Dos reconocidos premios de letras fueron atribuidos durante los primeros días de octubre que me hacen inmensamente feliz y que demuestran el poder de la perseverancia.
El primero fue otorgado a nuestra Soledad Álvarez, mujer a quien le apasionan tanto las letras que decidió estudiar filología y literatura en Cuba en la década de los setenta, cuando tal interés podía ser visto con ojos de suspicacia, pero que a ella no le importó puesto que el cuido por la palabra es, posiblemente, su más viejo amor. En Cuba se hizo amiga de Minou Tavárez, que también seguía ese mismo programa de estudios. La identificación en ese y otros terrenos las llevó a hacerse comadres muchos años después. En esa época ambas también eran amigas de, entre todos los izquierdistas de la época, uno de los pocos que se dedicaba a la impresión de libros, José Israel Cuello.
Colaboró por numerosos años en la revista “Isla abierta” junto al talentoso Manuel Rueda y luego, al mismo tiempo que cuidaba las comunicaciones del Grupo BHD, sus personas más cercanas eran también del ámbito del compartir la palabra hermosa. Con el tiempo, su hija, Irina Miolán, se convirtió en una de las más importantes diagramadoras y el destacado hombre de conocimiento de nuestro país, Bernardo Vega, pasado presidente de la Academia Dominicana de la Historia, se convirtió en su esposo. Su constante dedicación a las letras ha sido reconocida en varias ocasiones y así, aunque el premio Casa de América se otorgue por su libro “Después de tanto arder”, justo es reconocer que esta reciente entrega es una más de una dilatada carrera.
El caso de la otra mujer de letras premiada la semana pasada fue la francesa Annie Ernaux, a quien el jurado del Nobel de Literatura le reconoce el conjunto de su obra denominada por muchos como autobiográfica. En realidad lo que ponen en evidencia sus libros es que si uno se centra en un detalle personal y con determinación se centra en utilizar únicamente las palabras justas pasa de lo individual a lo universal. Su trayectoria recoge más de quince libros iniciados con acontecimientos íntimos, pero que terminan teniendo un valor de testimonio sociológico. “El lugar” es un relato sobre la relación con su padre a quien ella sentía que había honrado al haber obtenido “un lugar” académico logro que ahora se ve multiplicado muchas veces más, dándole un hermoso cumplimiento al cuarto mandamiento de la ley mesiánica: honrarás madre y padre.
Así, lo que sucede al interno de sus libros se verificó con relación al conocimiento de su obra, que pasó de tener importancia nacional a tener relevancia mundial. Después de haber sido valorado por sus compatriotas, su trabajo empezó a ser apreciado en otros países. En los Estados Unidos se conoció sobre todo a través de la traducción de lo que en español se denominó “Pura pasión”, pero es sobre todo el libro “Los años”, el que le ha valido mayor reconocimiento tanto francés, como luego europeo y del mundo anglosajón. En resumen, dos caminos marcados por las palabras, dos premios que son otros hitos en un camino común que es el de la contribución a nuestro acervo literario.