¿Por qué hablar sobre la depresión? Porque se requiere de que un número cada vez mayor de personas con depresión pida y obtenga ayuda de sus familiares, amistades y colegas. Porque se necesita que toda la población esté mejor informada sobre sus causas y sus consecuencias, incluido el suicidio. Porque queremos que la comunidad conozca sobre cómo prevenirla y cómo se trata. Porque hay que superar la estigmatización.

La depresión es una enfermedad que al igual que la diabetes o la hipertensión arterial tiene su asiento en una parte de nuestro cuerpo. En el caso de la diabetes es en un órgano que se llama páncreas y en el caso de la hipertensión el daño se aloja en el sistema cardiovascular. La depresión tiene su sede en el sistema nervioso, específicamente en nuestro cerebro. Aunque, como los dos trastornos citados, puede afectar a otras partes del cuerpo.

La depresión se caracteriza por tristeza persistente, por la pérdida de interés en las actividades con las que normalmente se disfruta así como por la incapacidad para llevar a cabo las actividades cotidianas, durante al menos dos semanas. Además, suele presentar varios de los siguientes síntomas: pérdida de energía, cambios en el apetito, cambios en el dormir, ansiedad, disminución de la capacidad de concentración, indecisión, inquietud, sentimientos de inutilidad, culpabilidad, desesperanza, sentimiento de autolesión, ideas de suicidio; hasta llegar al acto suicida.

No es un signo de debilidad estar deprimido. De hecho, es una condición de salud que afecta a cualquier persona, no importa su edad, no importa su sexo ni su estrato social; ni su raza, ni su país. Sabemos que está ganando terreno, según la Organización Mundial de la Salud (OMS), ha incrementado un 18% en la última década, hasta situarse en más de 322 millones de personas padeciendo de ella en todo el mundo. La depresión se asocia hasta al 80% de las muertes por suicidio. Hasta 700 mil personas se suicidan cada año. Una de cada 100 muertes es por suicidio. Estas cifras convierten a esta mutual depresión-suicidio en un grave problema de salud pública.

No sabemos qué la causa, pero sabemos que hay factores de riesgo para padecerla. Las características que aumentan la probabilidad de que nos atrape van desde ser mujer, ser joven, entre los 15 y los 24 años de edad o ser una persona de avanzada edad. Las mujeres, tras el nacimiento de un hijo tienen mayor vulnerabilidad, de hecho, hasta a un 15% se le diagnostica depresión.

Los riesgos para padecerla se agravan por la pobreza, el desempleo, los acontecimientos vitales dramáticos, tales como la muerte de un ser querido o el diagnóstico de una enfermedad física grave. Por igual hay factores genéticos, neurológicos, y de comorbilidad (como los problemas provocados por el alcohol y las drogas, la diabetes, los trastornos respiratorios crónicos, la ansiedad, entre otros), que aumentan el riesgo.

Dentro de los factores sociodemográficos señalados, es el sexo el más consistente y conocido. Las mujeres tienen el doble de probabilidades de padecer depresión que los hombres, no importa el país, la cultura o la raza.

De igual manera, afecta más a los adultos jóvenes, a las personas solteras, a las separadas o divorciadas y a aquellas con un nivel socioeducativo bajo. Se tienen evidencias de que impacta más a la raza blanca, a personas de bajos ingresos, desempleadas y a residentes en áreas urbanas.

Es de conocimiento científico que la tendencia a padecer depresión se hereda. El riesgo a sufrirla es casi tres veces mayor en los familiares de primer grado. Se sabe que alrededor del 37% de las depresiones se deben a influencias genéticas. No obstante, aún no se ha encontrado un gen específico o un conjunto de genes que se asocie con la depresión.

En salud mental se habla de una interacción dinámica entre el ambiente y la genética, en donde esta última modula la sensibilidad o la probabilidad de exposición al factor de riesgo, de la misma forma que el factor ambiental produce cambios epigenéticos observables.

Al deprimirnos se establece un cambio en la función neuronal. Las evidencias indican que en ciertas áreas del cerebro, como la amígdala cerebral, la materia gris del hipocampo, la corteza cingular anterior y la corteza prefrontal dorsolateral, se crean anomalías neuronales que afectan su estructura. Estas anomalías provocan una mayor activación cerebral en las regiones subcorticales de procesamiento de emociones en estos circuitos límbicos, sobre todo en la amígdala y el hipocampo, a la vez que cambios en las regiones de control cognitivo.

Como vimos, hay factores sociodemográficos. El doble de mujeres deprimidas, junto a jóvenes y adultos mayores es en donde hay un mayor impacto de la depresión; vimos que hay causas genéticas importantes y cambios neuronales que inciden en la estructuración del cuadro depresivo. Hay, además, otros factores no menos importantes. Son los llamados factores personales, en donde la tendencia a experimentar emociones y pensamientos negativos, la introversión, el exceso de autocrítica, el déficit en habilidades sociales, la rumiación y el negativismo, juegan un rol de primer orden y se relacionan con un mayor riesgo de cuadro depresivo.

Cuando hablamos de comorbilidad nos referimos a otros trastornos de salud mental que pueden acompañar al cuadro depresivo. Los más frecuentes son el trastorno de ansiedad, los problemas del sueño, los trastornos alimentarios y los problemas relacionados al uso de sustancia.

Hay otras enfermedades médicas, crónicas o graves, que son un alto factor de riesgo para la depresión. La lista es larga: cáncer, infarto agudo de miocardio, enfermedad pulmonar crónica, diabetes, obesidad, insuficiencia cardíaca congestiva, epilepsia, alzhéimer, accidente cerebro vascular, insuficiencia renal, fibromialgia, fatiga crónica, entre otros.

Mencionaremos un último grupo de factor de riesgo. Se refiere a las experiencias adversas. Estas son eventos vitales graves, agudos y severos que se pueden presentar antes del inicio de la depresión. Puede ser: una separación o un duelo, un problema de salud que amenaza la vida, pérdida de empleo, problemas de finanzas, violencia, o bien puede ser un suceso repentino y catastrófico que está fuera del control de la persona. Por último, puede ser un evento acaecido en la infancia, como el abuso físico y sexual, el abandono emocional o el maltrato.

Si bien todos los factores señalados pueden desencadenar un trastorno depresivo, conocerlos nos ayuda no solo a prevenirlos sino a entenderlo. Al hacerlo, podemos ir rompiendo el círculo vicioso de la soledad, de la culpa, la tristeza y la desesperación que acompaña a la persona depresiva.

Debemos vencer la resistencia del enfermo y la familia a la etiqueta, tenemos que acercar al paciente y su familia al trabajador de la salud mental. Todas las evidencias, de manera unánime, indican que el tratamiento de la depresión, sea por psicología, por psiquiatría, o por ambos a la vez, es superior al placebo; sin embargo, la brecha de tratamiento está sobre el 70%. Tratarla es un imperativo para poder mitigar esta grave epidemia.

Al ser una enfermedad compleja, crónica, recurrente, dolorosa y muy costosa se convierte en una responsabilidad colectiva, en un compromiso de todos nosotros.