No tengo el gusto de conocer en persona a Elvin Calcaño Ortiz, pero sigo por diversas vías sus análisis políticos, con los cuales coincido en gran medida, y valoro mucho que la sociedad dominicana y América Latina cuente con su talento y agudeza política. Existe un problema de relevos intelectuales y políticos en nuestro continente, pero según se aclara el agua, luego de que el final de la Unión Soviética batiera el cieno histórico, van destacándose mentes generosas y luminosas como la de Calcaño Ortiz, y algunos liderazgos sociales y políticos que nos ofrecen esperanzas.

A partir del revuelo provocado por las elecciones europeas del 9 de junio, antecedida por la de Argentina el 19 de noviembre del 2023 y la española del 23 de julio del 2023, debido al ascenso de la extrema derecha y la radicalización de sectores de centro derecha hacia posturas radicales, surgen varias preguntas que demandan un esfuerzo analítico serio. ¿Cómo llegamos a un escenario semejante al de Europa luego de la Primera Guerra Mundial? La posición de Calcaño Ortiz es esclarecedora: “Las ultraderechas europeas ofrecen a hombres blancos precarizados -material y existencialmente- un lenguaje político para que expresen su malestar sin limitaciones” y esa situación la provoca “…el neoliberalismo precarizante y profundizador de desigualdades que los países centrales promovieron para el llamado tercer mundo ahora llegó a tierras del primer mundo”.

El proceso actual es debido en gran medida a las consecuencias del neoliberalismo que ha carcomido la viabilidad del medio ambiente a escala mundial, la democracia, los niveles de bienestar logrados por los trabajadores y las clases medias, y los derechos conquistados por muchos grupos excluidos tradicionalmente. No es una vuelta al fascismo -eso me lo hizo ver Joan María Thomas- pero las extremas derechas actuales comparten con el fascismo varios rasgos expresivos y el desprecio por la vida millones de seres humanos.

Este fenómeno que comenzó con Trump (2016) y Bolsonaro (2019) en el continente americano, que en Europa ya tenía un antecedente con el ascenso de Viktor Orban en Hungría (2010) y recientemente Giorgia Meloni en Italia (2022),  es el producto de un ordenamiento neoliberal a escala planetaria que ha concentrado la riqueza mundial en cada vez menos bolsillos (incluso durante la pandemia no dejaron de crecer sus fortunas) y reducido el ingreso de los trabajadores, empleados públicos, pequeños empresarios y profesionales, a niveles muy bajos (lo que llama Calcaño precarizados). Sugiero también la lectura del libro de Michael Kimmel titulado Hombres (blancos) cabreados.

La agenda de extrema derecha aprovecha el profundo descontento existente por los sectores pequeñoburgueses frente al descenso de su calidad de vida y culpabiliza a los grupos políticos de todo signo (y por extensión a la democracia), adjudica falsamente responsabilidad a todas las expresiones de internacionalización (ONU, UE, OMS, etc.), y tiene como enemigos la emancipación social y laboral de las mujeres, los no-heterosexuales, los migrantes pobres, los pensionados en sus respectivos países y las estructuras estatales al servicio del bienestar de la población (educación, salud, vivienda, alimentación, etc.).

El resultado es un discurso violento en la forma y el fondo, que oculta la responsabilidad del gran capital en la crisis, y desata discursos misóginos, racistas, homofóbicos y chovinistas. Algunos de esos rasgos lo comparten liderazgos autoritarios como el de Putin en Rusia, Nayib Bukele en El Salvador, Recep Tayyip Erdoğan en Turquía, Benjamín Netanyahu en Israel y Narendra Modi en India. Son formas autoritarias de gobierno las que promueven las nuevas derechas, que las empareja con gobiernos como el de Xi Jinping en China, Maduro en Venezuela, Ortega y Murillo en Nicaragua o los Castro en Cuba. Gobiernos nóveles como el de Ecuador, de Daniel Noboa, coquetea con esos modelos. Ya no sirven las clasificaciones derecha-izquierda, la presente situación demanda auscultar con precisión cada movimiento y cada gobierno con categorías muy concretas sobre la promoción de la dignidad humana, la profundización de la democracia y el respeto por la libertad.

El caso europeo, al igual que el estadounidense, tiene un factor racial importante, cito a Calcaño Ortiz, ya que estamos frente a: “…una crisis de precarización en términos materiales (bajos salarios, desempleo, endeudamiento) (que) las ultraderechas supieron detectar todo esto a tiempo (especialmente en lo tocante a su dimensión existencial) y lo que han hecho es proponer un lenguaje político para que ese europeo blanco asustado y empobrecido exprese su molestia sin limitaciones morales, ni buenistas”. El mismo caso en Estados Unidos, Brasil y Argentina. Basta ver los videos que se difunden en las redes con expresiones como “fulano destruyó a mengano y sus argumentos”, o “fulano destroza (a tal o cual interlocutor o tema)” y por supuesto la apelación a la motosierra como arma política.

Esta extrema derecha seduce a sectores conservadores (los toma como tontos útiles) de las iglesias cristianas, apoyando la prohibición del aborto, pero realmente es parte de su visión misógina, que busca volver a recluir a las mujeres en sus casas (al mejor estilo Talibán). Tienen un odio visceral contra los migrantes pobres y los sectores con menos ingresos de sus respectivos países. Rechazo frontal contra la intelectualidad progresista y los científicos, por eso es común que culpen a las universidades, los centros de investigación y la prensa más profesional, por su defensa de los derechos humanos y la ampliación del bienestar social para todos los habitantes de cada país.

Tanto en Estados Unidos, como en Europa y Argentina, los discursos ultraderechistas se dirigen a reclutar a los hombres blancos, machistas, racistas o xenófobos, que viven la angustia de perder su protagonismo social y su nivel de ingresos. Son los perdedores del modelo neoliberal que tienen oídos para los radicales de derecha, por eso Trump es tan popular en la América rural y central, y en el mapa electoral de Alemania tiende a tener mayor fuerza en la parte oriental, o el caso de Hungría que su PIB está por debajo de la media europea.

El caso francés es digno de estudiarse, con sus niveles de marginación de la población francesa de origen árabe y africana. Señala un estudio de Humanium.org que “Francia tiene alrededor de 14,47 millones de niños, de los cuales el 22,8% estaban en riesgo de pobreza y exclusión social en 2021. Esta cifra representa alrededor de 3,3 millones de niños en total (Eurochild, 2022). UNICEF ha observado igualmente un aumento de la tasa de pobreza en Francia, «definida como la combinación de bajos ingresos y graves privaciones materiales y sociales», así como un aumento de la precariedad de las familias (UNICEF, 2022). Que la extrema derecha obtuviera un triunfo arrollador en estas elecciones europeas no es algo sorprendente, el deterioro de la vida social francesa viene cocinándose desde hace tiempo y a ritmo acelerado.