Los genocidas, sobre todo los asesinos de niños, tienen en Herodes su paradigma. “Herodes entonces, cuando se vio burlado por los magos, se enojó mucho, y mandó matar a todos los niños menores de dos años que había en Belén y en todos sus alrededores, conforme al tiempo que había inquirido de los magos” (Mateo, 2:16) Los asesinos de niños buscan cancelar el futuro, tal como Herodes, evitar que un rey infante terminara desplazándolo del poder. Semejante al relato del Éxodo, 11:4-5 “A la medianoche pasaré a través de todo Egipto, y todos los primogénitos egipcios morirán, desde el primogénito del faraón, que se sienta en su trono, hasta el primogénito de la sierva que trabaja en el molino” Sin descendientes el tiempo se detiene, finaliza la continuidad de la vida, los egipcios son puestos al borde de su aniquilación, por supuesto es el mensaje del texto, no necesariamente la descripción de un hecho real.

Sobre el relato de Herodes hay serias dudas de su veracidad histórica, ya que al igual que otros relatos de los Evangelios fueron articulados para justificar el cumplimiento de las escrituras veterotestamentarias. Por otra parte, para cualquier cristiano con algo de lucidez espiritual es imposible que Dios, el padre de Jesús, ande matando niños, primogénitos o no, de cualquier pueblo. Sin una hermenéutica profunda del texto bíblico lo que leen la mayoría se convierte en un texto psicótico, lleno de contradicciones y aberraciones. Por eso los literalitas y fundamentalistas terminan muchas veces justificando discriminaciones, crímenes y son presas fáciles de políticos populistas, incluida la defensa cerril del gobierno de Israel y el genocidio que comete en Palestina, o votar por Trump. Hasta la verdadera Fe le huye a los tontos.

En toda guerra las victimas infantiles son significativas porque niños y niñas tienen menos posibilidades de cuidarse frente a la violencia, a la vez son las víctimas que más esfuerzo hacen los justificadores de las guerras en desconocer. Desde un Stalin o Hitler, los infantes vietnamitas asesinados por las tropas estadounidenses o los niños camboyanos por los Jemeres Rojos, hasta los miles de niños y niñas palestinos e israelíes asesinados por órdenes de Benjamin Netanyahu, Yoav Gallant, Yahya Sinwar, Mohammed Diab Ibrahim Al-Masri e Ismail Haniyeh, sin olvidar la responsabilidad de Vladimir Putin y Zelensky (alentado por líderes occidentales) en la masacre del pueblo ucraniano, en especial sus infantes, y las pandillas haitianas que han cercenado la vida de tantos menores de edad. Pero la lista es mucho más extensa.

Los herodes, los asesinos de niños, son criminales obsesionados en cancelar el futuro, en destruir la esperanza y los dones que cada niño o niña al nacer trae para regalar a la humanidad. Científicos, artesanos, cultivadores, obreros, maestros, artistas, médicos, ingenieros, descubridores de la cura de tantas enfermedades y nuevos avances para el desarrollo de la humanidad. Carecen de entrañas humanas los herodes, son sociópatas encerrados en la obsesión por del poder y la codicia, negadores de la dignidad de todos los seres humanos.

En cambio José, que vivía tan afanado que Dios tenía que esperar a que durmiera para hablarle, es la antípoda de Herodes. Asumió amorosamente cuidar un niño que no era suyo, educarlo y protegerlo, mientras vida tuvo. Ajeno al machismo de su cultura, sin buscar poder o visibilidad por lo que hacía, casi es una sombra en la niñez de Jesús, sin datos de cuando murió, pero mientras vivió asumió la tarea de tiempo completo de cuidar, amar y formar al hijo que Dios le regaló y que era Dios mismo.

Para ser un José lo primero que se necesita es abandonar todo afán de riqueza, de poder o prestigio. Potenciar al máximo la empatía con que somos adornados como humanos por la naturaleza o la divinidad, poco importa, para interesarnos en el bien de los demás, sobre todo los más desvalidos, y entre ellos los más pequeños, los niños y niñas, propios o ajenos. Como afirmó Don Bosco, me basta que sean jóvenes para amarlos, o nuestro Juan Bosch en su carta del 1943 al enfrentar el antihaitianismo de sus amigos: “Los he oído a Uds. expresarse (…) casi con odio hacia los haitianos, y me he preguntado cómo es posible amar al propio pueblo y despreciar al ajeno; cómo es posible querer a los hijos de uno al tiempo que se odia a los hijos del vecino, así, sólo porque son hijos de otros”.

Frente a las orgías de sangre desatadas por tantos herodes hoy día es esencial tomar partido por José, que es tomar partido por Jesús, por don Bosco, por Bosch, y por tantos hombres y mujeres que viven plenamente su humanidad, amando a todos los que son víctimas y nunca defendiendo a los victimarios. Un genocidio es un genocidio, no hay error en la palabra, y quienes los cometen, gobiernen Alemania como Hitler o Israel como Netanyahu, son genocidas. Una guerra que extermina un pueblo y su futuro es una guerra, y quienes la promueven y la sostienen con miles de millones de dólares son asesinos, sociópatas, se llamen Putin o Zelensky, o los presidentes de tantos países de Europa y Estados Unidos que se lucran con la guerra.

Bienaventurados los que trabajan por la paz -lo dijo Jesús-, porque ellos serán llamados hijos de Dios. Los que hacen la guerra y la financian son hijos del demonio, la sangre derramada de tantos inocentes los delata.