“Huellas en el sendero” es el más reciente libro del doctor Rafael Alburquerque, expresidente de la República Dominicana. A primera vista llama la atención de la portada lo que parece ser un actor político en plena acción, rodeado de otras imágenes que intentan recoger momentos diferentes de su vida. A esta tapa sugerente se le suma el título que, por si hubiera dudas, encamina al potencial lector hacia la certeza de que está frente a un trabajo autobiográfico, lo que en efecto se confirma cuando se comienzan a engullir los primeros párrafos que empiezan relatando los años de infancia y adolescencia de quien fuera un personaje de primer nivel en la historia política de nuestro país.

Sin embargo, a medida que el lector se va envolviendo en el luco de su fructífero paso por la vida, va cayendo en cuenta de que en realidad se está frente a unas memorias, cuestión que no podía ser diferente para un hombre que quería contar su vida y no podía, aunque quisiera centrarse sólo en ella, en razón de que el sendero que comenzó a caminar, desde que alcanzó la independencia de sus padres, estuvo marcado por la política y ésta lo condujo a ser actor de primera línea o testigo de excepción de episodios históricos que dejaron huellas en el carácter y el temperamento de la sociedad dominicana.

Un hombre historia no puede atarse a una autobiografía, por ello el primer capítulo lo dedica a explicar su encuentro de Estado con el presidente Joaquín Balaguer; un encuentro que derivó en resultados positivos para los que venden su fuerza de   trabajo. Un preámbulo, sin embargo, contextualiza una incómoda negociación que lo confrontaría con su yo ideológico, y para ello recurre a la analepsia, a esa técnica que juega con la línea del tiempo para explicar, desde los hechos que rodearon su infancia, el origen de su orientación política y el temple de su carácter, fraguado en el torbellino de la dictadura de Rafael Leónidas Trujillo, del que su padre fue víctima, y de la que el mandatario con que negociaba su entrada al Gobierno era parte, y que, incluso el mismo autor sufrió persecución del régimen que encabezó en otra etapa su interlocutor estatal.

Su prodigiosa memoria desempolva hechos y detalles de lugares que se mantuvieron en sus recuerdos intactos. Con ellos reconstruyó y dio orden, en aquella suerte de flashback, a los pasos que le condujeron desde la escuela primaria hasta el desafiante ingreso a la universidad pública que le valió enfrentarse con sus principios y valores familiares, por lo que implicaba ser parte de la matrícula estudiantil durante el reinado del sátrapa. Y así, su relato discurre narrando su estadía en París, en donde abrevó, presente en las aulas de la Sorbona, de la fuente de los más destacados juristas franceses, de los manantiales culturales de sus teatros y museos, e incluso de los cafés habituales en los que saciaba su hambre matutina con un baguette untado de mantequilla que acompañaba con un chocolate caliente.

Aprendió de su padre a luchar por la libertad, lo que le acompañó, como nos cuenta, en cada lugar de la tierra que pisó; por ello fue empujado al activismo internacional desde las juventudes socialistas, logrando por su intenso trabajo, presidir la IUSY y redactar un documento doctrinal que sirvió de base para que el PRD asumiera la socialdemocracia como base ideológica. Así, doctrinario, desde la militancia partidaria, abordó los conflictos con visión marxista, al atribuir ciertos desencuentros a las luchas de clases, además de analizar algunos comportamientos individuales más allá de los sentimientos primarios, como la envidia o resentimiento, al abordarlos desde el origen social, como si tomara por referente el axioma marxista de que el ser social determina la conciencia.

¡He leído el texto con fruición y de un apasionante tirón!