Hasta que un pueblo no sepa sistematizar su pensamiento y comunicarlo al mundo, todavía es un pueblo que vive del pensamiento prestado de los otros, y no sabe cómo articular su destino. Según Leopoldo Sea, hasta los años 60 América Latina, se había servido de otras voces y pensamientos para comunicar su sentir y su situación, se daba aquello que decía Alberti de que nosotros solo repensamos lo que piensa la Europa. En esa articulación sistémica y exponencial de nuestro pensar desde Latinoamérica un hombre tuvo la valentía de hacerlo, creando toda una corriente de pensamiento, que no solo nació, se desarrolló, madura y trasciende que fue Gustavo Gutiérrez, cura pequeño de estatura, pero grande de pensamiento, trabajo, espiritualidad y amor a Dios a través de su amor a los pobres y su causa de redención.
El libro del Génesis en sus comienzos, dice que lo primero fue la palabra como acción primigenia del Dios creador. En América Latina al hablar de pensamiento y de teología nuestra: teología latinoamericana de la liberación, nuestra mirada debe dirigirse a aquella obra que calló en los estantes de muchas librerías nuestra y del mundo con el título: Teología de la Liberación. Con este trabajo de Gustavo Gutiérrez, comenzó a correr por todo el continente un río de nuevas vertientes de pensamiento que invitaba a un compromiso cristianos auténtico y serio de la fe, que se concretizaba en una opción preferencial por los pobres, una concretización más consecuente de la fe cristiana en consonancia con los aires de liberación que soplaban en ese entonces en América Latina, para que la Iglesia no solo se quedase atrás, sino que fuera coherente con el mensaje de Cristo en ese momento de la historia.
Era una teología que entraba en diálogo con la nueva mediación que ayudaba a clarificar los entuertos de la realidad: las ciencias sociales, que auxilian a la teología, como en otros tiempos lo hizo en su momento la filosofía. Este paso en el mundo académico y teológico de occidente, no podía ser bien visto, pues rompía un esquema vigente hasta ese momento, aunque reavivaba uno ya utilizado, pero también: cómo surgía una teología desde los finales del mundo y del tercer mundo, de los desvalidos de la historia y de una Iglesia que vivía de las dádivas del centro una teología desde la periferia.
Gustavo Gutiérrez fue el que tuvo la intuición y desde la fe decimos: el instrumento del Espíritu, para el nuevo kairos teológico que se abría para la Iglesia latinoamericana y los oprimidos y explotados de nuestro mundo, que desde la fe necesitaban la ayuda para ser protagonistas de su historia, pues los pobres siempre han sido un número y no más. Con la teología de la liberación, el pobre entraba como un nuevo lugar teológico desde donde Dios interpelaba y llamaba, donde la revelación tomaba el nuevo pulso que el mismo Espíritu pedía a los creyentes. No pretendía una nueva teología en sí, sino un nuevo quehacer teológico, una nueva formulación de la fe, para que pudiese comunicar las palabras de esperanza que el momento requería, el nuevo horizonte a ser transitado por el creyente y hacer de la fe y de la Iglesia la causa liberadora del pobre.
Cuando se escriba la historia real de América Latina, libre de ideologías e intereses, el nombre de Gustavo Gutiérrez como padre de nuestra teología latinoamericana, que ha dado al mundo el creer en Dios a lo latinoamericano, deberá reconocerse, pues esta hija mucho dolor le costó, con sufrimientos y persecuciones desde donde menos lo esperaba, pero supo mantenerse en el camino y en la fidelidad no solo a su teología, a nuestra teología, sino al evangelio de Cristo, principio de todo para los creyentes y los que le han seguido como él. Descansa en paz Gustavo, siervo fiel, entra a la morada de tu Señor.