La historia oficial está plagada de mitos, muchos creados de modo exprofeso para desnaturalizar primordiales acontecimientos históricos adversos a las concepciones políticas de la clase dominante. En esa tesitura mientras importantes líderes en la lucha por la soberanía nacional son soslayados como Luis C. del Castillo, cabecillas de montoneras que contribuyeron en demasía a echar leña a las estériles luchas intestinas (en los tiempos de Concho Primo) son catalogados como grandes héroes, tal sería el caso de Horacio Vásquez, jefe del célebre bando del gallo coludo o rabú. 

Horacio emergió como líder a finales del siglo XIX, tras su colaboración brindando apoyo logístico a los tiranicidas de Lilís, luego reemplazando al vicepresidente Wenceslao (Manolao) Figuereo, quien pretendía heredar el trono de su amo. La participación en una actividad justiciera, no otorga inmunidad para que posteriormente usted pueda incurrir en desmanes político-sociales.

En medio de la grave crisis monetaria y crediticia que arrastraba el Estado dominicano luego de la decapitación de la tiranía, se llegó a un acuerdo para que Juan Isidro Jimenes ocupara la presidencia y Horacio Vásquez presidente provisional, descendiera a la vicepresidencia. Esta fórmula fue patógena desde un principio, Horacio la aceptó a regañadientes.

Obviando las presiones de las potencias extranjeras para asumir el control económico total de las finanzas criollas, Horacio levantó el aciago estandarte de las luchas intestinas cuando el 25 de abril de 1902 encabezó el derrocamiento del presidente Jimenes, retomando la presidencia, la jicotea como le decía el pueblo. El historiador Campillo Pérez en su importante obra sobre las elecciones, apuntó sobre este aflictivo  proceso: “El primer golpe de Estado que tuvo efecto en este siglo XX, no fue de tipo popular ni cosa parecida. El pueblo no fue tomado en cuenta”. (Julio G. Campillo Pérez. Elecciones dominicanas (Contribución a su estudio).  Academia Dominicana de la Historia. Santo Domingo, 1978. p. 118). 

Andrés Julio Montolío periodista de la época, describió cuan delicada era la realidad dominicana ante el inminente riesgo de una guerra civil por las ansias de poder de  Vásquez, afirmando que la sociedad estaba convencida:

[…] de que aquella revolución con el derramamiento de sangre traería el desorden en la administración, se multiplicarían los caudillos, la Deuda Pública se aumentaría, y la guerra, al quedar desvinculados todos los resortes de la vida nacional, de nuevo se aclimataría para realizar su obra nefasta”. (Andrés Julio Montolío. El Tratado de Ryswick y otros temas.  Andrés Banco Díaz, editor.  Archivo General de la Nación.  2012. p. 178).

Montolío transcribió la opinión de Horacio Vásquez cuando convocó a sus partidarios para desplazar a Jimenes: “No es posible ya la calma ante las desconsideraciones de que soy objeto por parte del presidente y de sus amigos, […] (Andrés Julio Montolío. Obra citada p. 181).

Tras el golpe de Estado la crisis política se mantuvo en ebullición, al año siguiente (1903) los bolos en unión de los remanentes del lilisismo el 23 de marzo se apoderaron de la Capital en un movimiento que perseguía destituir a Vásquez, quien se encontraba en Moca. El presidente regresó a Santo Domingo con tropas y se produjo una de las campañas bélicas más sangrientas. Los rabuses fueron derrotados.

Ascendió a la presidencia el lilisista Alejandrito Woss y Gil, quien confrontó dificultades con la compañía Improvement, de Estados Unidos,  que manejaba las aduanas. A finales de ese año bolos y coludos supuestamente fueron “unidos” por el gobernador de Puerto Plata, Carlos Morales Languasco, para destronar a Alejandrito. En medio del “quítate tu para ponerme yo”, Horacio apoyó al régimen pronorteamericano de Carlos Morales Languasco, que suscribió de manera administrativa el infamante modus vivendi, que atentaba contra la precaria economía dominicana y la soberanía. 

Los rabuses por contradicciones en el manejo interno del Gobierno derrocaron a Morales Languasco y se encaminó a la jefatura estatal Ramón Cáceres, primo de Horacio, quien auspició la Convención dominico-americana de 1907 (acuerdo de Estado a Estado) que desde su envió al Congreso como proyecto de ley concitó un enorme repudió, tras considerarse promovía la intervención a través de su artículo número tres. El autoritario mandatario rechazó se convocara un plebiscito para que la población decidiera sobre el convenio de marras.

Vásquez se mantuvo al margen del debate, pasó a ocupar un importante cargo en la burocracia como encargado de la construcción o extensión del Ferrocarril Central de Santiago a Moca, no era entendido en esa área laboral. Se le imputa intercedió para que su hermano Leonte Vásquez, se desvinculara de los que protestaban contra la fatídica Convención.

En medio de los crecientes cuestionamientos al represivo régimen de Cáceres, Horacio Vásquez se ausentó del país.  Seguidores del líder de los rabuses  lo abandonaron ante su manifiesta inacción contra la Convención Dominico-americana, entre ellos Santiago Guzmán Espaillat, quien fue apresado, deportado y finalmente fusilado (1912) por su militancia contra un proyecto que ponía en juego la soberanía nacional.

Tras la muerte de Cáceres en un atentado (noviembre 1911), el poder fue heredado por los Victoria, tío y sobrino, pese a su ineptitud trataban de mantenerse en el poder apoyándose en la arbitraria Guardia de Mon. Se presentaron múltiples conatos insurgentes entre ellos uno encabezado por Vásquez en la frontera en abril de 1912, en unión de Desiderio Arias y Luis F. Vidal, las diferencias no eran por principios políticos sino personalistas. A finales de año se llegó a un acuerdo para que la presidencia provisional la asumiera el obispo de Santo Domingo, monseñor Nouel. 

Horacio Vásquez y Trujillo.

No tardaron en reaparecer las graves disputas internas, ahora relacionadas con las ambiciones de Horacio y Desiderio por controlar los cargos del Gobierno en el Cibao. El presidente no pudo resistir los reclamos de los jefes de montoneras, abdicando el 31 de marzo de 1913. (Ramón Marrero Aristy. La República Dominicana. origen y destino del pueblo cristiano más antiguo de América.  Editora del Caribe, C. por A. Santo Domingo (C. T.) 1958. T. II pp. 343-344). 

Federico García Godoy en su obra magistral  El Derrumbe,  definió el martirio de Nouel entre dos fuegos: 

“En las difíciles condiciones en que empuñó las riendas del mando supremo era casi inevitable el fracaso. A las primeras de cambio comprendió que estaba como aprisionado en un círculo de fieras prestas a devorarlo”. (Federico García Godoy. El Derrumbe.    Editora de la UASD. Santo Domingo, 1975. p. 129). 

Tras ruidosas negociaciones fue designado presidente el general José Bordas Valdez, de inmediato surgió una crisis con tonalidades guerreras por el control de Ferrocarril Central. Como era obvio en esta revuelta también estaba involucrado el jefe de los rabuses, como lo admitió Antonio Hoepelman, historiador, periodista y correligionario del líder rabú, estableció que Jesús María Céspedes, gobernador de Puerto Plata: “Se levantó en arma contra el gobierno, apoyado por el general Horacio Vásquez y secundado por los gobernadores de Moca y Samaná”. (Antonio Hoepelman. Páginas dominicanas de historia contemporánea.  Archivo General de la Nación. Santo Domingo, 2016. p. 91). 

El distinguido historiador Jaime Domínguez, al evaluar este no menos triste episodio de las desgarrantes disensiones criollas en la burocracia política, ha comentado sobre el tema:

“En septiembre de 1913, los horacistas se rebelaron, porque el Gobierno los despojó de la administración del Ferrocarril Central Dominicano para otorgársela a un partidario de Desiderio Arias”.

“Esta era una importante fuente de empleos para los seguidores de Horacio Vásquez, y posiblemente de prevaricación, debido a las altas sumas que se administraban”. (Jaime de Jesús Domínguez. Historia dominicana.  ABC Editorial.  Santo Domingo, 2001. p. 200). 

De nuevo las ambiciones personales apelaban a la confrontación armada, se convocaba al estéril derramamiento de sangre conocido en nuestros anales como la “Guerra del Ferrocarril”. El historiador Manuel Ubaldo Gómez testigo de estos desdichados sucesos, apuntó sobre el particular: “Esta revolución la motivó  el deseo de tener a su disposición los ingresos del Ferrocarril Central […] (Manuel Ubaldo Gómez. Resumen de la historia de Santo Domingo.  Editora de Santo Domingo. Santo Domingo, 1983. p. 386).

El entonces coronel Rafael L. Trujillo y el presidente Horacio Vásquez

Buscando una salida a la sinrazón dominante, se logró un acuerdo y se instaló un Gobierno provisional dirigido por Ramón Báez Machado, fueron celebradas elecciones y la presidencia la obtuvo Juan Isidro Jimenes, líder de los bolos. Este bando como era la usanza se dividió, en dos facciones que se tornaron irreconciliables, Bolos patas blancas dirigidos por el presidente y Bolos patas prietas bajo la cabeza de Desiderio Arias. 

De modo imprudente las rivalidades llegaron prácticamente a una guerra civil entre ambas partidas en abril de 1916. Tropas de Estados Unidos (que no fueron llamadas desde el ámbito criollo) bajo el pretexto que penetraban a territorio dominicano a salvar las vidas de sus ciudadanos residentes (luego lo cambiaron por la violación de la Convención de 1907) ocuparon militarmente el país a partir del mes de mayo. 

Todos los partidos políticos tradicionales aceptaron la intervención como un hecho consumado, con la excepción de campesinos que se sublevaron en armas (mal llamados gavilleros) y un importante núcleo de intelectuales que fundó el movimiento nacionalista, que emprendió una exitosa campaña por la desocupación militar del país.

Los nacionalistas en su exitosa empresa patriótica lograron el apoyo de importantes núcleos sociales en los Estados Unidos y toda América. Comprometieron a los candidatos presidenciales de la gran nación del Norte a ordenar la evacuación de sus tropas en el caso de ganar cualquiera de los candidatos sea demócrata o republicano. Obtuvo el triunfo el republicano Warren G. Harding y se organizó un plan de evacuación que llevaba su apellido como nombre.  En la negociación se establecieron  cláusulas que atentaban contra la soberanía nacional y los nacionalistas se retiraron de las discusiones. José Ramón López, en su Diario  recogió el nivel de las protestas en el país, que se hicieron sentir en Washington:

“Según cablegrama y carta del Sr. Dr. Francisco Henríquez y Carvajal, ex-Presidente de la República, las protestas de todos los dominicanos contra el Plan Harding, protestas que el presentó al Ministerio de Relaciones Exteriores, dieron por resultado la suspensión del mencionado Plan en su procedimiento inicial de elecciones”.

“Aunque aquí nada se sabe oficialmente de ese resultado, no hay que dudar de que sea un hecho cierto, porque la unánime protesta del pueblo dominicano ha de pesar mucho en el entendimiento del Gobierno de los Estados Unidos de América”. (José Ramón López. 3.- Diario (Enero-agosto de 1921).  Ediciones de la Fundación  Corripio, Inc. Santo Domingo, 1991. pp. 284-285).  

Ante el repudio al Plan Harding las autoridades exóticas recurrieron a la colaboración de los líderes de los partidos tradicionales, que tenían seis largos años de sabático en el ámbito  político.  Sumner Welles encargado por el presidente Harding de reclutar a los nuevos negociadores, informó al Departamento de Estado que supuestamente solo era una minoría que se oponía a las negociaciones impuestas. Welles acotó para la historia que organizó una nueva comisión negociadora con: […] los verdaderos directores de la opinión pública dominicana y el Departamento de Estado”. (Sumner Welles. La Viña de Naboth.  Editora Taller. Segunda edición.  Santo Domingo, 1973. T. II p. 315),

Estos “comisionados” fueron: Horacio Vásquez por el Partido Nacional (Rabuses), Federico Velázquez del Partido Progresista, Elías Brache, por una facción de los Bolos (Jimenes había fallecido) y Francisco J. Peynado, empleado de un ingenio propiedad de norteamericanos.  El proyecto que mantenía el control político y económico del país por la nación ocupante, fue repudiado de inmediato por las fuerzas vivas criollas. 

Las protestas fueron reprimidas, hasta el extremo que el médico otorrino Federico Ellis Cambiaso fue reducido a prisión y condenado por un tribunal prebostal, imputado de escribir un opúsculo contra los comisionados, cuyo epígrafe era  Los cuatro monstruos de la anexión.  Los monstruos eran los auto-comisionados: Horacio Vásquez, Elías Brache, Federico Velázquez y Francisco J. Peynado. 

Federico Ellis Cambiaso (luego sería de los líderes del exilio antitrujillista)  al describir en su opúsculo el papel aberrante del jefe de los rabuses, acotó:

“El otro monstruo es el general Horacio Vásquez… quien ha podido ser bueno, pero su abulia y falta de orientación lo han conducido al lado del mal… Su eterna ambición ha sido la de ocupar la primera magistratura del Estado, pero, por la falta de talento y confiada credulidad, se la ha dejado por más de una vez arrebatar de las manos por uno de sus mismos subalternos… Posee una mayoría abrumadora de simpatizadores en el país, es ideal para dirigir un rebaño de ovejas o una piara de cerdos, pero resulta una fantasía utópica que quiera presidir la intrincada y enmarañada urdimbre dominicana, en la que él mismo, en sus diversas tentativas se ha entangado tantas veces…”. (Alejandro Paulino Ramos. Los intelectuales y la intervención militar norteamericana, 1916-1924.     Archivo General de la Nación. Santo Domingo, 2017. p. 460).

Federico Velásquez y Horacio Vásquez

Hoy podríamos calificar como una premonición la observación de Ellis Cambiaso, cuando revelaba uno de los graves defectos de Vásquez: «confiada credulidad», que había permitido a subalternos arrebatarle el poder, la próxima en 1930 sería la más catastrófica.

Fueron múltiples las protestas contra el plan de evacuación impuesto por una de las partes. El movimiento nacionalista en uno de sus comunicados denunciaba:

“Que el entendido recién concertado en Washington entre el Secretario de Estado Norteamericano y algunos caudillos políticos dominicanos, no constituye una justa, franca y sincera revocación del estado de vasallaje político y económico que el ejército de los Estados Unidos de Norteamérica le viene imponiendo al inerme pueblo dominicanos, desde hace siete años, por la fuerza de las armas […] (Julio Jaime Julia. Antología de Américo Lugo.  Editora Taller. Santo Domingo, 1977. T. II p. 291).

El intelectual Rafael Morel, el 25 de julio de 1922 publicó un artículo contra el plan de evacuación, resaltando que se trataba del mismo proyecto que previamente había publicado el representante  norteamericano William Russell y que había concitado el repudio de la ciudadanía. Los “comisionados” tras el regreso de su viaje a Washington guardaron silencio sepulcral en torno a lo pactado. Morel denunciaba que el líder rabú se negaba a explicar lo pactado: 

“Sin embargo, entre los íntimos de Don Horacio, entre algunos de sus parientes, personas distinguidas, el Plan ha hecho fruncir el ceño, con marcadas muestras de disgusto, porque han llegado a la conclusión de que Don Horacio firmó en Washington, lo mismo que ha sido publicado por el ministro americano aquí”

“Queda pues, evidenciado que el Plan Hughes-Peynado que trae la prensa americana, la Nota  publicada por Mr. Russell y lo que guardan herméticamente los representativos, es todo una misma cosa….”. (Editado en Concho Primo.  Documentos de la Colección de Vetilio Alfau Duran). 

Los comisionados con su silencio cómplice  trataban de evadir la gran responsabilidad que habían asumido, al admitir las imposiciones que establecía el Plan Hughes-Peynado. Se había impuesto el designio de Sumner Welles y William Russell, al crear una comisión complaciente para que representara en Washington los intereses dominicanos.

Horacio reaparecía en el escenario de la politiquería criolla, como integrante de Los cuatro monstruos de la anexión o los cuatro jinetes del apocalipsis, apuntaríamos nosotros.