La homosexualidad ha sido una manifestación expresada desde la existencia misma de la humanidad, interpretada acorde con las ideas, juicios y prejuicios de las diversas sociedades.  Las mayores estigmatizaciones, condenas y acusaciones  han sido elaboradas por las creencias religiosas, donde a nivel occidental todavía las iglesias cristianas asumen una dimensión moralista fundamentadas en interpretaciones teológicas.

Las sustentaciones para ellas se desprenden de la biblia, su libro central, donde algunos interpretadores de la misma han enfatizado más de quince citas de condena. Por ejemplo, en Corintio 6:9.11, expresa “¿O no sabéis que las injustos no heredan el reino de Dios? No se dejen engañar: ni los inmorales, ni los idolatras, ni los adultero, ni los hombres que practican la homosexualidad, ni los ladrones, ni los codiciosos, ni los borrachos, ni los rebeldes, ni los estafadores heredarán el reino de Dios”.

La predica de una iglesia dogmatizada, donde siempre tiene razón, donde esta proscrita la duda y la verdad está siempre institucionalizada, la realidad siempre termina distorsionada y secuestrada. El silencio y la complicidad han prevalecido. Las estigmatizaciones y condenas  siempre son para los creyentes, los representantes de Dios en la tierra, los que tienen el perdón divino y donde juzgan la magnitud de las acciones de los demás imponen las penas y tienen el poder del perdón, poseen la virtud de ser perfectos, no importa, como decía el poeta que “el pecado de hoy será el mismo de la semana que viene”. En la confesión, solo los pecadores son los condenados y nunca los confesadores.

Sin embargo ha habido una complicidad de silencio, un proceso de mentiras y de hipocresías siempre ocultas, hasta que la verdad comenzó a ser pública y solo la compensación económica y “el perdón” han permitido eliminar el antifaz y la pus ha salido del nació para dar paso a la verdad y la renovación para no hablar de “resurrección” de los afectados.  Muriéndose de la vergüenza las iglesias cristianas, por fin han reconocido la verdad de dobles vidas de una minoría de sacerdotes y pastores gay, aunque todavía prevalece el miedo y el silencio en una diversidad de jerarquías.

La desgracia por las preferencias sexuales ha sido una pesadilla y una agonía para la vida de los creyentes, los sacerdotes y pastores. Un drama terrible. A veces, por las intolerancias y prejuicios. Desesperado, buscando paz y tranquilidad en confesión. Bruno Bimbi, un homosexual clandestino, le reveló su secreto a un sacerdote. Después de un largo silencio este le contestó que “o se arrepentía y renunciaba a una vida sexual o se condenaba al infierno”.

En una época, la homosexualidad fue estigmatizada como “una enfermedad” hasta que la Asociación Estado Unidense de Psiquiatría concluyó que no era una enfermedad psiquiátrica y teólogos concluyeron que tampoco era una maldición divina. Entonces se apeló a una mayor comprensión de este acontecimiento humano, con una mayor conceptualización de la situación donde la mayoría nació con esa preferencia sexual y donde la propia sociedad tenía una alta cuota de responsabilidad.

En este contexto, la Iglesia católica ha sido estremecida por las actitudes de un papa de rupturas, revolucionario, que no quiere complicidad con los abusos sexuales y las discriminaciones con los homosexuales y los sacerdotes gay.  Un sacerdote con esas preferencias sexuales, el chileno Carlos Cruz, fue donde el papa Francisco y, de acuerdo con la prensa, este no lo estigmatizó sino que le dijo: “No importa Dios te hizo así, Dios te ama así”.

De igual manera, se le atribuye al papa Francisco declarar: “Los homosexuales tienen derecho a estar en familia.  Son hijos de Dios y tienen derecho a una familia”, palabras que los teólogos tradicionales y los intereses encontrados en la propia iglesia atribuyen haber sido tergiversadas, porque remueva las cenizas de condena de años y en el fondo, sea verdad o mentira, es una muestra de respecto inusual, único en la historia de la iglesia, con la comunidad LGBT.

Independientemente de todo eso, la verdad es que los sacerdotes gay, cuando están ofreciendo la misa, bautizando, confesando, exponiendo sus sermones, siempre son respetados por los fieles, nunca discriminados por homosexuales, por su representación sagrada.

En la visión moralista-católica-cristiana de una sociedad tradicional de doble moral el machismo es una cultura y la homosexualidad paga las consecuencias en un proceso de opresión y discriminación brutal y deshumanizado, donde los seres “más desgraciados”, de un sufrimiento cruel, de fingimiento, de protagonizar papeles, por generaciones han sido los homosexuales muchos de los cuales tienen que casarse y tener hasta hijos para guardar apariencias personales y familiares, hasta el día en que se “hartan y salen del closet”. Muchos de ellos solo pueden respirar durante el carnaval, cuando el mundo “se pone al revés”.

Eso mismo pasa con los “Servidores de Misterios”, sacerdotes de la religiosidad popular que, cuando están en trance, en su papel de caballos de misterios, en sus ceremonias, nunca son discriminados por homosexuales, porque los creyentes no están mirando con respecto a la persona sino al personaje. Incluso sus expresiones amaneradas se acentúan al expresarse en Ana Isa, pero se pierden cuando es en Ogún Balenyó o en Cándelo Sedifé.

Lo cierto es que la homosexualidad todavía esta insertada en una lucha de discriminaciones e intolerancias, en un debate de reconocimientos, en el cual ha ido ganando espacio de respeto en una lucha de tolerancia y humanización, donde algunas interpretaciones religiosas- culturales y políticas, incluso en “regímenes revolucionarios”, todavía son un obstáculos para la convivencia.

Sean laicos, sacerdotes, pastores o “Servidores de Misterios”, tiene que haber un espacio para seres humanos que merece respecto y comprensión, sin exclusiones ni discriminaciones para obtenerse una convivencia humana y una cultura de paz.