En la penumbra de la era digital, la inteligencia artificial (IA) está acumulando un poder sin precedentes. Aunque muchas veces se presenta como una herramienta al servicio del progreso, sus aplicaciones esconden un potencial inquietante, operando fuera de nuestra vista y más allá de nuestro control. La IA, que promete una revolución económica con la inyección de 15.7 billones de dólares en la economía global para 2030, según PwC, también amenaza con socavar las bases mismas de la sociedad moderna si no se maneja con cuidado. Los números deslumbran, pero detrás de cada cifra se oculta una realidad más sombría: la IA no solo está transformando el mundo, está redefiniendo lo que significa tener poder.
El impacto de la IA en la desinformación es uno de los aspectos más alarmantes.
Según The Brookings Institution, los ataques de desinformación impulsados por IA han aumentado un 70% en los últimos dos años, y no parece que esta tendencia vaya a detenerse. El uso de deepfakes es especialmente perturbador: en 2023, la Universidad de Stanford reveló que más del 90% de los deepfakes utilizados en campañas políticas engañaron a los espectadores, generando desconfianza en las instituciones democráticas. Un solo video puede volcar el curso de una elección, crear pánico en los mercados financieros o arruinar la vida de una persona inocente en cuestión de minutos. Las herramientas para manipular la realidad ya no están en manos de unos pocos, sino que cualquiera con acceso a IA avanzada puede ser un arquitecto de la desinformación.
Pero los efectos de la IA no se limitan al mundo digital. La vigilancia impulsada por inteligencia artificial ya ha llegado a nuestras puertas. The Economist informó que, en 2023, el 64% de los gobiernos a nivel mundial empleaban sistemas de vigilancia basados en IA para monitorear a sus ciudadanos. Cada clic, cada movimiento, cada interacción es registrado, almacenado y analizado. En China, el sistema de "puntuación social", supervisado por algoritmos de IA, ya ha restringido los viajes de más de 23 millones de personas debido a infracciones consideradas menores, como cruzar la calle fuera de un paso peatonal o publicar críticas al gobierno en redes sociales, según cifras de Human Rights Watch. Estos sistemas de vigilancia masiva están extendiendo sus tentáculos, y cada vez es más difícil evitar que la IA juegue un papel en nuestra vida diaria, tanto visible como invisible.
Lo que resulta más aterrador es cómo la IA ha comenzado a dictar aspectos fundamentales de la justicia. Un estudio de ProPublica demostró que los sistemas de IA utilizados en tribunales para predecir la probabilidad de reincidencia de los acusados fallaban un 45% de las veces, y mostraban un claro sesgo racial. Esta tecnología, que debería mejorar la imparcialidad del sistema judicial, está perpetuando errores sistemáticos que afectan desproporcionadamente a las minorías. En Detroit, una mujer afroamericana fue arrestada erróneamente debido a un fallo en un sistema de reconocimiento facial; este tipo de casos no son aislados. Los sesgos en los datos utilizados para entrenar estos algoritmos tienen consecuencias reales y devastadoras, y están lejos de ser resueltos.
Mientras tanto, el desarrollo de armas autónomas amenaza con llevar los conflictos bélicos a un terreno aún más peligroso. El Instituto Internacional de Estudios para la Paz de Estocolmo (SIPRI) documentó que en 2022, al menos 90 países estaban invirtiendo activamente en la investigación y desarrollo de armas impulsadas por IA. Estas máquinas de guerra pueden tomar decisiones letales sin intervención humana, lo que eleva el riesgo de errores catastróficos o de que actores no estatales accedan a este tipo de tecnología. Un informe de Nature alerta que en menos de una década, las armas autónomas podrían estar tan avanzadas que resultaría imposible distinguir entre la decisión de un humano y la de una IA, un escenario aterrador en el que el control sobre la vida y la muerte podría escapar de nuestras manos.
¿Y qué ocurre con la República Dominicana? En medio de este panorama global, el presidente Luis Abinader destacó la creciente relevancia de la IA en su intervención ante la Asamblea General de las Naciones Unidas en septiembre de 2024. Su mensaje fue claro: urge una regulación internacional de la IA para evitar que esta tecnología se utilice como herramienta de control y desinformación. El presidente Abinader no solo alertó sobre los peligros, sino que enfatizó la necesidad de integrar la IA de manera ética y controlada en los países en desarrollo, como esta proponiendo la República Dominicana.
De hecho, nuestro país se encuentra inmerso en un proceso de integración de la IA a través de su Estrategia Nacional de Inteligencia Artificial, una iniciativa que busca preparar al país para la transformación digital que la IA promete. Esta estrategia, vinculada a la Agenda Digital 2030, no solo contempla la modernización de sectores clave como la educación, la salud y la justicia, sino que también se enfoca en el desarrollo ético y en garantizar que los avances tecnológicos se alineen con los valores democráticos y los derechos humanos. Sin embargo, no podemos quedarnos solo en los documentos y las declaraciones ante organismos internacionales; es el momento de pasar de la teoría a la práctica. Es fundamental dejar de lado los discursos y entrar en acción: implementar las políticas, desarrollar proyectos concretos y aprovechar las oportunidades que la IA puede brindar para mejorar la vida de los ciudadanos. No basta con planificar el futuro; debemos construirlo con manos a la obra, enfocándonos en resultados tangibles que realmente impacten en la transformación digital del país.
Sin embargo, surge una pregunta inquietante: ¿estamos realmente preparados para integrar la IA de manera responsable? A nivel técnico, el país ha dado pasos importantes, pero la implementación exitosa de una estrategia nacional requiere mucho más que infraestructura y tecnología. Según el Banco Mundial, solo el 47% de los dominicanos tiene acceso a internet de banda ancha, lo que plantea un desafío considerable para garantizar que la población en su conjunto pueda beneficiarse de las oportunidades que la IA puede ofrecer. Además, la falta de marcos regulatorios robustos y una cultura limitada de alfabetización digital podrían aumentar la vulnerabilidad ante los riesgos que la IA trae consigo, desde la desinformación hasta la vigilancia masiva.
El proceso de integración de la IA no solo debe centrarse en la infraestructura, sino en educar a la población sobre los riesgos y oportunidades que conlleva esta tecnología. ¿Están los ciudadanos dominicanos informados sobre cómo la IA ya está afectando sus vidas, desde las decisiones judiciales hasta las campañas políticas? ¿Existe suficiente conciencia sobre los peligros de la desinformación generada por IA y los riesgos que plantea para la democracia?.
El llamado del presidente Abinader a la ONU es solo el primer paso. “La República Dominicana tiene la oportunidad de posicionarse como líder en la región en la implementación ética y responsable de la inteligencia artificial, pero para ello es fundamental que nos preparemos, no solo con infraestructura tecnológica, sino también con políticas públicas sólidas, educación digital integral y marcos legales que protejan a los ciudadanos de los posibles abusos de poder”.
Este es el panorama sombrío que enfrentamos. La IA no solo es una tecnología que facilita nuestras vidas; es un nuevo poder en las sombras que, si no se controla, podría definir el futuro de la humanidad. Las cifras son claras, los riesgos son reales, y aunque estamos avanzando, la pregunta sigue siendo: ¿estamos verdaderamente listos para enfrentar las sombras que acompañan a este nuevo poder?