He estado leyendo y escuchando todo lo que se habla y se escribe sobre el cierre de la frontera. Lo único que puedo decir es que me parte el alma esta situación.
Se habla mucho de invasión silente. Se habla de tratados. Se habla de indocumentados. Se habla de tráfico…
Cuando en estos días he ido al supermercado que me queda bien cerca, he extrañado a una persona. Es una joven haitiana que he visto vender frutas durante casi trece años, sé del tiempo porque mi nieto mayor cumplió trece y su niña nació meses después. Cuando le pregunté al joven que me trae la compra me dijo que se la llevaron. No lloré porque me daba vergüenza hacerlo delante de él, pero ese espacio vacío hizo sangrar mi corazón.
A los pocos días le pregunté al otro joven que también me lleva la compra, por ella y me dijo que no sabía, pero que al joven que vendía plátanos en la esquina vio cuando se lo llevaron.
¡Cuánta tristeza!
No soy pro-haitiano, ni contra-haitiano. Muchas de las personas que conozco sienten un odio atroz por ellos. Dicen que son delincuentes, ladrones y todo lo malo que se les pueda imputar, aunque esas actitudes no determinan a una nación. Mi experiencia con ellos ha sido diferente.
Si estamos llenos de haitianos, solo hay un culpable, el gobierno, porque no pone coto a la guardia fronteriza que tiene su negocio y a los cónsules que tienen su gran negocio.
Los inmigrantes tienen su amparo, uno oficial y otro clandestino que tiene su negocio piramidal de beneficios económicos.
La mayoría del trabajo doméstico lo hacen mujeres haitianas. Son honradas, limpias, serias. Es muy raro encontrar personal dominicano para esos menesteres, pues prefieren irse a las playas en busca de su futuro o se van a las barras a disfrutar el momento y ver si algo les sale.
El trabajo de construcción está prácticamente en manos haitianas. Los dominicanos encuentran ese trabajo muy pesado. El corte de la caña está en manos haitianas, es un trabajo muy duro, cada hoja corta la piel y el sol es abrasador, pero ellos no miran eso, necesitan trabajar.
La agricultura es haitiana, los dominicanos no quieren estar en el campo, quieren la ciudad.
El cierre de la frontera ha traído un descalabro económico para nosotros, bueno, para mí no, porque ni cultivo, ni crío, ni vendo, de esta manera ni pierdo, ni gano, pero los productores dominicanos que trabajan e invierten su dinero para comercializar sus productos con Haití, sí que pierden y por ende nuestro país, porque son divisas que no nos entran.
La parte humana es lo que me desangra. Ver a una multitud muerta de hambre. Ellos nada producen, dependen de lo que aquí les vendan. No tienen agua, no tienen luz, no tienen servicio de recogida de basura, no tienen tranquilidad para vivir, aunque esos servicios sean precarios también en nuestro país.
Una familia pobre puede hervir arroz o víveres y acompañarlos con huevo revuelto que más rinde, aunque sea para tener la comida del día.
Ayudemos mejor. Vayamos a un diálogo como pide la iglesia católica. No le apretemos más el cuello. Controlemos de verdad la frontera, acabemos de una vez y por siempre con ese gran negocio de los indocumentados que están dispuestos a pagar lo que sea para encontrar algo de respiro.
Seamos patriotas, pero también cristianos.