En atención a la imposición del Plan de evacuación Hughes-Peynado fueron celebradas elecciones, a las que concurrieron quienes santificaron el susodicho proyecto. Ganó Vásquez, tomó posesión el 12 de julio de 1924 acogiendo sin excepciones lo decidido por el gobernante exótico, incluyendo una nueva deuda externa de más de diez millones de dólares gerenciada por los gobernadores militares foráneos.

Desde un principio se trató de colocar esta fecha como patriótica, supuestamente ese día salieron las tropas de ocupación, lo que no es cierto (todavía se insiste y se pretende “conmemorar” el centenario en este 2024). Ese día solo tomó posesión el Gobierno de Vásquez, las tropas de ocupación empezaron a salir a partir del mes de septiembre, cuando ellos lo consideraron prudente y esto no es para celebrarlo por parte de los dominicanos.

En el lapso de 1924 a 1930 Horacio Vásquez cometerá la más aflictiva desgracia que proporcionó a la sociedad dominicana.  En 1928 cerca de la edad septuagenaria (muy por encima de la esperanza de vida en esa época) insistió en mantenerse en el poder. Recurriendo a subterfugios jurídicos alegó fue electo por la Constitución de 1908 que contemplaba seis años de Gobierno, extendió su mandato por dos años para completar los seis (1928-1930) y pretendía postularse para conseguir cuatro años más.

Lo más grave fue que desestimó las recomendaciones de sus íntimos para colocar en condición de retiro al jefe de la policía (luego ejército) Rafael Trujillo. Este último no disimulaba, se preparaba para asumir el poder tras la esperada defunción del viejo gobernante.

El periodista Rafael Emilio Sanabia, quien había sufrido presidio político por su oposición militante a la intervención, en octubre de 1928 publicó un comunicado en hoja suelta enrostrándole a Horacio sus inconsecuencias políticas y los peligrosos resultados que se podían derivar por estas actitudes, sentenciaba Sanabia que su protesta:

“Va dirigida sin pérdida de tiempo al general Horacio Vásquez, por que solo él, es el único RESPONSABLE  de los sucesos ocurridos en sus cuatro años de gobierno, y de los que irremisiblemente han de acaecer, en los que él piensa seguir gobernando”. (Rafael Emilio Sanabia.  Hoja suelta publicada por la Imprenta Montalvo, el 11 de octubre de 1928.  Documentos de la Colección de Vetilio Alfau Duran. Biblioteca de la Academia Dominicana de la Historia).

Era un secreto a voces el grave peligro que constituía Trujillo. Sanabia también le reprendía por  su grave cuota de responsabilidad en las luchas fratricidas:

“Era el ciudadano menos autorizado para escalar la Primera Magistratura, repito, porque el país tuvo sobrado tiempo de convencerse de que toda aquella sangre derramada en nuestras contiendas partidaristas, en lucha bárbara y cruel, no había sido obra del ideal que proclamaba Horacio Vásquez, sino de su ambición de escalar el Poder para explotarlo, desacreditarlo y arruinarlo”. (Rafael Emilio Sanabia. Fuente citada).

Se podría alegar Sanabia exageraba, pero ya hemos visto la participación protagónica de Horacio en la mayoría de las reyertas politiqueras ocurridas en aquellos tiempos de Concho Primo.

Sanabia en su agria filípica objetaba la alta dimensión que se otorgaba a Horacio, calificado de apóstol y director de multitudes. Recordaba que durante la ocupación militar este se retiró tranquilamente a su casa, mientras un buen número de sus correligionarios y gentes del pueblo eran reprimidos por las autoridades de ocupación. Le conminaba a responder una serie de delicadas interrogantes sobre su actitud frente al invasor:

“Diga Horacio Vásquez a cual ciudadano entregó un solo centavo para el sostenimiento de un periódico de oposición en aquella época”.

“Diga Horacio Vásquez, que día, en que mes, durante  cuál año, pronunció una sola palabra de protesta frente al régimen militar?”.

“Diga Horacio Vásquez, cuándo ocupó el banquillo de los “acusados” y sufrió cárcel y hambre por defender sus ideales de patriota?”.

“Diga Horacio Vásquez, si tuvo el honor de lucir ayer el traje de presidiario como luce hoy la faja presidencial?”.

“Diga Horacio Vásquez que hizo durante ese largo periodo de servidumbre, para justificar su vida y sus acciones?”.

“Acaso no aconsejó públicamente a sus amigos que entregaran las armas que el honor pedía a grandes gritos fueran puestas a salvo del enemigo?” (Rafael Emilio Sanabia. Fuente citada).

El poeta y periodista Emilio A. Morel que abandonó el horacismo cuando la maniobra de la “prolongación”, criticando al célebre mandatario publicó un artículo que estuvo a punto de llevarlo a la cárcel, recordaba que:

“Horacio Vásquez invocó muchas veces, para justificar su neurosis revolucionaria, la necesidad nacional de echar por tierra “el tiránico instrumento de 1908”. Horacio Vásquez produjo, en nombre de las reformas, las copiosas y numerosas hemorragias que han dejado al país enfermo y triste para siempre. La intervención norteamericana y los empréstitos, son manifestaciones de esa enfermedad…”. (Emilio A. Morel. Elementos de aportación para una historia de la política dominicana.  Imp. y Grabados Cosmopolita. Santo Domingo (C. T.), 1939. T. I p. 13).

Se refería a la Constitución de 1908, que en su oportunidad Vásquez la repudió, pero que en 1926 fue el argumento que utilizó para “justificar” la extensión de su mandato por dos años.

Luego de imponer el malhadado proceso de la prolongación, la salud de Vásquez se deterioraba cada día, pero mantenía firme su decisión de intentar reelegirse para el periodo 1930-1934. Suponía contaba con el apoyo del jefe del Ejército, Rafael Trujillo, cada día más poderoso.

El Gobierno había formado la Misión Dawes para reorganizar la economía, fue creada la Secretaria de Defensa orgánicamente por encima de la jefatura del Ejército, cuya dirección ocupaba Trujillo. Alfredo Ricart Olives fue designado secretario de Defensa y recomendó la reducción del presupuesto del Ejército por un monto de $300,000, Trujillo se opuso, consideró la disminución solo debía alcanzar $182,000. La controversia trascendió a la opinión pública, el presidente Vázquez otorgó la razón a Trujillo.

Víctor M. Medina Benet (escritor puertorriqueño que residía en el país) conoció de cerca estos acontecimientos, en su obra Los responsables  estimó que Horacio consideraba indispensable a Trujillo:

“¡Ah, Horacio! Se sentía tan seguro, tan garantizado por los soldados de Trujillo. cuando el Presidente salía fuera de la Capital, Trujillo lo cuidaba como quien cuida a un padre; le enviaba una escolta especial y colocaba en la carretera a convenientes distancias soldados que velaban su marcha. Horacio no podría desairarlo”. (Víctor M. Medina Benet. Fracaso de la 3ª república. Los responsables. Narraciones de historia dominicana 1924-1930. Amigo del Hogar, Segunda edición. Santo Domingo, 1976. pp. 290-291).

Trujillo proclamaba que apreciaba a Horacio como su padre. En cierta medida heredó algunas de sus ideas tóxicas, como las de ponerle su nombre a calles, ciudades, escuelas, etc. Horacio cuando una colonia agrícola en Montecristi fue convertida en poblado, la bautizó como Villa Vásquez, además designó en Santo Domingo la calle Presidente Vásquez, hoy 30 de marzo. La idea original de designar equipos y obras del Estado con los nombre de los presidentes de turno, corresponde a Pedro Santana y Ulises Heureaux.

Trujillo ya tenía su comité político que promovía sus pérfidas aspiraciones. En febrero de 1929 en el periódico La Información se publicaba un reportaje que anunciaba en el escenario electoral para 1930 se barajaba un importante candidato que podría reemplazar a Horacio, en caso de producirse su muerte por sus achaques de salud:

“Este velado candidato, que se ve, oye, observa disimulando su actitud y acariciando su recóndito sueño es nada menos que el Brigadier Trujillo, Jefe del Ejército Nacional. Si, es Trujillo, que a diario aumenta sus caudales… porque está en eso, en el asunto en el negocio, naturalmente, no haciendo sombra a don Horacio. ¡Eso nunca! Por el contrario buscando su sombra para que no lo vean, como los que suelen exhibirse al sol como candidatos”. (Víctor M. Medina Benet. Obra citada p. 300).

Por lo menos desde febrero de 1929 de modo público se ventilaba la candidatura presidencial de Trujillo. Ricart Olives, al igual que Virgilio Martínez Reina, Luis Ginebra y el vicepresidente José Dolores Alfonseca solicitaron que Trujillo fuera separado de la dirección del Ejército por su poco disimulada actividad conspirativa. Vázquez se mantuvo refractario a todas las recomendaciones que involucraran la separación de Trujillo de la jefatura militar.

Evan E. Young, ministro de los Estados Unidos en Santo Domingo, informaba al Departamento de Estado en el mes de junio de ese año se comentaban las aspiraciones políticas de Trujillo y el affaire con el secretario de Defensa:

“En general, se cree que o al menos se sospecha, que el General Trujillo tiene ambiciones políticas, y esto, a pesar de las consistentes y vehementes negaciones del General. El goza hoy de la confianza total del presidente, y apenas recientemente quedó vencedor en una prueba de fuerza con el nuevo Ministro de Defensa Nacional, el Sr. Ricart, […] (Bernardo Vega. Los Estados Unidos y Trujillo. Colección de documentos del Departamento de Estado, de las Fuerzas Armadas Norteamericanas y de los Archivos del Palacio Nacional Dominicano. Año 1930.  Fundación Cultural Dominicana. Santo Domingo, 1986. T. I p. 153).

Se trataba de la crónica de un golpe de Estado anunciado. Todos sabían que Trujillo se encaminaba a asaltar el poder. A  quien le correspondía destituirlo “muy quitado de bulla” simulaba no conocía la vorágine que se incubaba in situ.

El 22 octubre se anunciaba de modo formal que Horacio se repostularía, casi de inmediato sufrió una grave afección renal y fue necesario trasladarlo a Baltimore, donde le extirparon un riñón.

El vicepresidente José Dolores Alfonseca y el ministro de defensa Ricart Olives trataron de crear las condiciones para desplazar a Trujillo, pero este adoptó una posición  beligerante. Vázquez regresó en enero de 1930 en muy malas condiciones de salud, de inmediato fue advertido de la actitud desafiante de Trujillo y sus conexiones suspicaces con opositores como Estrella Ureña.  Luis F. Mejía de los dirigentes del bando horacista y luego importante líder opositor a Trujillo, anotó que el presidente tras reunirse con su jefe del Ejército desestimó el planteamiento de destituirlo. (Luis F. Mejía. De Lilís a Trujillo. Historia contemporánea de la Republica Dominicana.  Editorial Elite. Caracas, 1944. p. 233).

Félix A. Mejía en su excelente obra Viacrucis de un pueblo, al evaluar la conducta genuflexa del presidente, resaltaba:

“No se explica por qué Horacio Vázquez no oyera las advertencias y consejos de sus más fieles amigos y allegados, algunos de reconocida capacidad política e intelectual, todos insospechados, tendientes a que despojara del mando del Ejército a Trujillo, convencidos de que constituía un inminente peligro, ya que a diario daba pruebas de ello, y con tan poco disimulo, que no se necesitaban espejuelos para verlo”. (Félix A Mejía. Viacrucis de un pueblo. Relato sinóptico de la tragedia dominicana bajo la férula de Trujillo.   Segunda edición. Editora Jus, S. A.  México, 1960.  p. 35).

 El 23 de febrero llegó el momento de la encrucijada, estalló en Santiago el llamado movimiento cívico para destituir a Vásquez, supuestamente dirigido por Rafael Estrella Ureña (quien de manera ilusa pretendía capitalizar el movimiento). Trujillo se mantenía “neutral”· en la Fortaleza Ozama.

Horacio Vázquez se trasladó a la casa de Gobierno parar tratar de enfrentar la conjura. A las cinco de la mañana del día 24 decidió no resistir a los golpistas que se aproximaban a la Capital, optó por buscar refugio en la Legación de Estados Unidos.

Luis F. Mejía de los funcionarios que le acompañaban en aquellos instantes, le rogó que previo a su retirada en su condición de presidente firmara un decreto destituyendo a Trujillo, a quien todos imputaban la responsabilidad de la asonada cuartelaria. Mejía explicó lo que sigue a continuación:

“Autorizome el presidente para redactar el decreto. Lo dicté en la Secretaría a un mecanógrafo y se lo presenté para su firma; pero, ya con la pluma en la mano, vaciló. Consideró tal vez inútil ese paso y dejó el escrito sobre la mesa. Nos encaminamos a la legación americana, situada a cien metros de allí”. (Luis F. Mejía. Obra citada p. 236).

Horacio se mantuvo vacilante en esos momentos estelares, que se debatía el presente y futuro del país. Trujillo se presentó a la Legación de Estados Unidos, se entrevistó con el aturdido mandatario y le hizo una nueva fementida adhesión, que se diluyó en el transcurso del día cuando el presidente fue conminado a renunciar.

Aplastado por el rodillo trujillista, Horacio se trasladó a Puerto Rico, desde allí el 7 de marzo lanzó un comunicado público al país, que fue distribuido en una hoja suelta. Acentuaba que circunstancias adversas derivadas de su enfermedad fueron aprovechadas por los oposicionistas para desarrollar actividades sediciosas. Trataba de atenuar la preeminencia de Trujillo en el cuartelazo, cuando señalaba:

“La actitud pasiva del ejército, y la imposibilidad en que a consecuencia de esa actitud injustificable se vio el Ejecutivo de armar y equipar a los numerosos ciudadanos que se ofrecieron a sostenerlo con lealtad inquebrantable, me restaron de momento los medios más esenciales para restablecer el orden y el imperio de la ley de acuerdo con el mandato de la Constitución”. (Horacio Vásquez. San Juan, Puerto Rico. 7 de marzo de 1930. Hoja suelta. Documentos de la Colección de Vetilio Alfau Duran. Biblioteca de la Academia Dominicana de la Historia).

Horacio todavía atribuía a Trujillo una actitud “pasiva” en la ejecución de ese movimiento antinacional que cercenó las libertades públicas por tres décadas.

El otrora líder del bando cuya insignia era el gallo rabú, con su historial saturado de ambiciones políticas desmedidas, al final logró “aplicar” lo que con tanta insistencia proclamaba su famosa consigna: “Horacio o que entre el mar”, como le era imposible retener el solio, entonces que “entrara el mar”.  No obstante, el oleaje, el inefable oleaje de esa marejada vino acompañado de un tsunami llamado Trujillo, que provocó una tragedia que enluteció al país  por 31 años.

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