El papa Francisco ha concluido la Jornada Mundial de Juventud celebrada en Lisboa, Portugal, donde permaneció por cinco días. Además de impulsar los mitos y  las supersticiones propios de su credo, la actividad fue una puesta en escena de su vitalidad en declive.

Con una edad que supera los 86 años y una salud frágil, el Vicario de Cristo hace “solitos” seniles a su propio riesgo. En los 10 años y meses que lleva al frente del Estado Vaticano (fue electo el 13 de marzo, 2013) ha sido intervenido quirúrgicamente en varias ocasiones: catarata, en 2019; colon en 2021 (estenosis diverticular sintomática, con extracción de parte del intestino). En mayo, 2022: irrigación en la rodilla derecha, por rotura de ligamentos que le impedían postrarse a orar y lo obligaban a usar silla de ruedas; en julio 2023: cirugía abdominal urgente, por peligro de obstrucción intestinal, para retirarle tejido cicatrizal, y repararle una hernia. Súmanse resfriados, fiebres y más.

Contrario a cuanto cabría esperar, el soberano católico se mueve en un ambiente plagado de acechanzas y zancadillas, harto alejado de la tolerancia y el perdón de parte de sus congéneres.

A juzgar por los trinos de vaticanistas calificados, la Santa Sede es una olla de grillos, atizada por cardenales y dignatarios que intrigan y complotan a toda hora. Los tales semejan “aves de rapiña, esperando un desenlace”. Son los llamados cuervos, topos y gargantas profundas, que incluyen figuras del Opus Dei, Caballeros de Malta e incluso Jesuitas…, los cuales ven en el papa Bergoglio más que a un adversario, a un enemigo acérrimo que les resta influencia y control en la iglesia.

Jerarcas del talaje del cardenal USA, Raymond Burke, frontalmente opuesto a la prédica papal de una iglesia sinodal, que exprese su naturaleza, “su forma, su estilo, su misión”, no vacilan en afirmar que con el papa Francisco la iglesia es una “nave sin timón”. Conniven con Steve Bannon, ex asesor de Donald Trump; los neonazis de Abascal en España, y otros, en el sentido de que el papa Francisco “no es un verdadero papa”.

¡Cuidado! No se trata solo de reproches de adversarios, lo que sería normal; se trata de enemigos tenaces, públicos y privados, dentro y fuera de la iglesia, capaces de acelerar su partida al inframundo.

Tan insegura, ácida y contaminada se percibe la atmósfera en la sede habitada por el sucesor de Pedro que obliga a estar en alerta permanente ante el riesgo de un empujón o una sobredosis, en clave del mejor estilo del que habría cobrado la vida al papa Juan Pablo l, en septiembre de 1978.

Para colmo, sobre el reinado del papa Francisco, a quien sus detractores no vacilan en tachar de “comunista” y “hereje”, se mueve la fábula de las profecías de San Malaquías, en virtud de las cuales el pontífice No. 112 (el propio Francisco, a partir del tal Malaquías), sufrirá tribulaciones y en su pontificado la ciudad de las siete colinas (Roma) sería destruida.

Es el brulote de la plepa y el absurdo en sus extremos paroxísticos, siempre presto a sacar ventaja a cualquier precio. Nada nuevo en realidad: la superstición es el núcleo duro, justificativo, de la vida y los negocios religiosos, cual que sea el soberano en ejercicio.

En 2015, el vaticanista italiano Gianluigi Nuzzi, en su obra Via Crucis, aireó gruesos entresijos de la sede cristiana: interconexiones mafiosas, corrupción, chantajes, lavado…. Y más recientemente, el periodista Vicens Lozano, en Intrigas y poder en el Vaticano (2021), presenta el ámbito pontificio como un “universo de poder y abuso que va más allá de la religión”, donde campean las prácticas mundanas. Las ambiciones y estratagemas de guerra civil allí imperantes hacen de la sede romana una sentina.

En los últimos tiempos, uno de los anclajes más reveladores de la visión terrenal de la Santa Iglesia Católica, Apostólica y Romana lo ofrece el Banco del Vaticano (Instituto para las Obras de Religión-IOR, fundado por Pío XII en 1942). Tras la obtención de máximas ganancias, este se hizo accionista principal del desaparecido Banco Ambrosiano, controlado por la maffia….

De cabeza en el albañal, el Vaticano no pudo evadir su implicación culpable cuando en junio de 1982 la quiebra del Banco Ambrosiano llevó a su presidente, “il banchiere di Dio” (“el banquero de Dios”), Roberto Calvi, a ahorcarse (o a que lo ahorcaran).

La Iglesia católica no tiene escrúpulos a la hora de “multiplicar los panes y los peces” con inversiones non sanctas. Poco importa que las ofrendas de los fieles vayan a la producción de preservativos o de componentes de armas nucleares, etc..

De nada ha valido el canon niceno (Concilio de Necea, año 325) que prohibiera a los clérigos “prestar a interés”.

La gente común, distante de Roma, desconoce cuán lejos está la iglesia, dicha de Cristo, de vivir de las misas, preces a María y ritos manidos.

En su reinado, el papa argentino ha querido impulsar algunas reformas, las que le han acarreado furiosos adversarios y enemigos enconados. ¿Para qué transparentar la caja negra de las finanzas vaticanas? ¿Qué necesidad tiene Bergoglio de incursionar en la Curia e impactar en los Dicasterios?

Ni hablar de la brasa candente relativa a los cientos de miles de violaciones de menores llevadas a cabo (y mantenidas impunes) por sacerdotes, religiosos y obispos, en una orgía infinita….