- Por complejo e insospechado que sea el porvenir haitiano nada me impide cerrar los ojos y liberar la imaginación. Solo así logro dejar atrás lo que es evidente: Haití no tiene descanso, es un Estado fallido. Sus élites más encopetadas recelan de sus propios integrantes y, hasta prueba en contrario, fragmentan cualquier proyecto de nación mientras retienen su riqueza y la de todos los demás. Las bandas armadas secuestran hasta los depósitos de petróleo y dominan el territorio a plena luz de la mirilla de cualquier francotirador extranjero que espera la orden de arriba para disparar y ordenarlo todo. Todos y cada uno de los que suman el conglomerado poblacional de ese país desconfía hasta de su sombra, pues le recuerda aquel lejano pasado en el que semejantes a sus ancestros los vendieron como esclavos al mejor postor; el éxodo haitiano pasa el Masacre a pie, navega en el Caribe, llega al Amazonas carioca, amén de trazar senderos de desesperación a lo largo de la espina dorsal de los Andes e incluso parte en dos las aguas del río Grande como Moisés que busca la tierra prometida.
Así, pues, agotado por lo repetitivo de lo mismo que se cree, dice y sabe sobre Haití, dado lo que es evidente a mi derredor, decido cerrar los ojos y confundir ex profeso lo ideal con lo real recogido en los brazos de Morfeo. Mientras dura el descanso de tan abrumadora realidad, me adentro en un soliloquio tan plácido como digno de mejor destino en “el reino de este mundo”.
- Ante todo, ¿qué repetir a propósito del escenario internacional? Haití se encuentra a las puertas de una renovada intervención extranjera. Por ello, me pregunto ¡¿¡quién dijo que no hay nada nuevo bajo el sol!?!
Pareciera ser que algo o alguien ha logrado que varíen las reglas del juego ideológico. Apelar a una intervención de fuera en medio del caos o del desorden prevaleciente, ya no es tan objetable como cuando era cuestión de llamar al imperialista pájaro malo. Incluso, cuando eso implica soslayar u olvidar lo escrito con bilis por la mismísima OEA. Fugaz reconocimiento aquel de que 20 años quedan perdidos en la esterilidad, en el habitual lecho haitiano. Pena que tantos años no sean algo más alentador que el rotundo fracaso recién cosechado por la comunidad internacional personificada en las Naciones Unidas.
Si algo queda en claro incluso soñando es que el distópico orden -occidental- en ruinas no depende únicamente de la pax americana (léase bien: no solo estadounidense) pues, más allá del evasivo, pero indispensable orden y seguridad pública yace bajo tierra eso a lo que todos aspiran con fuerza y decisión: el enlace matrimonial de los señores Bienestar y Felicidad.
III. Por cierto, en medio de tanto runruneo, no olvidemos a Haití y a sus pobladores en ese insubordinado contexto de malestar e infelicidad. Respetando las reglas del juego, -dormido con los ojos cerrados, pantuflas a la vera de la cama y puesto el traje de dormir- sueño y quiero seguir soñando con la luz del día cuando esa sociedad decida fomentar sus relaciones con gobiernos amigos o, al menos, entidades instrumentales.
Aclaro -antes de proseguir por escrito- que se trata de un sueño no con intenciones utópicas ni altruistas sino interesadas, aunque no por esto menos realistas y gratificantes para muchos. Por eso siento que llegada la luz del alba al final del túnel por el que atraviesa la sociedad haitiana, esta querrá o se verá inducida a fomentar las relaciones con un gobierno en particular, el estadounidense, e involucrar -quiera Dios que sin exclusivismos ni derroteros anticompetitivos y monopólicos- las empresas de esa augusta nación en la recuperación socioeconómica de Haití. Surgiría así un objetivo (ojalá que) común (a un buen centenar de iniciativas cobijadas por múltiples pasaportes) siempre y cuando queden allanadas las inseguridades físicas y jurídicas que predominan hoy en el país transfronterizo al dominicano. Dicho objetivo general sería algo así como:
Reconstruir y desarrollar una asociación constructiva, una confluencia de intereses, que fomente una economía sostenible en la que se asienten y sustenten la lucha contra la corrupción, la edificación del Estado de derecho haitiano y la construcción de una nación más próspera -incluso- que en los mejores años patrios de su pasado republicano.
Esa y otras colaboraciones análogas están llamadas a redundar de beneficios sensibles para los flujos comerciales, financieros y en general económicos e institucionales de las partes concernidas. Y sería por tanto que Haití está llamada a ser “el eslabón perdido para los fabricantes estadounidenses, así como los de allende, que buscan una mano de obra calificada y abundante cerca del mercado estadounidense”.
He ahí las voces que atisbo con certeza a modo de susurros en medio de la oscuridad de la noche. Innovar, renovar, diversificar y hasta expandir, pero ojalá que sin desaprovechar ni soslayar programas comerciales preferenciales acordados por el Congreso de los EE. UU. Entre otros, la Ley de Recuperación Económica de la Cuenca del Caribe (CBERA), la Ley de Asociación Comercial de la Cuenca del Caribe (CBTPA), la Oportunidad Hemisférica Haitiana a través de la Ley de Fomento de la Asociación (HOPE) y el Programa de Impulso Económico de Haití (HELP) que expira justo dentro de tres años, en 2025.
En el mismo sentido, es bienvenido todo lo que emule a los bancos Mundial e Interamericano de Desarrollo asistiendo en la construcción de una red de instalaciones industriales en Puerto Príncipe y en el Norte del país (CODEVI, Parque Industrial Caracol) dotados de una infraestructura que hace las veces de albergue a diversas marcas globales líderes que ya se benefician del libre acceso arancelario al mercado estadounidense. Y, por añadidura, es menester sacar de dudas las inversiones adicionales en Port Lafito (Grupo GB, Seaboard, CMA/CGM) y Terminal VARREAUX y Bollore (TVB).
- Tan profundo es el sueño en los brazos del mentado dios griego que en su oquedad llega a la geopolítica engalanado como una sirena de colores neoliberales.
Haití podría convertirse en mucho más que una alternativa rentable al recién mentado “eslabón perdido” en el hemisferio occidental. ¿Cómo…?, estoy a punto de despertar y dejar de soñar despierto. Mas en cualquier hipótesis, seguramente que -en un llamativo edificio con forma pentagonal- algún conocedor de algoritmos ha comenzado a sumar uno más uno y, por tanto, a valorar lo que sigue.
- Uno: Haití mantiene relaciones diplomáticas con Taiwán.
- Otro uno: Taiwán produce y entrega al mercado estadounidense productos de alta tecnología, cada día más pequeños y sofisticados. En medio de mi somnolencia no sé si se les llama microchips o microprocesadores, pero intuyo que representan hoy día en las arcanas del mercado internacional tres realidades incuestionables:
La suma de ambos números uno da igual por todos lados: un imponente plan estratégico iniciado en la década de los ochenta del siglo XX que transformó una economía, hasta entonces basada en el arroz y la agricultura, que ha servido de simiente a un conjunto de compañías tecnológicas de vanguardia indispensable. Surge así, en la actualidad, tres realidades tan incuestionables como significativas:
Primera realidad, la constituida por esos diminutos chips informáticos capaces de incorporar más de 8,000 millones de transistores que son la clave del éxito económico de Taiwán y, para no pocos, los garantes de su supervivencia geopolítica.
Segunda, “La riqueza de las naciones”, léase bien: de todas sin excepción de su lugar geográfico o temporal, necesita y depende hoy día de los mentados microprocesadores; en particular, de aquellos que salen de las fábricas de Taiwán, líder mundial de la industria.
En su camino de consolidación en el mercado globalizado, tercera realidad, la transformación generada por las empresas taiwanesas convirtió a esa pequeña isla montañosa frente a la costa de China en un centro neurálgico de fabricación y exportación de microchips super avanzados en el mundo. El resultado es harto conocido pues, dicho en modismo dominicano, “eso lo saben hasta los chinos de Bonao”.
Por simple regla de tres, dada la rivalidad sino-estadounidense en el presente, alguien que no está en el Caribe debe haber pensado ya -con o sin la ayuda de una super computadora de punta en la era de la inteligencia artificial- que Haití bien puede salvaguardar esa invaluable industria de un bloqueo naval por parte de la marina de guerra de la República China, para beneficio del mentado mundo libre y sus aliados.
Para ello bastaría trasladar e incluso trasplantar en suelo haitiano -dependiendo de acuerdos tripartitas de tres aliados hasta hoy fieles: Estados, Taiwán, Haití- los centros de producción taiwaneses que sean considerados como vitales a la seguridad nacional de por lo menos Washington.
Se agota el tiempo de reposo y sueño placentero. De modo que, saliendo de los brazos de Morfeo, Haití comienza a quedar en el arcano mundo personal de mi sueño profundo e inmaterial. Despierto ya, no me aventuro siquiera a soñar despierto ni a runrunearle al oído de un amigo cómo se realizaría tanto encanto: trasplantando fábricas enteras, personal incluido, a suelo haitiano o más bien entrenando técnicos y mano de obra local, amén del recurso gerencial disponible en o fuera de la patria haitiana para tal desafío.
En cualquier hipótesis, primero es lo primero. En el susodicho mundo de ensueños haitianos todo ha de quedar resguardado de emblemáticos adversarios chicos -como los jefes de bandas a sojuzgar- y de antagonistas grandes, tal y como esas élites nacionales y superpotencias internacionales contrapuestas a mejores intereses geopolíticos, tecnológicos y comerciales en mares globalizados por sus aguas pacíficas o caribeñas.
Pero al fin, ya nada de eso importa. Llegó la hora de despertar de verdad. Llegó lo que quedaba por venir.
De ahí que, con el deseo de no haber solo descansado, procure e implore aquí y ahora que el que escriba derecho en las líneas torcidas de la historia haitiana finalmente las enderece. Y, en lo que eso acontece, por aquello de que “A Dios rogando y con el mazo dando”, vuelvo a estudiar y escribir a propósito de un relato de cosas relativas a Haití que ojalá no siga engolado y repitiendo burda y vanidosamente `más de lo mismo´.
Fernando I. Ferrán. Profesor-Investigador del Centro P. Alemán, PUCMM. Coordinador de la Unidad de Estudios de Haití.