Rorty denomina “léxico último” a lo que usualmente llamamos ideología. Es el horizonte del lenguaje, personal o social, que supone no necesitar explicaciones, ni justificaciones, ya que pretende ser la “verdad”. En ese artilugio del lenguaje se apoyan los sistemas culturales, las religiones, los nacionalismos, los proyectos políticos y por supuesto las identidades personales y grupales. Entre sus subproductos están los racismos, las múltiples expresiones de misoginia, la aporofobia, los odios selectivos a los que son de otros pueblos o culturas, la adoración de sistemas religiosos, políticos o culturales pretéritos, la obsesión con modelos económicos determinados, incluso la pretensión de que una determinada lengua es la más importante (hasta considerarla como la lengua de los dioses). La interculturalidad, con su rica y cambiante diversas de patrones explicativos, resulta una sana perspectiva crítica para no caer en esos absolutos. Desde el momento en que descubrimos que nuestra identidad o conjunto de creencias es una entre miles en este mundo, nos tornamos más críticos con cualquier propuesta ideológica.

¿Cuál es el problema fundamental de los sistemas ideológicos? Entiendo que no es uno, sino dos problemas. El primero es suponer que existe una verdad inamovible y eterna que convierte en “falsedades” todas las demás propuestas. Por tanto, los que poseen dicha verdad (religiosa, cultural, económica, política, etc.), tiene el derecho -y hasta el deber- de sacar a los otros (puede ser el resto de mundo) de sus errores y conducirlos a la verdad. Lograr ese objetivo implica esforzarse en alcanzar el poder al mayor grado posible para lograr que todos estén en “la verdad”. El segundo aspecto es que si nos sentimos amenazados por quienes no tienen la verdad, se considera legítimo sojuzgar, torturar y hasta matar a quienes nos quieren conducir “al error” o se resisten a reconocer “la verdad”. Toda ideología lleva en su seno el ansia de matar, ya que lo relevante es “la verdad”, no las personas. Por eso es tan importante la pregunta de Montesinos: “¿Acaso no tienen ánima humana?” o en su sentido opuesto el reclamo egoísta de Caín: “¿Acaso soy guardián de mi hermano?”.

La negación de la diversidad de formas que tienen los seres humanos para buscar el sentido de la vida y su constante transformación es una clave del autoritarismo en todas sus expresiones. El despliegue de tantos discursos de naturaleza autoritaria, sobre todo desde la extrema derecha, y el uso del anonimato de las redes sociales mediante la construcción de avatares y cuentas falsas, es un ataque frontal contra la democracia, la tolerancia y la dignidad de todos los seres humanos. Los sectores más cargados de resentimientos históricos, con profundos sentimientos clasistas y rabiosamente enemigos de la libertad de los que no piensan como ellos, están encontrando en todo el mundo muchos tontos que se movilizan por propuestas insensatas y criminales. La bizarra mezcla entre fanatismo político, integrismo religioso y voceros altisonantes sintetiza esa corriente neofascista que se hace presente en casi todas las sociedades occidentales.

La defensa de la libertad, la diversidad y la dignidad de todo ser humano por el simple hecho de existir, desde un ejercicio racional y crítico, requiere ser actualizado e impulsado para evitar que los promotores del odio y el autoritarismo terminen tomando como cautivos a millones de seres humanos. En el próximo artículo plantearé puntos relevantes para esa tarea.