Para muchos, Haití es una pasión, para otros un tema de preocupación o conversación y para los demás un embrujo, escenario histórico para exponer algunas interpretaciones que esclarezcan la actualidad histórica del pueblo y de la República de Haití. Esa actualidad inició antaño.
"Haití, en el siglo XIX, no es ni puede ser un país políticamente estructurado al estilo occidental", así concluye el académico haitiano Jean Casimir.
En realidad, la plantación agrícola de la colonia gala -sobre todo pre, pero incluso post Revolución Francesa, 1789- marcó un hito taxonómico abominable e infernal en la historia de la humanidad. De un lado, el blanco, para más señales, amo y francés. Del otro, el negro, léase bien: bossal, nacido en África en medio de la barbarie más absoluta y, por tanto, incivilizado e incluso traicionado por iguales que los vendieron a los negreros europeos.
El único destino previsible para la gran masa de negros esclavos en Saint-Domingue era generar más riqueza y opulencia, para uso y beneficio de amos franceses, en su inmensa mayoría, blancos. En el medio de amos y esclavos algunos libertos afrancesados que engrosarían, según Jean Price-Mars, una élite social haitiana ansiosa por concebirse a sí misma como diferente de lo que es.
La dinámica propia a la relación de aquel amo blanco y ese esclavo negro no es conducente, como pretendieron ingenuamente algunos, a que el bossal esclavizado generase su propia conciencia culta. Los esclavos se impusieron y ganaron las armas. Después de estas, imposible que el referido aglomerado de bossales esclavizados, aunado circunstancialmente con sus consortes libertos, fuera capaz de despertar, sin más, del horror e ignominia de las plantaciones coloniales francesas en la tierra prometida: la novedosa aurora de una organización occidental de corte republicano.
El orden político que se autoimpusieron, al margen de simulacros de igualdad entre “negros” constitucionalmente genéricos, pasó a depender literalmente del desconocido individualismo emprendedor de cada sujeto particular aislado en su terruño y del dominio reconocido que pretendían ejercer quienes asumían el papel de nuevos amos y señores del país y del mundo.
Desde aquel entonces, el malestar y la desconfianza tienen rienda suelta en Haití. La formación política de la República de Haití, institucionalizada luego de luchar a muerte e imponerse en contra de la sujeción en el régimen esclavista, puso al descubierto dos realidades complementarias e intrínsecas a ese país.
- Primera, el sinsentido que representa someterse y obedecer a un supuesto amo y señor, pero real explotador de uno y de los suyos, debido a lo cual la obediencia a él no conduce a la libertad, sino a la continua contraposición al mandamás de turno, quienquiera este sea.
- Segunda realidad, la por ahora insuperable dificultad de construir, en medio de tantas contrariedades contrapuestas, un orden institucional no condenado a priori -como he argumentado en otras ocasiones- a la “ingobernabilidad”.
En ese contexto, el país se encamina a su propia disolución. Vive en un verdadero maremágnum de rencillas circunstanciales y oportunistas. A lo largo de más de dos siglos, pulula el sinsentido histórico, mientras que toda una población ensimismada en sus necesidades más perentorias soporta las imposiciones de las clases pudientes del país o de fuera.
Ahora mismo, el desorden institucional es tal que el país se presenta acéfalo y la comunidad internacional oscila entre la indiferencia y la indecisión. Vuelve otra vez la era de la macana y el fusil al territorio haitiano. Se sabe en y fuera de ese terruño antillano que, aunque más policías y soldados no resolverán la crisis por la que peligran y agonizan los haitianos, sin embargo, son imprescindibles.
Son requeridos ineludiblemente con urgencia, por el terror que difunden las bandas que se dividen el país. Las armas y pertrechos en manos de los pandilleros -verdaderos focos armados que controlan gran parte del territorio sudoccidental, central y sudoriental haitiano- llegan a Haití con etiquetas extranjeras -tal y como las de la península estadounidense de la Florida, de acuerdo con comentarios del vecindario.
La pesquisa de seguir el dinero y las armas que compra, conduce al cuerpo del delito. Se trata de la oscura alianza entre pandillas o `gangas´, de un lado y, del otro, la élite de poder de ese convulso país. “En Haití, los pandilleros no son señores de la guerra independientes que operan al margen del Estado. Son parte de la forma en que funciona el Estado y de cómo los líderes políticos afirman su poder”, (Pierre Espérance).
Así, pues, ¿cuál podría ser la mejor solución que el porvenir depare a la actualidad histórica de Haití, el resto del siglo en curso?
“La conclusión definitiva y duradera (de la crítica ingobernabilidad haitiana) es responsabilidad primaria del pueblo haitiano”, tal y como reiteraba nueva vez el ministro de Relaciones Exteriores dominicano, Roberto Álvarez, mientras pedía expresamente a la élite de Haití que asuma su papel para salir de la tragedia de referencia.
Siendo esa la primera condición, la segunda depende del respaldo que la comunidad internacional dé a ese pueblo. De hecho, según los últimos anuncios de prensa, pareciera ser que el primer paso sensible de solidaridad humanitaria con Haití llegará, en esta ocasión, desde el otro lado del Atlántico, con África a la cabeza, representada por Kenia y Senegal.
En cualquier escenario imaginable, únicamente la unión de la respuesta haitiana -con sus reacias élites al frente- y la subsiguiente colaboración internacional ofrece ciertos visos de éxito a la hora de rescatar al Estado haitiano del abismo de su propia disolución, en particular, luego del marasmo aletargado en que el magnicidio de Jovenel Moïse ha postrado a todos en ese país.
En conclusión, después de restablecer la paz en el territorio occidental de la Isla de Santo Domingo, y restaurada su capacidad de producción y generación de riqueza, se podrá conducir el país hacia la celebración de unas nuevas elecciones, de corte democrático.
A partir de ese entonces, cara a lo que resta del siglo XXI en Haití, habrá de inducirse un franco proceso de reconocimiento de una causa común haitiana que, por fin, redimensione su memoria histórica, dé sentido al pasado y aúne voluntades presentes en aras de un nuevo orden cívico, institucional y sostenible, al alcance del futuro de Haití.