En nuestro mundo de hoy la forma de expresar los afectos ha cambiado. Han variado las relaciones interpersonales, la forma de comunicarnos y de mostrar hacia los demás lo que sentimos… Así, actualmente, uno de los sentimientos más de moda, por decirlo de una manera llana, es la felicidad. Este es el sentimiento por excelencia, estamos en una felicidad perpetua; en nuestro escenario, fuera y dentro de nuestro hogar, en las redes nuestro mundo social actual, tenemos que vernos, sentirnos y aparecer felices las veinticuatro horas del día.

Estamos abocados, pues, a una nueva adicción, la felicidad permanente o las sensaciones que nos hacen ser felices, y estas están ligadas al consumo y a la apariencia física, a los lugares o a las actividades que desarrollamos. Se trata de toda una representación o escena de felicidad permanente. Somos adictos a las emociones y a los sentimientos gratificantes, estamos en permanente búsqueda de estados de felicidad constante, no hay tiempo para el sosiego ni para la pausa… Todo es tan idílico como inconsistente y quien no está en ese carro está fuera.

En este punto, conviene recordar que tener buena salud mental no es sinónimo de no sufrir. Sin lugar a dudas, todos queremos mostrar nuestra mejor versión, la más feliz, la perfecta… La necesidad de aceptación está muy vinculada a nuestra autoestima, porque todos queremos ser queridos y admirados, pero, sobre todas las cosas, ser aceptados.

Los sentimientos son la parte humana indispensable para la convivencia, la ordenación personal del mundo que nos rodea. Si careciéramos de sentimientos o todos poseyéramos idénticos sentimientos, sería una falsa realidad. Y, sin embargo, las nuevas formas de comunicarnos de forma virtual tienden a uniformarnos sentimentalmente; prácticamente, todos somos especialmente felices, bellos y perfectos, utilizamos los mismos mensajes, cada uno más aleccionador, sobre cómo tenemos que sentirnos, cuáles son las conductas que nos darán fortuna, paz y abundancia…

El filósofo Spinoza decía hace casi cuatro siglos: “Mientras la razón nos uniforma a unos y a otros, los sentimientos distinguen a unos de los otros”. Estos constituyen la singularidad de cada uno. A través de los sentimientos nos relacionamos con los objetos que nos rodean, con las otras personas y con nosotros mismos. Todos tenemos conciencia de los sentimientos y todos también tenemos una teoría sobre los sentimientos, un consejo, una forma de cómo gestionarlos.

El amor, la alegría, la envidia, la sospecha, el asco, la tristeza, la esperanza, el enfado, el aburrimiento… todos, en mayor o menor medida, hemos conocidos estos sentimientos, son parte de nuestro ser, es el sello de humanidad que nos acompaña. Por otra parte, tampoco tenemos que estar permanentemente demostrando lo que sentimos, sino que es una opción personal.

La historia de la humanidad es la historia de los sentimientos; la literatura, la poesía, la música, la pintura o las artes se nutren de ellos. No nos dejemos confundir por las falsas apariencias del mundo virtual y no convirtamos los sentimientos en un producto que se puede adquirir, puesto que no es así: en concreto, la felicidad no se puede comprar, no es un producto comercial, no hay recetas de felicidad, es un conjunto de concepciones que te hacen sentirte feliz y cada uno de nosotros la construye a su manera.

Seamos más solidarios, más compasivos, empáticos, más resilIentes, porque hace de la felicidad una forma de energía colectiva transformadora.