La historia es un asunto del presente. Es el esfuerzo de construir una explicación sobre hechos pretéritos en base a las evidencias que tenemos en la actualidad y la aplicación de diversas ciencias para comprender lo acontecido. En el discurso que se edifica a partir de esos elementos influyen ideologías que gravitan en la mente de los historiadores, de los docentes de dicha disciplina y de quienes a partir de las investigaciones históricas producen textos que integran lo conocido de lo ocurrido (filósofos, sociólogos, politólogos, antropólogos, etc.). No es de extrañar que en torno a un hecho del pasado existan muy diversas explicaciones y en algunas ocasiones alguien, con algún tipo de evidencia, ponga en duda que tal hecho haya ocurrido.
Los manuales de historia para escolares son usualmente los que tienen mayor carga ideológica, ya que sus autores regularmente se consideran responsables de prender en la mente y corazón de los niños y jóvenes sentimientos patrióticos y admiración por determinadas figuras pretéritas. En muchos casos los argumentos de dichos manuales están preñados de racismo, misoginia, xenofobia y culto a la violencia. Esa siembra terrible en los niños y adolescentes dan frutos amargos cuando siendo adultos asumen el desprecio por pueblos, razas, géneros… Los mitos que le inculcaron en la escuela los hacen más prestos para la guerra que para la paz, para matar en lugar de dialogar, para actuar en lugar de pensar.
Grave es cuando las muchas mentiras históricas se convierten en sentido común en los medios de comunicación y los discursos políticos, entonces pueblos enteros son arrastrados a proyectos insensatos que provocan miles o millones de muertes y únicamente favorecen los intereses económicos y de poder de minorías que se esconden tras bambalinas. Una mentira, como el antisemitismo propagado por Hitler o la falsa existencia de armas de destrucción masivas en Irak, destruyeron millones de hombres, mujeres y niños, aniquilaron familias completas y todavía padecemos sus consecuencias. Las falacias en torno a la guerra de Ucrania y Rusia, las manipulaciones groseras de la masacre en Palestina, la negación de los crímenes de la dictadura militar argentina de parte de Victoria Villarruel o los dislates de Trump en torno a la Guerra de Secesión, son evidencias de como las explicaciones históricas se convierten en manipulación ideológica.
Todo quehacer histórico y las narrativas que genera debe dar cuenta no solo de sus fundamentos objetivos a partir de evidencias sólidas, sino también de las coordenadas sociales, económicas y políticas que impulsan en el presente. Ocultar la agenda real de los textos e interpretaciones es manipulación. De hecho, acogiéndome a la crítica del historicismo de Popper, no existe un curso necesario en los procesos históricos, salvo la voluntad y las posibilidades de dirigir el curso de los acontecimientos presentes hacia el futuro. Se trate de la existencia personal de cada uno o liderear los procesos sociales, movilizando a hombres y mujeres hacia un objetivo, siempre estamos expuestos a acontecimientos fuera del alcance de los actores, sobre todo de lo impredecible.
Cuando Luis XVI asumió el poder de Francia el 10 de mayo de 1774 imaginaba que moriría con la corona en su cabeza y que le heredaría en el trono un hijo suyo, lo que menos imaginaba era que sería derrocado por una revolución tan poderosa que cambió todo el mundo occidental y que él sería guillotinado el 21 de enero de 1793. No pudo, aun teniendo todo el poder de la monarquía francesa, impedir ese destino. Pretender que eso debía ocurrir necesariamente es ideológicamente sesgado por los que proponen que la burguesía debía necesariamente llegar al poder en Francia y de esa manera en particular. Semejante al hecho de que Cristóbal Colón debía llegar a un continente nuevo en 1492, que él siempre creyó era la India, China o Japón. Por supuesto que era altamente probable, lo vemos desde el presente, que con el desarrollo náutico de ese tiempo y las exploraciones portuguesas de la costa africana, que alguna nave alcanzara alguna isla del Caribe y tuviera también la suerte de regresar a Europa y anunciar su hallazgo.
La historia de República Dominicana está plagada de coyunturas que hubiesen cambiado el curso de su devenir que hoy conocemos. Las tropas criollas pudieron ser derrotadas en 1809 y la dominación francesa continuar en la parte oriental de la isla, o que tropas haitianas las hubiesen desalojadas, como lo intentaron en 1805 sin éxito. Sin la reforma de la constitución de Herard a finales de 1843 es muy probable que los trinitarios no hubiesen recibido el respaldo de los hateros para el golpe de febrero de 1844 y seríamos todavía parte de Haití. O qué hubiese pasado si Santana hubiese muerto antes de 1858, o si Caamaño hubiese perecido en el ataque al puente Duarte en abril del 1965.
Juan Bosch tiene una tesis muy peculiar sobre el origen de Trujillo. Él señaló que el sátrapa era la consecuencia de tres invasiones extranjeras a nuestro país. Del lado materno era descendiente de la ocupación haitiana, del lado paterno de la anexión a España y él mismo fue producto de la dictadura militar norteamericana del 1916 al 1924 que lo catapultó a ser el jefe militar del país y en 1930 terminó siendo el jefe político del país por casi 31 años. Es una tesis que despierta la imaginación, pero detrás de esos hechos no hay una necesidad histórica.
La democracia dominicana puede rastrearse hasta el encuentro entre Cotubanamá Henríquez y Juan Bosch en Puerto Rico en 1938 y la posterior impresión de las Obras Completas de Hostos en Cuba que llevó a Bosch a dicha nación en 1939 donde se formó cabalmente como político. Bosch sobrevivió a Trujillo y llegar al país el 20 de octubre de 1961, y en 14 meses ganar las elecciones del 20 de diciembre del 1962, constituyendo su gobierno de siete meses y la Constitución que impulsó, el paradigma de la democracia dominicana hasta el día de hoy. Pero todo eso es nuestra óptica desde el presente sobre los hechos que ocurrieron y que pudieron no haber pasado, por lo que si hubiesen sido otros los acontecimientos seríamos una sociedad diferente.