Hipólito Mejía fue el heredero político más aventajado de José Francisco Peña Gómez, luego del fallecimiento del máximo líder del Partido Revolucionario Dominicano, en 1998.
Al erigirse como líder del PRD en el 2000, Mejía llegó con un perfil personal e intelectual muy distinto al de los líderes que, hasta entonces, ocuparon el escenario político principal del país: Bosch, Balaguer, Peña Gómez , Jorge Blanco y Leonel Fernández.
Estos poseían un bagaje discursivo e intelectual de un nivel culto; en cambio, Mejía se caracterizó por un nivel expresivo popular, cuyo rasgo más caracterizado era el uso espontáneo y llano de la lengua, como mostramos en nuestra obra El habla coloquial de Hipolitito Mejía .Estudio de un idiolecto,2004.
El perfil de Antonio Guzmán Fernández — otro expresidente de la República salido de las filas del PRD— y el de Mejía mostraban mayor cercanía por la impronta en ambos de lo popular y lo campechano.
Aunque, eran también distintos en esas manifestaciones: la hidalguía y comedimiento en el primero; aplebeyamiento y desmesura, en el segundo.
En gran medida, gracias a esos atributos personales y culturales, Mejía asumió la presidencia de la República durante el período 2000-2004. Luego de que Juan Bosch abandonara el PRD en 1973, fue el tercer dirigente de esa organización en ocupar la más alta función del Estado. Le antecedieron Antonio Guzmán y Salvador Jorge Blanco.
Precisamente, la espontaneidad y sencillez en su expresión le atrajeron simpatía en la población, que le dispensó un apoyo importante en la campaña electoral del año 2000. Aunque luego esa ventaja no le favoreció durante sus cuatro años de mandato, de 2000 a 2004, sobre todo cuando intentó reelegirse como presidente de la República en 2004.
El rechazo a su reelección fue un contundente mensaje de que pueblo había desaprobado su gestión de gobierno. Eso significó una gran distancia con el electorado por la insuficiencia de su mandato y por el estilo de comunicación del Mejía presidente.
Su discurso no era propio de un presidente de la República, sino de una persona común. Su expresión chabacana se distanciaba del cargo que representaba.
Esa falta de sintonía entre el discurso y la función presidencial se conoció desde el mismo acto de juramentación con el incidente de la “página extraviada”.
En la lectura del discurso, el recién juramentado presidente se le extravió una página, la cual no pudo encontrar. Ese hecho discursivo fue una mala señal que le acompañó durante toda su gestión de gobierno.
En ese discurso de juramentación, el 16 de agosto de 2000, la imagen presidencial perdió solemnidad con ese incidente, a pesar de que Mejía, en el contenido y el tono de su discurso, se perfiló con los atributos que tradicionalmente adornan al presidente constitucional en esa ocasión.
Los tópicos principales de ese discurso retomaron en forma enfática aquellos que cada uno de los presidentes que le antecedió colocó en el tapete de la agenda pública. El énfasis estaba en la forma personal en que Mejía enunciaba su discurso con el empleo repetido del pronombre yo.
Obsérvese ese estilo personal marcado:
- “Estoy plenamente consciente de la responsabilidad…”
- “Estoy decidido a poner fin al tiempo de las promesas…”
- “Voy a gobernar desde una casa de cristal…”
- “Lo he dicho hasta el cansancio…”
- “No seré yo ni el gobierno que presidiré…”
- “El programa de gobierno que me ha servido de plataforma…”
- “Haré todo el esfuerzo necesario para alcanzar la seguridad alimentaria de la nación…”
- “Promoveré la rehabilitación y construcción de viviendas…”
- “Le daré un giro total a los sistemas de gestión…”
- “Prometo trabajar como un verdadero gerente…”
- “Propugnaré por el respeto y colaboración entre el Estado y las iglesias…”
- “Reitero que trabajaré con aquellos hombres y mujeres…”
En cada uno de los párrafos del discurso de juramentación, Mejía ponía por delante un perfil de presidente unipersonal, enérgico y decidido. No hablaba en nombre del partido, de ideas o instituciones.
Así, en ese estilo, pronunció todos sus discursos de ejecución durante cuatro años. Y ese estilo no fue solo un asunto formal, sino que denotó desde el inicio de su mandato, la característica de un autoritarismo democrático.
Sin embargo, ese autoritarismo estaba basado en el Estado de Derecho, como tópico principal que Hipólito Mejía abrazó en su discurso de juramentación, cuando fundamentó su mandato en la Constitución y las leyes:
“Al juramentarme como presidente de la República, deseo comenzar mis palabras ratificando el solemne compromiso de cumplir y hacer cumplir la Constitución, las leyes de la República y los acuerdos internacionales que conforman el ordenamiento jurídico del Estado Dominicano”.
A ese respecto, no hubo durante el gobierno de Hipólito Mejía negación del Estado de Derecho. En términos formales, la democracia dominicana funcionó con base en principios y valores constitucionales: separación de los poderes del Estado, derechos y libertades del ciudadano y respeto a la voluntad popular a través de elecciones libres.
En ese sentido, la democracia política se mantuvo dentro del marco de la tradición inaugurada en 1963, con algunos sobresaltos debidos al estilo autoritario del presidente, pero sin interrupción de los procesos fundamentales: respeto a las leyes, libertades individuales, elecciones.
En el país ese tópico había sido asumido por la sociedad y el Estado y había sido respetado en los últimos gobiernos. En el 2000 no fue un asunto de mucha atención y no fue un énfasis en el discurso de Mejía. Él se refirió muy poco al Estado de Derecho, a la libertad, a los derechos humanos, etc.