Cuando Fukuyama escribió su famoso ensayo sobre el “El fin de la historia”, quería celebrar que con la caída del “comunismo”, el mundo había llegado al máximo desarrollo del espíritu liberal capitalista. Que a partir de ahora esa idea había llegado a su culminación dialéctica.
Esto implicaba que la forma política occidental, la denominada democracia liberal, se erigía, con el capitalismo, en el modelo a seguir. Que tendría que ser aceptada –sin rival- como la única forma política legítima, por todos los Estados del mundo. No importando el trasfondo plurisecular que hubiese en otras civilizaciones y culturas,
Los asiáticos, el mundo árabe o musulmán, los africanos…Tendrían que aceptar que la democracia, de origen en la griega clásica, y luego teorizada e implementada en Europa y en la ex colonia británica, los Estados Unidos de América, era la contraparte política de las relaciones capitalistas de producción del modo de producción capitalista.
El ideario mínimo esencial de esa democracia euro-estadounidense era la elección por el pueblo, directa o indirectamente, sea de manera censitaria, basada en el poder económico y en la condición de notables en esas sociedades. Después de muchas batallas, a veces sangrientas, el voto se fue ampliando hasta alcanzar a los hombres menos pudientes (y se le denominó, sufragio universal).
Esa democracia, empero, excluía de la política a prácticamente la mitad de la población adulta. Ya que las mujeres no tenían derecho al voto. No fue hasta casi mediados del siglo XX que se generalizó el sufragio realmente universal, sin exclusión de sexo.
En algún país “modelo” de democracia liberal, empleando argucias legales o burocráticas, se siguió excluyendo y se limitó el voto por discriminación racial o étnico religiosa, o el derecho a optar a ser elegidos, especialmente a la población negra,
Los demócratas –amos de la política en los estados del Sur después de la Guerra de Secesión-, para mantener su poder tenían que evitar que la población negra y mestiza tuviera relevancia política y durante casi un siglo despojaron del voto a los negros. En algunos sitios como en Georgia hubo que esperar hasta 1961 para que se eligiera por primera vez un senador negro y a un representante judío,
¿Sorpresa? Por la discriminación de los judíos supongo. Pues sí, esto ocurría, Ha sido reciente que la ultra derecha y los muy conservadores adoptaran a los judíos como “sus pares”. Se puede afirmar que cuando “descubrieron” que éstos en Israel eran más de derechas y excluyentes que ellos mismos.
Que se saltaban las leyes internacionales para hacer actos de castigo a sus enemigos palestinos, libaneses, sirios, iraníes, respondiendo con actos igualmente terroristas, inclusive en territorio de estados amigos o socios. Como me dijo un partidario de la ultra derecha, con antiguas simpatías nazifascistas, “es que los gobernantes de Israel son tanto o más ultras que nosotros. Hoy son uno de los nuestros”.
Lo cual explica que de pronto hemos visto a la ultra derecha europea y americana siendo absolutamente pro israelita y utilizando a los musulmanes como su chivo expiatorio. En algún país, llevados del “tropicalismo” atribuidos a las despectivamente llamadas republicas bananeras, se ha visto a un partido proclamado como evangélico y, por tanto cristiano, enarbolar junto a la enseña nacional, en sus manifestaciones electorales, la bandera de otro Estado.
Por pintoresco que parezca, el uso electoral de la bandera del Estado de Israel, algo que –ridiculez y payasada aparte-, es algo que las autoridades electorales deben estudiar y tomar medidas en contra. Un partido nacional, actuando así, de hecho se auto declara como un agente de un estado extranjero. Hoy se enarbola la bandera de Israel y mañana se hará propaganda con otra u otras banderas, que lleven a una mayor división y conflictos en el seno de la sociedad.
Proclamada la democracia liberal como el único modelo político legítimo por las grandes potencias del mundo occidental, todo gobierno que no cumpliera con éstas exigencias era objeto de escarnio y de represalias. Las dictaduras militares o civiles, las monarquías absolutas, las repúblicas religiosas.
En esta persecución y rechazo ha habido y hay grandes diferencias. Si son países con grandes recursos naturales y que mantienen una subordinación en sus grandes lineamientos políticos con las grandes potencias, son tolerados y tienen el papel de socios, aunque haya zonas de discrepancias. Los que son hostiles o simplemente intentan ser independientes, en su política interna y exterior, son sometidos a un acoso constante.
Los que tenían una estabilidad interna aunque fuera con un dictador, obvio, autoritario, se les invadió, se les bombardeó, se les desestabilizó, se estimulo los separatismos de regiones. La lista es larga: Iraq, Libia, Siria e inclusive la democrática, a su modo, Líbano.
“Curiosamente”, todos los estados árabes o musulmanes con cierta potencia u organización estatal más o menos institucionalizada y con ejércitos entrenados han sido destruidos y hoy no cuentan en el plano militar. Arabia Saudí, Egipto y Turquía, aliados con contradicciones pero bajo la égida del poder norteamericano, son los únicos actores internacionales que cuentan, en esa área geopolítica, junto con el rebelde Irán, bajo el mando de los teólogos y clérigos chiitas y de la Guardia Republicana.
La democracia liberal occidental, en los países capitalistas del llamado Sur Global, muchas veces está reducida a la celebración litúrgica de elecciones cada cierto periodo de tiempo, con la presencia de dos o más partidos. Hay un escenario de separación ficticia de poderes pero el Poder Ejecutivo casi siempre tiene la última palabra.
Más que democracias basadas en la soberanía popular son a lo más “democracias” plutocráticas, dónde los sectores dominantes en lo económico y lo político, forman una oligarquía de hierro y son de hecho el “Gran Elector”. Por todo ello, se puede decir que no hay retroceso dónde no ha habido nunca democracias efectivas y reales.
El retroceso de la democracia puede plantearse como hipótesis de trabajo, en todo caso, en algunas democracias europeas y en los EE.UU., en Israel, y en AL, en Argentina, dónde el retroceso es notable, aunque haya sido votado por la mayoría de sus ciudadanos.
Lo que más corroe las democracias –en sentido amplio y sin ser muy exigentes en ver que se considera de verdad una democracia-, es cuando el poder del pueblo, del demos, se debilita, a favor de los grupos más poderosos.
Cuando éstos utilizan el Estado para satisfacer sus propios intereses, sin tener en consideración por los líderes del Estado, que su función primaria es la búsqueda de un sentido de justicia y de atender el bien común.
Así se debilita y se va destruyendo la democracia. Aunque ésta no sea una muerte repentina, como la que provoca un golpe de estado sino una muerte lenta, una prolongada agonía.
Torrelodones, 15 de junio de 2024