«Las almas grandes están siempre dispuestas a hacer de una desgracia una virtud. Existe además un atractivo irresistible en hacer un bien en aquello en lo que lo demás ven un motivo de reproche: la inocencia tiene el atractivo propio del vicio». -Honore de Balzac-.

He dedicado gran parte de mis anhelos a la búsqueda sin respuesta de una razón ideológica que me permita coincidir con quien se ha convertido, sin que alguna vez me lo propusiera, en el paradigma de líder al que cualquier hijo de vecino quisiera emular. En esa búsqueda vana, he comprendido que me inspira más el hombre que el político atrapado en unas circunstancias sui generis, que no pudiendo desmarcarse del primero, juega a la libre en una sociedad cargada de prejuicios.

El resultado de esta forma de ver y vivir la vida, le ha permitido la dispensa social y la admiración colectiva de sus compatriotas, aún de quienes, motivados por las mezquindades acorazadas en las almas envidiosas que no le perdonan haber ocupado el escalón más alto con el que se premia la lucha de poder, ven a este hombre de pocas poses, un ser digno de respeto con un alma noble, una gran firmeza, la mejor de las convicciones y una templanza tan robusta como su fe. Dotes distintivos entre los seres especiales que trascienden a la mayoría.

En lo que refiere a su accionar en la carpintería político-electoral, ha podido comprender sin mayores contratiempos, el rol que desempeña en esta etapa de consolidación de un liderazgo ratificado con el cariño expresado por sus correligionarios y refrendado por un pueblo que no ha escatimado esfuerzos para expresar sus afectos. Este ilustre ha procurado, contra los pronósticos de sus adversarios, apostar a la preservación de la marca que construyó, dejando atrás el sacrificio que supone abandonar un hogar del que no se quiere partir.

Dotado de la experiencia que producen tanto el tiempo, como los errores del pasado, se erige protector de las acciones del gobierno que coadyuvó a construir y el que defiende con el ímpetu ya conocido por todos, como el celoso guardián capaz de ofrendar su vida en aras de salvaguardar la familia que le dio cobijo. Manto que no está dispuesto a dejar en manos de aventureros que hacen de la política un mecanismo de vinculación social e instrumento de enriquecimiento.

No pierde esa fe que predica en las generaciones nuevas; lo predica y lo practica. De su patio han salido grandes promesas para la consecución y estructuración de un sistema decente que haga de la ciencia del dominio del aparato público una herramienta de servicios dedicada a las mejores causas del país. También aspira a la realización de un gobierno enfocado en devolver a los dominicanos la confianza en los actores políticos. Y no ha perdido su vocación de servir sin más interés que el de generar los cambios urgentes en esta tierra de múltiples carencias.

Me inspiró. Me inspiran su desapego al elogio, su manera directa y franca de decir las cosas, su honradez indiscutida, su disposición al escrutinio público, su transparencia de vida, la cercanía con los de a pie, su felicidad, ahora lacerada por la falta de su alma gemela, y la abnegación con que se entrega a su familia. Me orientan su forma de hacer política, su coraje y su capacidad de resistir las calumnias e injurias sin perder jamás el paso.

He llegado a la conclusión más simple que un análisis profundo pudiera tener como resultado. Y es que, no necesito excusas de carácter conceptual para admirar a un hombre tan auténtico, que no hay poder capaz de variar su filosofía de vida. El guía que, para reforzar mi opinión como diría Balzac, tiene «un atractivo irresistible en hacer un bien en aquello en lo que lo demás ven un motivo de reproche». El hombre cuyos pasos hacen del líder un ente de moderación y equilibrio en tiempos enfocados en el cambio.