Brillante, explosivo, descarado, innovador, se creía “el rey del mundo” y el Papa Urbano VIII lo llamó “el arquitecto de Dios” por la belleza de sus obras.

G. L. Bernini, Autorretrato, 1623.

“El genio y la maldad son incompatibles”, escribió el poeta ruso Alexander Pushkin en su tragedia Mozart y Salieri. Parecería cierto, pero la historia está llena de casos contrarios. Uno de ellos es el de Gian Lorenzo Bernini (1598-1680), máxima figura del Barroco italiano. Escultura, pintura, arquitectura, restauración, escenografía, diseño, poesía, dramaturgia… No solo desarrolló todas estas disciplinas, sino que además las ejecutó con maestría y destreza.

Fue un artista precoz. A los ocho años comenzó a tallar en mármol sus primeras obras. Creó, según él, La Cabra Amaltea cuando apenas tenía entre diez y doce años.

Cabra Amaltea, 1615

Ser un niño prodigio le desarrolló un ego tan grande como su talento.  Brillante, explosivo, descarado, innovador, se creía “el rey del mundo” y el Papa Urbano VIII lo llamó “el arquitecto de Dios” por la belleza de sus obras.

Además de temas religiosos y mitológicos, retrató a los Papas, cardenales y reyes. Y entre todos estos retratos se destaca uno en particular, el de Constanza Buonarelli.

Constanza Buonarelli, 1636-1637

 

Tras este único retrato femenino y uno de los pocos que realizó sin encargo se esconde un escándalo que hoy parecería sacado de una telenovela.

Para poder cumplir con sus numerosos compromisos, Bernini requería de varios ayudantes. Uno de ellos, Matteo Buonarelli, entró a su taller en 1636. La belleza de su joven esposa Constanza conquista a Bernini y se convierten en amantes.

Su busto, esculpido entre 1637-1638, es una de las creaciones más personales del genial escultor.  Parece retratada justo después de un encuentro íntimo. La representa en una pose natural, con el cabello desarreglado, la camisa arrugada, desabrochada y la boca entreabierta, insinuante.  Probablemente la obra fue concebida para uso privado, para poder ver a diario a su amada.

La relación duró unos dos años, mientras el marido de Costanza trabajaba para el maestro en la basílica más sagrada del cristianismo, la de San Pedro en el Vaticano.

A finales del verano de 1638 estalló el escándalo que estuvo en boca de toda Roma. Gian Lorenzo Bernini, sospechando que Constanza tenía otro amante, se volvió loco de celos.

Para comprobarlo le tendió una trampa. Le dijo que salía de viaje y no regresaría hasta el día siguiente, pero pasó la noche entera acechando su casa; al amanecer descubrió que efectivamente Constanza tenía otra aventura y era nada menos que con Luigi Bernini, su propio hermano.

Luigi Bernini

Enfurecido, Gian Lorenzo dio a su hermano una paliza con una barra de hierro rompiéndole dos costillas y lo persiguió por las calles de Roma hasta que aquel logró esconderse en la Basílica de Santa María la Mayor. La madre de ambos, Angélica Galante, tuvo que escribir una carta al cardenal Francesco Barberini pidiendo que interviniera para calmar la ira de su hijo mayor. El propio papa Urbano VIII salió a la defensa de Gian Lorenzo calificándolo como “hombre raro, ingenio sublime y nacido por disposición divina y para gloria de Roma, para iluminar este siglo”.

 

Pero la historia no termina allí. El “arquitecto de Dios” envió a uno de sus criados a la casa de los Buonarelli simulando llevar un regalo para Constanza. Siguiendo las órdenes de Bernini, el hombre le cortó la cara con una navaja, dejándola marcada de por vida y en tan mal estado que fue necesario llevarla a un hospital. Y se dice que Bernini mismo, no satisfecho aún, también le cortó la cara a su infiel amante en un retrato de ambos que el artista guardaba en su casa.

¿Cuál fue el destino de los cuatro implicados en este crimen?  El criado que hirió a Constanza tuvo que cumplir una condena en prisión.

Luigi se escapó de Roma y se refugió en Bolonia durante un año. Más tarde volvió a trabajar con su hermano en importantes encargos. Sin embargo, siguió metido en problemas y fue encarcelado por golpear brutalmente y violar a un menor de edad.  Gian Lorenzo pagó una indemnización a la familia del niño e incluso consiguió que la Reina de Suecia testificara en defensa de su hermano.

A pesar de ser el autor intelectual de la horrenda agresión a Constanza, Gian Lorenzo Bernini continuó su vida sin consecuencias. “Quien no sale de la regla no la salta nunca”, decía Bernini a sus alumnos. Pues salió y la saltó: su principal mecenas, el Papa Urbano VIII, lo absolvió. Apenas fue condenado a pagar una multa de tres mil escudos, que irónicamente equivalía al valor de un busto y que más tarde fue anulada. Luego de una cariñosa reprimenda el Papa lo “castigó” obligándolo a casarse. Tuvo un matrimonio feliz que duró treinta y cuatro años con la bella Caterina Tezio, que le dio once hijos. Protegido por casi todos los Papas Bernini siguió con su brillante carrera hasta su muerte en 1680.

La víctima, sin embargo, fue acusada de adúltera y estuvo presa en un monasterio durante cuatro meses.   En abril de 1639, después de escribir una desgarradora súplica al gobernador,​ Constanza fue “devuelta” a su marido. Juntos crearon un floreciente negocio como marchantes de arte, que ella sostuvo sola después de enviudar.

A su muerte, en 1662, el destino la unió de nuevo con sus dos amantes. Por alguna razón no fue enterrada junto a su marido en la cripta de la parroquia de los Santos Vincenzo y Anastasio, sino en la basílica de Santa María la Mayor, la misma donde se escondió Luigi perseguido por su hermano celoso y donde más tarde estarían sepultados ambos hermanos.

Basílica de Santa María la Mayor, Roma

Con el tiempo se olvidaron los detalles de este drama y la mayoría de sus protagonistas. Gian Lorenzo Bernini es recordado hasta el día de hoy como un genio del arte, pero pocos conocen el otro lado de la moneda. Sólo quedan historias tras la historia.