La historia, en cuanto ciencia, no es un relato que narra hechos acontecidos en el pasado. En cuanto disciplina de las ciencias sociales la historia tiene dos elementos que definen su carácter científico, uno -el más comentado- es apoyarse en fuentes (documentos, restos arqueológicos, evidencias genéticas, etc.) críticamente analizadas, el otro es la articulación de la interpretación de los fenómenos sociales en función de una teoría que comprenda la realidad material de la vida social del ser humano.

Descuidar el primer elemento conduce a la literatura histórica (que es una expresión creativa, pero no científica), carecer del segundo convierte a la interpretación histórica en armas ideológicas que justifican los sistemas de explotación de los pueblos, el racismo, la discriminación de las mujeres y las minorías, y el chovinismo (propio de los manuales de historia patria). En República Dominicana hemos avanzado en el rigor de las fuentes, pero seguimos muy atrasados en los procesos interpretativos. Las camadas de jóvenes historiados formados al nivel de programas doctorales prometen impulsar el desarrollo de un ejercicio de la investigación histórica de alto nivel científico.

La ideología, que no necesariamente es una imagen falsa de la realidad, sino que es (Althusser) un conjunto de normas-imágenes en las cuales los individuos se reconocen y se comportan de manera que corresponda con esas imágenes. O como destaca Villoro que la ideología efectúa una falsa generalización de conceptos que corresponden a condiciones sociales particulares y expresan intereses de una clase, y que esa falsa generalización sirve al dominio de una clase. Las distorsiones de la autocomprensión como sujetos sociales de las nuevas generaciones que generan las interpretaciones pseudohistóricas y la masiva influencia de las redes sociales, bloquean que podamos como sociedad enfrentar nuestros verdaderos problemas, lograr equidad y progresar en conjunto. Sin darnos cuenta reforzamos los mecanismos con que nos explotan.

Entre los historiadores que se conocen por sus publicaciones luego del fin de la dictadura de Trujillo unos pocos demuestran gran rigor como investigadores e intérpretes del pasado de nuestra sociedad. La mayoría siguen atrapados en la justificación de la estructura de dominación que ha provocado la miseria de la mayor parte de nuestro pueblo, tanto de las clases dueñas del capital, como de la actividad depredadora del imperialismo (incluidas las agresiones militares que han suspendido nuestra soberanía). Y se muestra en los discursos racistas (contra los haitianos) y machistas (que hasta en nuestro himno aparece), que son discursos ideológicos heredados del trujillismo y se evidencia en miles de páginas de textos que son una ignominia para nuestra cultura y desarrollo como sociedad civilizada.

La baja calidad de nuestro sistema educativo en sentido general (con excepciones muy notables) es la responsable de la mediocridad generalizada en ciencias naturales, ciencias sociales, matemáticas y dominio de la lengua materna. Las evaluaciones internacionales nos colocan en nuestro justo lugar (el último), a pesar de que se han invertidos miles de millones de dólares en la última década en el sistema educativo público. En el caso de los manuales de historia patria han sido consecuencia y causa de tal estado lastimoso. Consecuencia de autores comprometidos con la ideología trujillista (mi generación lo padeció) y causa de que algunos de los textos generados -por historiadores y pseudohistoriadores- que propagan tonterías como centrar la historia dominicana en torno al gobierno de Boyer y Herard (inventando todo tipo de absurdos), y la separación del 27 de febrero del 1844 que fue controlada por el sector más reaccionario y que mediante sus gobiernos autoritarios condujo a la anexión a España en 1861.

El relato sobre Duarte y los trinitarios ha sido magnificado para tender una neblina sobre los procesos económicos y políticos que efectivamente dirigieron el Estado dominicano entre 1844 y 1861. La utilidad de ese artilugio ideológico es impedir que los jóvenes actuales no puedan auscultar las causas profundas de la explotación de la sociedad dominicana y se distraigan pensando que el origen de nuestros males son los haitianos. El culto a Duarte por parte de una logia de supuestos “patriotas” y el cenáculo de la Academia que ensalza a un criminal formado en la dictadura, son mecanismos para prolongar en el tiempo un modelo político autoritario y racista que debió agotarse hace décadas y que no ocurrió por la permanencia en el poder de uno de los presidentes títeres del sátrapa. Tal como señaló Bosch en varias ocasiones, tenemos un serio atraso como sociedad. Basta con compararnos con Suramérica para notar cuanto nos falta para llegar al siglo XXI (algunos dirán que al XX).

No bastará con superar esas visiones ideológicas para avanzar, pero ayuda, ya que se impone cambiar las estructuras económicas, sociales y políticas para alcanzar una democracia madura y una economía sustentable y justa, y eso solo es posible con la participación del pueblo con un liderazgo político comprometido con el bienestar de todos. Ya no contamos con líderes como Juan Bosch y José Francisco Peña Gómez, y sus seguidores abandonaron sus compromisos con el pueblo antes incluso que sus cadáveres se enfriaran. No podemos adivinar cual será el futuro de la sociedad dominicana, si sabemos de sus lastres y sus potencialidades.

Los docentes tienen la tarea de inculcar criterios críticos en sus alumnos a la hora de examinar la historia dominicana en sus textos. El riesgo es alto, recientemente desde el MINERD una funcionaria demandaba que se hablara de los aspectos positivos del trujillismo en una propuesta de documental. Requerimos mejores textos, mejores profesores, y gestores educativos comprometidos con la democracia, la justicia y el progreso. Desideologizar la interpretación histórica y su enseñanza es tarea actual para todos los que investigamos y publicamos en humanidades y ciencias sociales.