La pintora, escultora y escritora Leonora Carrington (1917-2011) nacida en el seno de una familia inglesa de clase alta, desde pequeña mostró su carácter rebelde e indomable, arruinando los planes de su padre, un magnate textil, sobre su futuro. Leonora fue expulsada de un sinfín de exclusivos colegios e internados, y a pesar de ser presentada en la corte real, tampoco mostró interés alguno por conseguir un adecuado novio.

En 1936 asistió a la primera exposición surrealista en Inglaterra donde descubrió y quedó fascinada con el movimiento en sí y con la obra de Max Ernst en particular.  Lo conoció personalmente en una cena un año después. Este hecho marcó la ruptura definitiva con su familia, y con apenas veinte años se mudó a Francia con Ernst, quien estaba oficialmente casado y era veintisiete años mayor que ella.

Leonora Carrington y Max Ernst, 1939, fotografía de Lee Miller

En París se acercó al grupo surrealista, pero chocó casi de inmediato con la visión retrógrada sobre las mujeres involucradas en el movimiento. "Aunque me gustaban las ideas de los surrealistas, André Bretón y los hombres del grupo eran muy machistas. Solo nos querían a nosotras como musas alocadas y sensuales para divertirlos, para atenderlos. No tuve tiempo de ser la musa de nadie… Estaba demasiado ocupada rebelándome contra mi familia y aprendiendo a ser una artista” – mencionó ella años más tarde. Esta rebeldía le atrajo el resentimiento de André Bretón, razón principal por la cual se fueron a Provenza al sur de Francia, donde la pareja tuvo una corta etapa feliz y donde Leonora pintó sus primeras obras importantes, entre ellas La Posada del caballo del alba.

Carrington, La Posada del caballo del alba, 1937-1938

El cuadro fue iniciado en Londres en 1937, un año después Leonora decide terminarlo.  Es su primera obra surrealista, llena de enigmas que incitan a descifrarlos y que se prestan a múltiples interpretaciones.

 

Se trata de su único autorretrato. La artista está en una misteriosa habitación, sentada en una silla. Nos observa con una mirada directa y desafiante. Está vestida con traje de equitación, su melena revuelta se agita en el aire como si estuviera movida por una brisa. Señala a una extraña hiena de ojos azules y abultadas ubres, más humanas que animales, que parece hechizada. Detrás flota en el aire una mecedora de juguete en forma de caballo. Por la ventana al fondo se observa un corcel blanco galopando hacia un bosque brumoso.

Cada elemento compositivo tiene un significado simbólico. La presencia de animales que se asocian a lo onírico y lo esotérico es un elemento común en su obra. La inclusión de lo salvaje en un ambiente doméstico representa la rebeldía y la lucha femenina por ocupar el lugar correspondido. La hiena podría interpretarse como el alter-ego de la artista, quien a menudo se identificaba con ese animal: “Soy como una hiena, me meto en los cubos de basura. Tengo una curiosidad insaciable.”

Los caballos son un motivo constante en las obras de Carrington. Se asocian a Epona, diosa de los caballos en la mitología celta, con la que pintora estaba muy familiarizada. Representan el Sol y la luz que vence a la oscuridad. En el cuadro hay dos de ellos. Uno es de madera y refiere a un objeto que la pareja realmente poseía, con el que Carrington se topó en un mercado de pulgas. Simboliza su pasado del que quiere alejarse y también podría asociarse a la figura de Max Ernst.  El caballo balancín está inmóvil, constreñido. Leonora le da la espalda, ya no desea verse eclipsada por la fama de su pareja, quiere liberarse de su dominio.

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Max Ernst con el caballo-balancín, 1938

El otro es un caballo blanco visto por la ventana, es un símbolo de la libertad conseguida, que galopa incansable hacia la niebla, hacia el futuro y lo desconocido. La yuxtaposición de su libertad contra el estancamiento del caballo balancín comunica la limitación que posiblemente sentía la artista en su relación.

La Posada del caballo del alba pone en evidencia su decisión de rechazar lo establecido, de nadar contra la corriente, es su manifiesto de libertad. Con este cuadro Leonora declara que llegó el momento de vivir la soñada independencia, lejos de la imposición paterna, de la limitada visión del rol de la mujer-musa en el mundo artístico.

Con el estallido de la Segunda Guerra Mundial, Max Ernst fue arrestado y recluido en un campo de concentración. Carrington huyó a España en busca de soluciones para liberarlo. Nunca más volvió a ver el autorretrato. Tras sufrir un colapso nervioso, la artista fue internada en un hospital psiquiátrico de Santander, donde fue sometida a un tortuoso tratamiento. Tiempo después, su padre ordenó que fuera enviada a otro sanatorio, esta vez en Sudáfrica. Mientras esperaba el barco que la llevaría a su nuevo destino desde Lisboa, Leonora Carrington se escapó a la embajada de México, donde trabajaba Renato Leduc, un poeta y amigo que había conocido en París. Se casaron para así ella obtener el pasaporte diplomático y poder huir de Europa.

Después de ser liberado, Max Ernst regresó a casa de Saint-Martin-d’Ardèche donde vivía la pareja y recogió las obras más importantes para él, incluyendo la Posaba del caballo del alba, para llevárselas a Nueva York, donde logró llegar en 1941 con la ayuda de la coleccionista de arte Peggy Guggenheim, con quien también entablaría una relación sentimental. Allá el cuadro llegó a manos del marchante de arte Pierre Matisse, el hijo menor del pintor francés Henri Matisse, y tras su muerte, la pintura fue heredada por su viuda Maria-Gaetana Matisse. En 2002, el Autorretrato fue donado al Museo Metropolitano de Arte por la Fundación Pierre y Maria-Gaetana Matisse donde se encuentra en actualidad.

Leonora Carrington se instaló en México a partir de 1942, dejando atrás para siempre internados de monjas, manicomios y a su familia, para empezar una nueva vida en el país donde ella se sintió cómoda, querida y valorada desde el momento de su llegada. Excéntrica incorregible y ambidiestra “como todos los locos”, según decía, Leonora Carrington pasó a la historia como la artista surrealista mexicana.  Nunca regresó a Inglaterra, aunque nunca perdió su acento británico; tenía una foto de la Reina Isabel colgada en su cocina y conservó la costumbre de tomar té a las 5 de la tarde, pero acompañado con un shot de tequila.

Leonora Carrington en su taller, 2000, fotografía de D. Aguilar

La novia del viento”, como la bautizó Max Ernst, “una mujer indomable, un espíritu rebelde, una leyenda”, según Elena Poniatowska, “hechicera hechizada” como la apodó Octavio Paz, definida por Luis Buñuel como “la que nos libera de la miserable realidad de nuestros días”, se adelantó a su tiempo rompiendo con las reglas sociales y las relaciones autoritaria, desarrolló un lenguaje único que le permitió ocupar un lugar propio en el panorama artístico del arte moderno. Leonora Carrington es inconformismo, es libertad y es magia.