Es de necesidad tomar tiempo y espacio ahora para reflexionar sobre Haití a fin de dilucidar, hasta donde sea posible, el devenir histórico de su pasado, examinar con agudeza y raciocinio el presente y proyectar el porvenir de esa nación. Desde luego, es imperativo que se haga sin pretensiones de tener categoría de sabihondo. Las consideraciones no deben ser por fanáticos religiosos, eruditos engreídos, charlatanes burlones, o por analistas parcializados.

A raíz del catastrófico terremoto en Haití, el martes 12 de enero, 2010, y de la consecuencia de este devastador fenómeno de la naturaleza, ha habido muchas ponderaciones, exuberancia de dichos y escritos, y un caudal de servicios, atenciones y manifestaciones de solidaridad de individuos, comunidades de fe, y de gobiernos de todos los continentes de este globalizado mundo.

La secuela del movimiento sísmico ha servido para motivar a los dominicanos y haitianos a redescubrir que somos seres humanos dignos de las más sinceras atenciones y manifestaciones de conmiseración, apoyo y confraternidad.

De manera espontánea y mancomunada los dirigentes y fieles de todas las iglesias, los profesionales de las carreras, (especialmente los médicos), comunicadores, empresarios, comerciantes, clubes, transportistas; en realidad, gentes de todas las clases y niveles sociales, contribuyeron para socorrer a los damnificados. Accionaron para llevar agua, comidas, medicinas, muestras de confraternidad y para enterrar los muertos. ¡Así estamos llamados a comportarnos en esta isla!

La pronta, disciplinada y efectiva intervención de las ONGs, hará cambiar la actitud de muchos que sospechaban, vituperaban y mantenían en jaque a estos programas de asistencia social y defensores de los derechos humanos.

Las diatribas, conflictos y malquerencias entre grupos haitianos y dominicanos se han disipado y vemos que hay una notable experiencia de de estrechez entre todas las capas sociales de los dos pueblos. Esto es loable y se aguarda la esperanza que sea reforzado y perdurable.

Por algún tiempo apreciable, los dos gobernantes, Preval y Fernández, daban a entender en forma tímida, que tenían intenciones de sostener un diálogo bilateral entre los dos Estados. Que sepamos, no llegaron a concretar acuerdos para confirmar sus intenciones; sin embargo, debido a la causa de la catástrofe sucedida, el mandatario dominicano manifestó su sensibilidad y solidaridad al pueblo haitiano en forma fehaciente

Haití ha llegado a la más profunda y deprimente condición registrada en la historia de un pueblo. Hay que reflexionar sabia y concientemente sobre el pasado, no para olvidarlo, sino para dejar de exaltarlo en demasía. Hay que analizar el presente, mantener la esperanza, disciplina, proyectar con buen razonamiento, pulcritud, honestidad, perseverancia, humildad, tolerancia y buena voluntad. Hay que pensar y caminar hacia el futuro con pasos firmes, decisiones bien ponderadas y tomadas, y con el anhelo de ir hacia adelante en el tren del desarrollo y superación, que bien se merece ese noble, pero sufrido pueblo.

El pasado ya se fue, es conveniente descongelar la historia. El presente es tétrico, físicamente destruido, descorazonado e incierto; mas hay que avanzar hacia el futuro con el concurso de buenos consejeros, el apoyo de grupos, instituciones y naciones hermanas que ofrecen pericia, experiencia administrativa, planes de desarrollo sostenido, apoyo moral y material, y demostración de buena voluntad. ¡Acéptenlos con mansedumbre y agradecimiento!

*EL AUTOR es obispo retirado de la Iglesia Episcopal