El principio de no intervención ha constituido una expresión legítima de repudio a la agresión de los países por corporaciones imperiales. Este enunciado de respeto a la autodeterminación de los pueblos no puede ser catalogado como un dogma, se han presentado injerencias militares en determinados momentos que fueron pertinentes para la sobrevivencia democrática ecuménica, como la lucha contra el nazismo hitleriano que involucró la invasión de Alemania. No obstante, se debe subrayar que en la zona del Caribe las intromisiones bélicas generalmente han implicado designios de conquistas. En nuestro territorio hemos sufrido invasiones y ocupaciones de los gobiernos de España, Francia, Inglaterra, Haití y Estados Unidos, por lo tanto lo procedente desde aquí es propiciar la salvaguarda del principio de no intervención.
Hoy se ventila una ocupación militar en el ámbito de los vecinos insulares, dada su indudable condición de estado fallido y sin salida política inminente. Los diferentes aspectos de la crisis deben ser ponderados de modo sosegado y exhaustivo, antes de cualquier acción que pudiera convertirse en nueva y desafortunada aventura militar.
Todavía retumba en el recuerdo del pasado colonial criollo la quintilla popular que se difundía entre los dominicanos-españoles, durante la ocupación haitiana de 22 años:
Ayer español nací,
a la tarde fui francés,
en la noche etíope fui,
hoy dicen que soy inglés,
¡no sé qué será de mí!”
(Emilio Rodríguez Demorizi. Poesía popular dominicana. Segunda edición. Universidad Católica Madre y Maestra. Santiago, 1973, p. 17).
En la isla el acibarado vocablo «intervención» constituye una manzana contaminada, ambos países han libado esa cicuta. Entretanto el concepto de no intervención luce en desuso, teóricos al servicio de poderosos emporios bélicos han creado eufemísticas fórmulas que lo han obligado a arrinconarse, como la “intervención humanitaria”. Colocando en el tapete la internacionalización de la protección de los derechos humanos, aspecto que luce muy justiciero, pero que en no pocas ocasiones ha sido utilizado para someter a la “obediencia a pueblos insurrectos”.
Nociones básicas como las asentadas en las Convenciones Panamericanas de Montevideo en 1933 y Lima en 1938, que plantean no aceptar la intervención de ningún Estado en los asuntos internos de otros, han sido depositadas en el inexorable baúl de la caducidad. Nuestro país fue un gran ejemplo cuando fuerzas invasoras de la FIP legalizadas por la agencia de colonias OEA, actuaron de modo abusivo para impedir que el pueblo en armas repusiera el Gobierno constitucional del profesor Juan Bosch, injustamente derrocado.
En tiempos más recientes el “intervencionismo humanitario” ha tomado mayor auge a partir de crisis muy complejas en diferentes Estados, que todavía son materia de arduas polémicas como los casos muy cismáticos de Ruanda, Kosovo, Bosnia y Somalia. Realidades diferentes que han provocado la discusión sobre la validez o no del principio de referencia, previamente refrendado en la Carta de las Naciones Unidas. Se ha creado la desacreditada fórmula R2P (responsabilidad de proteger) que fue utilizada de modo primordial para agredir a Libia y asesinar al mandatario Gadafi.
Los enemigos acérrimos del agónico principio de no intervención no han perdido el más mínimo tiempo para globalizar la decadencia de este concepto democrático y colocar la soberanía de los pueblos en una encrucijada.
Con énfasis en estos días se discurre sobre la nueva soledad de América Latina, pretendiendo definir la inexistencia de homogeneidad de criterios en sus gobiernos en torno al deplorable conflicto bélico en Ucrania. En realidad esa guerra tiene propósitos bien definidos entre los actores reales y semiocultos. Lo que deben asumir los gobiernos del área es una postura más coherente para que en América no perezca de manera definitiva el postergado principio de soberanía de los pueblos. La zona del Caribe, que ha sido víctima de injustas intervenciones foráneas, debe inducir a sus líderes a ser muy cautos al momento de tomar decisiones que de una u otra manera tiendan a corroer aún más el acorralado principio de no intervención.
De modo incuestionable Haití se ha mostrado ingobernable, la voracidad de su clase gobernante asociada a intereses extranjeros que saquean y pretenden extender su desvalijamiento de las riquezas naturales en toda la isla, son los responsables del caos político que ha devenido en una especie de endemia social en Haití.
Ante esta crisis constante, en Haití nos han “acostumbrado” al resquebrajamiento del principio de no intervención, al “justificar” con sus permanentes conflictos bélicos las “intervenciones humanitarias” desde 1994, ya tenemos tres décadas con este tira y jala y cada día la crisis se profundiza y no se avizora un nuevo amanecer.
¿Qué han aportado las intervenciones humanitarias en Haití? Tratar de apagar el fuego rociando gasolina, anarquía total, ni siquiera una mampara de orden jurídico-político de Estado se puede sostener, amén de introducir enfermedades que habían sido superadas hace más de cien años en el contorno insular como el cólera, añadido a la subversión del orden burgués al disolver el ejército y crear una ineficiente policía, situación que ha provocado el surgimiento de bandas o ejércitos particulares que imponen sus desafueros en las localidades que tienen bajo su jurisdicción terrorista.
Solucionaría la crisis otra intervención “humanitaria”. El Caribe y el África han sido convertidos en zonas francas experimentales de intervenciones con tropas, porque los muertos de estas zonas salen más económicos en materia de costo político.
Los aliados de Ucrania de la OTAN han entregado a los gobernantes de ese país el equivalente en armas por valor de más de cuarenta mil millones de dólares, pero no han despachado un solo soldado para participar en el conflicto, mientras en Haití que es un pueblo hambreado, la fórmula mágica que se propone es mandar soldados extranjeros a someter a la “obediencia”, en tanto se esquiva el envío de ayuda para mitigar las epidemias, el hambre, construir hospitales, escuelas, empresas productivas, y depurar la inútil policía haitiana, expulsar de sus filas a todos los vinculados a las bandas, reclutar y entrenar nuevos miembros con historiales no delictivos, dotarlos de armas eficientes y que sean ellos los encargados de poner fin al caos impuesto por los grupos paramilitares dominantes.
El principio de no intervención está zozobrando en el proceloso océano de la intolerancia imperial y no está lejano el día que será tarde para todos.