Se le voló, o le escondieron una página en su discurso de toma de posesión el 16 de agosto de 2000, fue derrotado ampliamente por el Diablo, en una encuesta de una emisora de Dajabón, la quiebra de un banco- del que fue beneficiario- lo sacó del poder y, aconsejaba a los ciudadanos que se quejaban de que la calle estaba dura, que cogieran la acera.

Lo conocí haciéndole trabajos de seguridad en la campaña, primero desde el Cruce de Cabral, hasta Pedernales, y meses después, en un recorrido por toda la provincia de Puerto Plata. Nos despedimos, en un improvisado helipuerto en el estadio de aquella ciudad, y ya sentado en un helicóptero, abrió un fino maletín de cuero repujado, lleno de billetes nuevos, me entregó catorce mil pesos de dieta, tomé mi parte y el resto lo repartí a mis compañeros del operativo.

En este personaje de la política dominicana persiste el vacío de contenido, la falta de profundidad conceptual y estratégica, predomina la chercha en su lenguaje, la caquexia intelectiva y, una gran capacidad para lo vulgar, que lamentablemente entretiene y divierte a las masas. Con ese gracejo insolente y vacuo, a veces indiscreto y vulgar, como cuando dijo que tenía treinta y siete años dando astilla con su esposa.

Octogenario, lo conoce todo el país, precisamente por ese carácter, o falta de carácter arriba descrito, entre otras cosas peores. Por ejemplo, en su gobierno, si se denunciaba un funcionario por alegada corrupción administrativa, lo defendía a uña y dientes, diciendo que era amigo suyo y para él la amistad es algo sagrado. Es decir, anteponía las querencias personales y los abrazos y sancochos compartidos y los compadrazgos, al interés nacional, a la necesaria e impostergable lucha contra la corrupción que nunca tuvo lugar en su payasesco gobierno.

Su intentona reeleccionista fue un fracaso total. La gente quería salir de él, todos lo queríamos fuera de palacio, donde no debió entrar jamás, si no fuera porque, utilizando el recuerdo y el probable suicidio del presidente Antonio Guzmán, y vendiendo las cosas positivas de aquel gobierno, como suyas, por haber sido secretario de agricultura,  consiguió la candidatura por el Partido Revolucionario Dominicano, y tuvo, puede decirse, la suerte del sentido deceso del líder histórico del más grande partido de masas de nuestro país, José Francisco Peña Gómez.

Al parecer, las masas que no piensan y olvidan pronto, quisieron dar un voto en favor de la memoria del líder negro, de no negadas raíces haitianas, a quienes, las oligarquías y el poder político más rancio y conservador, se dedicó a impedirle llegar a la presidencia de la República. El mayor y más grave expediente en contra de Peña Gómez era el color de su piel y su racialidad. Nada más.

Durante el acto del Frente Patriótico, el Licenciado Joaquín Balaguer proclamó a voz en cuello, que el camino malo estaba cerrado, refiriéndose, fuera de toda duda a las pretensiones de Peña Gómez, de llegar al palacio nacional, ese mismo Peña Gómez que él había engañado como a un niño con su propuesta de un dos más dos, que sabía que nunca habría de cumplir.

Hipólito salió desastrosamente de la presidencia en 2004, con el dólar por las nubes y sin control, subiendo hasta más de sesenta por uno, con respecto al peso, cuestionado por las alegadas prebendas y beneficios de la “pepecard“, del Baninter, donde habitaban todas las posibilidades de corrupción y peculado, dejándole la factura del hoyo financiero, al pueblo. Salió del gobierno, pero no salió del poder. Se ha mantenido dando declaraciones cherchosas a los medios de prensa, que, con total desparpajo y para consumo de las masas, algunos medios se apresuran a publicar.

Ya en sus últimos años se dedicó a ser canchanchán de Danilo Medina, emitiendo abiertamente declaraciones sobre esa terrible administración, sin tomar en cuenta que, al menos formalmente, pertenece al partido de Gobierno. Es así, todo lo Hipólito que pueda ser, aferrado a ese modelo que desgraciadamente para la nación dominicana, le ha resultado muy ventajoso: hacer de la política un carnaval y dirigir el estado como un charlatán de feria.