Creer es fácil, pensar es muy difícil y ese es quizá el gran pecado de esta sociedad, cree todo lo que ve, pero no piensa ni analiza lo que ve atribuyéndole una categoría de verdad a eso quizá basado en la misma tesis de que la verdad es lo que yo creo y ya.

Pensar significa leer, investigar y ese es el otro pecado de esta sociedad en donde la poca capacidad analítica conlleva a sustituir el argumento por el insulto pues el análisis objetivo y desapasionado tampoco es una fortaleza de esta sociedad que gravita en la economía de la atención.

Aquel principio cartesiano de "pienso y luego existo" ha sido pulverizado y sustituida por el "hablo y luego pienso". Pero ¿qué más se puede esperar de una sociedad que se hace un juicio por un titular y opina sin profundizar? La única libertad de las redes sociales es que le ha otorgado el derecho a la palabra a quienes nunca habían hecho el ejercicio sano de leer.

De ahí que incluso hoy se hable de posverdad que, de conformidad con el diccionario Oxford, fue el término más empleado en el 2016.

En la era de la post-verdad, las personas son inducidas a creer en algo que no es real, a partir de la presentación de lo que se ha denominado como “datos alternativos”, generando nuevos conceptos y valores que sirven de referencia para la creación de percepciones, actitudes y comportamientos.

En su clásica novela, 1984, el autor británico, George Orwell, hizo referencia a un mundo de penumbra, de pesadilla, de absoluta dominación política, en el que las palabras, en un diccionario de neolengua, expresaban exactamente lo contrario de lo que se quería decir.

De esa manera, el amor equivalía al odio; la paz era la guerra; la vida era la muerte; y la verdad, sinónimo de mentira. Nunca pensó Orwell que al llegar el siglo XXI, en sistemas democráticos avanzados se emplearían técnicas de subversión de la realidad tan peligrosas como las que él, en su mundo imaginario y de ficción, había considerado que sólo podían existir en regímenes totalitarios.

Desafortunadamente, sin embargo, así es. En la era de la post-verdad, todo es nada; y nada es todo. La verdad no importa. Todo es posible. Solo basta la voluntad.

Todos los argumentos esgrimidos con la finalidad de desconocer esa realidad, desvirtuarla, distorsionarla o subvertirla, ocupan un lugar especial en el reino de la post-verdad.

Es por eso que, en esta sociedad, hablar M está de moda y esa M no es de miércoles.