Desde que tengo uso de razón política -allá por los 12 años de Balaguer- estoy escuchando la cantaleta de que hay que taparse la nariz y votar por el candidato “menos malo” en las presidenciales, por lo que tengo años preguntándome si éste -el “menos malo”- no habrá sido el candidato más votado en muchas elecciones dominicanas desde entonces. El asunto cobra mayor urgencia ante los aprestos de unidad de los tres partidos que conforman El Eje del Mal (PLD, FuPu y PRD), lo que podría hacerlos competitivos ante la opción “menos mala” del PRM en el 2024. Como bien sabemos, el argumento del menos malo es un callejón sin salida, donde las únicas opciones son arriesgarnos a que ganen los peores o conformarnos con que ganen los simplemente malos. En los dos casos estamos perpetuando el deplorable sistema de partidos que nos gobierna desde hace décadas y cerrándole las puertas a cualquier posibilidad de cambio político significativo.
Los resultados de la reciente encuesta Gallup/RCC Media le ponen números a las contradicciones que subyacen a esta dinámica perversa: aunque el 63% de los electores considera que la situación económica del país es mala/muy mala, aunque el 69% entiende que el crecimiento económico beneficia a los más ricos, y aunque el 57% cree que el país va por mal camino, casi la mitad de la muestra (49.1%) dice que votará por el PRM en el 2024. Esta lógica de la resignación también explica por qué el PRM, PLD y FuPu, los tres partidos cuyo liderazgo ha gobernado el país ininterrumpidamente desde hace casi 30 años –lo que los hace responsables del estado de cosas señalado anteriormente- acumulan un 87% de la intención del voto presidencial, a lo que habría que agregar el 12% que no sabe o no opina.
En el contexto de un sistema de partidos viciado por el clientelismo y la corrupción, donde todos aplican el mismo modelo económico diseñado para beneficiar groseramente al 1% más rico de la población, esta lógica de la resignación muestra sus límites en el 54% que dice estar poco/nada satisfecho con el funcionamiento de la democracia. El peligro es que, con el ascenso actual del neofascismo criollo, esta pérdida de confianza en la democracia le allane el camino a los demagogos de la ultraderecha fundamentalista y racista en vez de ayudar al surgimiento de liderazgos alternativos desde el flanco progresista. El riesgo es real, sobre todo en este país donde la cultura política de la impunidad mantiene vivos tantos rasgos de la herencia política trujillista.
¿Cómo enfrentar entonces el dilema del “menos malo” y romper el círculo vicioso en que se encuentra la política dominicana? El reto es inmenso y demanda múltiples transformaciones, empezando con las reformas de las leyes e instituciones (v.g., ley electoral, ley de partidos, Consejo de la Magistratura, etc.) que sostienen el status quo actual, reformas a las que se resisten con sobrada razón los partidos del sistema. Para empezar a debilitar su monopolio electoral hay que empezar a desarticular la mentalidad mafiosa que vende las candidaturas partidarias al mejor postor, con lo que han llenado el Congreso y los cabildos de lavadores de activos, riferos y sinverguenzas de toda índole. Los cinco diputados del PRM señalados recientemente por Milagros Ortiz Bosch son la punta del iceberg del tigueraje político que nos sigue gobernando, a pesar de los nuevos aires que se respiran en la Procuraduría. Y si no, pregúntenle al Arzobispo Ozoria, que le anda suplicando a la JCE que “depure” a los candidatos que participarán en las próximas elecciones -es decir, que haga lo que los partidos políticos se resisten a hacer-.
Otro gran reto es lograr que el electorado se movilice en torno a candidaturas alternativas y cualitativamente diferentes a las que ofrecen los partidos del sistema, candidaturas que representen formas nuevas de entender y de hacer política. No se trata solo de combatir la corrupción y de llevar gente honesta a los cargos públicos, sino también de cambiar la cultura política dominante, tanto de la derecha como de la izquierda, para ofrecer al electorado un proyecto verdaderamente transformador. Este es el principal desafío que enfrentan los partidos progresistas dominicanos, que por primera vez en la historia han anunciado las candidaturas presidenciales de dos mujeres: María Teresa Cabrera por el Frente Amplio y Virginia Antares por Opción Democrática. Actualmente ambos partidos, junto a Alianza País, Fuerza de la Revolución y otros, están en proceso de negociar alianzas y candidaturas comunes a los diferentes niveles.
En este país las candidatas femeninas no solo tienen que enfrentarse a sus adversarios políticos, sino también al atraso machista de los que ignoran o prefieren ignorar que, según un análisis comparativo de 194 países, aquellos gobernados por mujeres obtuvieron resultados significativamente mejores en el combate al COVID que los gobernados por hombres. Según el estudio, divulgado por el Foro Económico Global -una entidad que escapa toda sospecha de radicalismo feminista- los países gobernados por hombres tuvieron en promedio el doble de muertes que aquellos gobernados por mujeres -entre los que destacan Alemania, Nueva Zelanda, Finlandia, Taiwan, Dinamarca, Bangladesh y Eslovaquia. Igualmente revelador es un estudio de la escuela de negocios de Harvard sobre el sector financiero de EEUU, que muestra que las entidades financieras con liderazgo femenino obtienen mayores ganancias que las dirigidas solo por hombres, lo que confirma numerosos estudios sobre la eficacia de los estilos gerenciales femeninos, empezando en los años 90.
Si María Teresa Cabrera cuenta con una distinguida trayectoria como gremialista y activista social, Virginia Antares representa el recambio generacional de una nueva izquierda emergente, con nuevas visiones y prácticas políticas (de las que el diputado José Horacio Rodríguez, su compañero de partido, nos ha dado los trailers en el Congreso). Quienes conocen la trayectoria de Virginia, sobre todo su trabajo de formación política con jóvenes, le reconocen un manejo de los asuntos socio-económicos nacionales con el que muy pocos políticos dominicanos se pueden comparar -lo que seguro no impedirá que muchos de ellos traten de ningunear sus credenciales, al igual que las de María Teresa-.
Si en este país de mulatos todos los presidentes de la República hubiesen sido de raza blanca de seguro pensaríamos que algo anda muy mal. ¿Por qué no pensamos lo mismo cuando se trata de las mujeres? En ausencia de prohibiciones formales, ¿qué rol juegan las ideologías machistas en la marginación política de las mujeres dominicanas, que siguen sin superar el 12% de las senadurías y las alcaldías, y el 25% de las diputaciones? ¿Por qué nos dejamos allantar por tanto político ignorante hablando sandeces sobre las mujeres y la meritocracia?
Lo que soy yo, llegué al límite: en el 2024, por primera vez en mi vida, no pienso votar por el menos malo sino por la más buena.