias y orientó el alcance y tono de la conocida Carta Pastoral. Resultó un hermoso documento cargado de apelaciones a los derechos básicos de todo ser humano que por lo visto tampoco es muy leído por laicos y clérigos dominicanos. (Leer la obra de Benjamín Rodríguez Carpio sobre Zanini).
No habían pasado dos años cuando un grupo de sacerdotes y laicos dominicanos se lanzaron a una campaña llena de mentiras y resentimientos contra el candidato del PRD para las elecciones del 1962: el profesor Juan Bosch. Su verdadero enemigo no era él, sino la democracia. Constituían la tendencia más trujillista de la Iglesia, algunos formados por el Nacional Catolicismo, que sólo podían imaginar una sociedad dirigida por los de “primera” de la Unión Cívica. La acusación era simple: Bosch era comunista, hoy la acusarían de abortista. Son hachas ideológicas lanzadas contra los que piensan diferente.
Se llegó a un debate faltando horas para las urnas entre Láutico y Bosch, ganado el mismo por el segundo al reconocer el primero que el candidato del PRD no era comunista. No obstante durante los siete meses de su gobierno se lanzó ese grupo como jauría contra el gobierno más democrático que hemos tenido hasta lograr el golpe de Estado. El 60% de los votos del pueblo dominicano -la mayoría campesinos- importaban un bledo para muchos de esos sacerdotes y laicos, como no importó la vida de tantos jóvenes asesinados durante el Triunvirato, la Revolución de Abril, la Invasión de los Estados Unidos, y los doce años de Balaguer. A veces un grupito hace un terrible daño a toda una sociedad.
Podríamos decir que entre el 62 y el 63 faltó un Zanini. ¡Pero le costó por algunos años el Arzobispado de Santo Domingo a Beras, por su forma de actuar en el 1965! Quien tuvo que dar la cara fue otro nuncio: Monseñor Emmanuel Clarizio, a quien algunos de los curas y laicos que contribuyeron a destruir la democracia dominicana lo llegaron a denominar como un nuncio comunista.
La Iglesia Dominicana en su conjunto ha madurado en su relación con la sociedad dominicana y la vida política. Ha tenido sacerdotes muy meritorios que sirvieron de mediadores, pero nunca de decisores, como Mons. Agripino Núñez Collado. Desde el momento de la recuperación de la democracia en el 1978 hemos tenido gobiernos de al menos 4 partidos diferentes y celebrado casi 20 elecciones, y en cada caso los auténticos representantes de la Iglesia Dominicana, la Conferencia Episcopal Dominicana, ha sabido comportarse a la altura de lo formulado por la Gaudium et Spes.
Entre curas y laicos no siempre se ha tenido la actitud evangélica correcta, somos muchos y pensamos diferente. Para las elecciones del 1990 se articuló una sucia campaña contra Bosch en torno al ateísmo. Cuando se develaron los casos de pederastia del nuncio Wesolowski y el cura Alberto Gil hubo un conato de defensa de sus crímenes que rápidamente fue desmontado por la acción de los obispos dominicanos y el Vaticano. Con el tema de las tres causales trajeron a un demagogo de extrema derecha argentino, cuando en dicho país hay no menos de 200 teólogos de alto nivel, algunos obispos, que eran los adecuados para la tarea de defender la vida desde el Magisterio de la Iglesia. El colmo fue que trajeron también a una neonazi brasileña, de la pandilla de Bolsonaro. El discurso provida, que es legítimo y fundamental como cristianos, ha sido manipulado por corrientes de extrema derecha, que en el caso dominicano lo han mezclado con actitudes racistas y xenófobas, por eso ninguno protestó cuando las parturientas haitianas fueron tratadas como animales.
La lista de candidatos que acaban de publicar conculcando la libertad del voto a los creyentes es otra metedura de pata de quienes en nuestra Iglesia no aceptan el Concilio, ni mucho menos el pontificado de Francisco. Salvó la situación la lúcida Carta Pastoral de Mons. Jesús Castro, obispo de La Altagracia, igual que Pepén, quien sí es oficialmente la autoridad de la Conferencia Episcopal Dominicana para hablar de esos temas, al ser el presidente de la Comisión Nacional de la Pastoral Familia y Vida. Afirma él: “La Iglesia no respalda a ningún candidato en particular y todos somos libres de elegir aquellos o aquellas que, en conciencia y libertad sabemos que trabajarán en favor del bien común y la preservación de los valores fundamentales que nos identifican como pueblo, por ejemplo: La Vida, La familia, Medio ambiente, entre otros”. Un estornudo no es una gripe, y por lo visto el cuerpo está sano. Votemos en libertad, creyentes y no creyentes, demasiados hombres, mujeres y jóvenes dieron su vida para que tengamos ese derecho.