Haití y las aguas que nos bañanGestionar las diferentes fronteras no es tarea fácil, ni siquiera entre naciones ricas y desarrolladas. En el caso de la República Dominicana y Haití esto se convierte en un esfuerzo descomunal, por las diferencias económicas y sociales, sin mencionar los hechos históricos y el abono de hostilidades con fines políticos, que han distanciado a dos naciones hermanas, poniéndolas a vivir de espaldas, cuando deberían aunar esfuerzos para resolver los problemas comunes. 

Además de administrar adecuadamente nuestras fronteras, el gobierno dominicano debe proteger la soberanía nacional, pero esto último es algo más que repeler un ataque o hacer respetar la línea divisoria. 

En ese sentido, la violación de un tratado internacional, firmado a principios del siglo pasado, precisamente para evitar confrontaciones entre los dos países, debe ser considerado una afrenta al dominio de la nación.

Me imagino que esa y no otra es la razón por la que el gobierno que encabeza el presidente Abinader, tomó las drásticas medidas de cerrar provisionalmente las fronteras de aire, mar y tierra. 

Para hacer más turbio y enrarecido el conflicto provocado por el canal, objeto de las desavenencias, debemos agregar que la construcción de dicha obra no cuenta ni con el concurso ni el patrocinio del gobierno haitiano; sino que es obra de particulares procurando ventajas económicas. Peor aún, entendemos que el atormentado gobierno haitiano no tiene otra que externar su apoyo, para no precipitar su caída en el convulso panorama haitiano. Es probable que ese gobierno esté dispuesto a apoyar cualquier atrocidad, con tal de sobrevivir; como “Cronos” el temido dios del tiempo, que advertido de que sería derrocado por uno de sus hijos, empezó a comérselos en cuanto nacían.

Haití, en la actualidad es un caos. Debemos defender nuestra seguridad y soberanía; pero no debemos empezar a “devorar”, como “Cronos”, a esa nación hermana. ¿Quién, atrapado en el tránsito citadino de cualquier ciudad importante de este país, no se ha sentido miserable? ¿No ha sentido el peso terrible de la falta de educación, de la agresiva conducta del oportunismo? Imagínense entonces la vida de un haitiano común, sin escuelas, sin hospitales, sin economía para enfrentar nada, donde no hay protección a la niñez ni a los envejecientes, ni siquiera servicios fundamentales para el ser humano: agua potable, energía eléctrica, techo digno, etcétera. 

No podemos dejarnos provocar por unos desaprensivos, que están construyendo un canal de miseria. Si yo fuera el Presidente Abinader le tomara la palabra al Primer Ministro Ariel Henry, y me sentara en la mesa del diálogo. Si nosotros aprovechamos esas aguas, sin perjudicar a esa nación hermana, también ellos pudieran hacerlo. Si no saben cómo hacerlo, debemos mostrarles la forma inteligente de usar el emblemático “Masacre”.

A la larga el costo de “devorarlos” será mayor y estaremos cometiendo una Barbarie, al mejor estilo de “Bwa Kale”, aparte de que cada mordisco a su economía es una “puñalada trapera” a la nuestra.