Toda religión, por ser un hecho social, está atravesada por diversas ideologías. De hecho, todas las religiones comunican sistemas ideológicos fruto de los condicionamientos sociales de sus líderes. Es consecuencia de su naturaleza. El origen de las religiones como sistemas sociales organizados está en la formación de los primeros Estados (Egipto, Summer, China, Mayas, etc.). Los sacerdotes de dichas religiones eran funcionarios del Estado y servían a los intereses del monarca. Los conflictos entre sistemas religiosos están enraizados en disputas políticas. Históricamente eso es evidente en el cristianismo con el cisma del 1054 y la llamada Reforma Protestante del siglo XVI. En la actualidad asistimos a una ruptura de la Iglesia Ortodoxa por el conflicto entre Rusia y Ucrania.
En los Evangelios se hacen visibles los conflictos que tuvo Jesús con la casta sacerdotal y grupos religiosos del judaísmos cuya ideología política no toleraba la libertad del nazareno. Su juicio y condena está cargado de ese conflicto ideológico que incluyó también a los representantes del imperialismo romano. Social y políticamente la muerte de Jesús se debió al riesgo que representaba (o ellos así lo interpretaban) para el sistema religioso, el frágil poder político judío y el imperialismo romano.
Para diseccionar los elementos ideológicos de todo sistema religioso es necesario ubicarnos desde fuera, desde la espiritualidad. La espiritualidad es un rasgo fundamental de la humanidad, de todo hombre y mujer, que usualmente es desarrollada o canalizada a través de los sistemas religiosos, diversas ideologías políticas y mitos sobre la realidad. Pocos logran escapar de esa trampa. Purificar y cultivar la verdadera espiritualidad requiere de un esfuerzo intenso que se prolonga por toda la vida. A veces los buscadores de la espiritualidad recurren a prácticas de meditación profunda, como ocurre en muchas tradiciones orientales y también en el cristianismo. En la actualidad dos impulsores de esas experiencias en la Iglesia Católica son Pablo d’Ors y Javier Melloni.
La meditación en ese contexto tiene siempre el riesgo de aislar a la persona y convertir su experiencia espiritual en un acto solipsista, lo cual no es el caso de los sacerdotes mencionados. Históricamente la tradición de meditación y soledad está poblada de personajes, tradiciones y grupos religiosos. Se le conoce usualmente como mística y la historia de la misma es rica en la Iglesia Católica Romana y la Ortodoxa desde los primeros siglos del cristianismo, pero existen en el Budismo y hasta en la tradición musulmana: el sufismo.
Una vía para evitar que la mística se convierta en solipsismo, en el cristianismo, es vincularla esencialmente al eje clave del Evangelio: amarás a Dios sobre todas las cosas y a tu prójimo como a ti mismo. Buscar de Dios y ahondar en la experiencia de su presencia demanda ese proceso meditativo, pero además, tan esencial como el primero, abrirnos a la alteridad, sobre todo de los más pobres, los migrantes, los enfermos, los encarcelados y todo el que sufre. Es una solicitud que hunde sus raíces en la tradición judía de los Profetas y que es muy clara en las palabras y acciones de Jesús.
La Sinodalidad que empuja el Papa Francisco va en esa dirección. Buscar a Dios requiere buscar al prójimo, al que demanda nuestra cuidado y atención. Pero no es una búsqueda que colonice al otro con nuestras creencias e ideologías, sino que exprese el amor absolutamente desinteresado en su bienestar. La Iglesia Católica está en un momento crucial donde ideologías de poder, de machismo, eurocentrismo y clericalismo minan su credibilidad y debilita el compromiso de los creyentes que efectivamente desean crecer en la espiritualidad que comunica el Evangelio.
El énfasis litúrgico de algunos distorsiona la misma Eucaristía que es el encuentro entre hermanos que llevan a la mesa del altar sus vidas y esfuerzos. No puede ser un espectáculo para que el sacerdote ejecute una suerte de magia a la vista de un grupo de fieles que pasivamente observan y procuran seguir el ritual. Igual pasa con muchas de las misas de sanación que manipulan la sensibilidad de los enfermos, en lugar de trabajar por la salud, especialmente de los más pobres.
Si no partimos del amor al prójimo, amor efectivo y concreto, que desde la lucidez y la libertad nos compromete con los que necesitan de nuestro servicio, sin pedir nada a cambio, entonces la experiencia religiosa cae en las tentaciones que Jesús vivió en el desierto. El mundo es bueno, porque así lo hizo el creador, y somos cocreadores con Él en el conocimiento de la naturaleza y la construcción del Reino de Dios aquí y ahora. La magia siempre es alienación.
Desideologizar la religión implica develar las muchas prácticas que comprometen la Iglesia con los sectores de poder, sistemas económicos que se sostienen en la explotación de las personas y destruyen el medioambiente por la codicia de quienes lo usan para enriquecerse. Esos son los mensajes básicos de las Encíclicas Laudato si y Fratelli Tutti, que muy pocos leen y muchos menos les hacen caso. Tal es la fuerza de las ideologías dominantes.
En nuestra historia local vemos como en torno al Santo Cerro se articuló una explicación de poder y crimen contra los aborígenes, copiando el mito de la virgen de Covadonga. Pocos años después los dominicos con Montesinos enfrentan esa ideología y defienden la dignidad de los aborígenes frente a la explotación a que los sometían sus compatriotas. Aparece también en la Carta Pastoral de enero del 1960 que reclamaba el respeto del pueblo dominicano frente al robo y crímenes de Trujillo, pero dos años después la ideología del imperialismo y las clases dominantes dominicanas sumó a muchos sacerdotes y laicos en la destrucción de la democracia dominicana naciente.
Únicamente desde la experiencia de soledad y silencio, y el servicio radical a los más pobres y marginados, podemos desmontar las ideologías que convierten nuestras prácticas religiosas en mecanismo de justificación de la codicia y explotación que norma nuestra sociedades. La Fe no son creencias, es vivir en el amor a nuestros prójimos confiados hondamente en la presencia de Dios.