Tienes que tener muchas ganas e ingenio para salirte con la tuya, sobre todo, si eres una mujer del siglo XVII y quieres ser pintora. Comenzando con que no te está permitido asistir a un taller, forma habitual de aprendizaje en aquel entonces, lleno de discípulos varones. Tampoco puedes tomar clases de dibujo anatómico que implican observar modelos desnudos. Con tantas limitaciones las posibilidades de ser una artista son muy reducidas. Además de talento natural, se requiere tener un pariente pintor dispuesto a enseñarte el oficio. Y luego, como la mayoría de los temas está vetada para mujeres, sólo puedes aspirar a pintar algún tema “menor”, como, por ejemplo, los bodegones. ¡Ni siquiera puedes pintarte a ti misma! Son tiempos en que los autorretratos son prerrogativa de artistas de mucho renombre, como tus contemporáneos Rubens, Snyders o van Dyck. Sin embargo, encontraste la manera de vencer todos los obstáculos y convertirte en una pintora.

Se trata de Clara Peeters, y es lo único que sabemos con certeza sobre ella. Podría decirse que es una mujer enigmática por los escasos detalles de su vida que se pueden encontrar. Hay muchos datos contradictorios, ni siquiera se saben con exactitud sus años de vida, los detalles de su formación artística o de su vida personal.

Trabajó en Amberes y probablemente en Ámsterdam entre 1607 y 1621. Es autora de treinta y nueve bodegones repartidos en diferentes museos y colecciones privadas en los que flores, frutas, panes, quesos y mariscos están acompañados de jarras doradas, copas de vidrio soplado y platos de porcelana china, y en los que muestra una técnica virtuosa en la reproducción de las texturas y más mínimos detalles.

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Peeters, Bodegón con quesos, almendras, dátiles y pretzeles, 1615.

Las obras de Clara se convirtieron en una especie de clases de historia. Nos muestran una detallada información sobre las costumbres, los gustos y la cotidianidad de su época. A través de la lujosa vajilla en la que se servían frutas, aves, sal, pescados, mariscos, varios tipos de quesos y aceitunas, alimentos importados y exóticos, Peeters está retratando la vida de la alta burguesía de los Países Bajos, entre la que estaba la gran parte de su clientela.

Y aunque la naturaleza muerta era muy popular durante el barroco y hubo otros maestros que se han destacado en este género, Clara Peeters introdujo más de una innovación en sus cuadros. Así, le debemos el primer bodegón con pescado fresco.

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Peeters, Bodegón con pescado, vela, alcachofas, cangrejos y gambas, 1611.

Además, sus cuadros tienen un aditamento que podemos considerar como un género novedoso de pintura: el del “autorretrato escondido”. En algunos de sus cuadros aparecen detalles casi imperceptibles como su nombre grabado en un cuchillo, o autorretratos en miniatura reflejados en las superficies brillantes de algún objeto.

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Peeters, Mesa con mantel, salero, taza dorada, pastel, jarra, plato de porcelana con aceitunas y aves asadas (detalle) 1611.

Definitivamente, un recurso sorprendente y al mismo tiempo un buen recordatorio de que un artista, aunque esté pintando un insignificante jarrón con flores, siempre se estará pintando a sí mismo.

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Peeters, Naturaleza muerta con nueces, dulces y flores (detalle), 1611

La artista estaba especialmente fascinada por la incidencia de la luz sobre los objetos metálicos y sus reflejos. Su rostro apenas perceptible, camuflado quizás por cautela, para no disgustar a sus colegas y no parecer demasiado atrevida, aparece en, al menos, ocho de sus obras. Se refleja desde diferentes puntos de vista adaptados a la superficie de las copas o las jarras.  Clara muestra un absoluto control sobre los ángulos, la escala, la perspectiva, la minuciosidad.

Algunas veces, Clara aparece pintando, como en el Bodegón con flores, copa de plata dorada, frutos secos, dulces, panecillos, vino y jarra de peltre o en Naturaleza muerta con flores y copas doradas.

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Peeters, Bodegón con flores, copa de plata dorada, frutos secos, dulces, panecillos, vino y jarra de peltre, 1611

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Los reflejos del sutil resplandor nos revelan a la autora con una paleta y pinceles en la mano, siempre seria, con la mirada oculta.

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C. Peeters, Naturaleza muerta con flores y copas doradas, 1612

Clara Peeters nos habla a través de detalles, de su rostro siempre velado, en forma de reflejos a veces invertidos, a veces en la sombra, contándonos su historia borrada de la memoria artística por casi cinco siglos, una historia más… tras la historia.