Charles Hauch, un destacado diplomático norteamericano, estudioso de la historia de nuestra vida exterior, por cierto muy parco en elogios, tras constatar y documentar las grandes vicisitudes libradas por los restauradores dominicanos y sus fallidos esfuerzos para encontrar solidaridad internacional en su lucha desigual contra el poderoso ejército peninsular español, expresó lo siguiente:
“Una importancia mayor para la victoria dominicana tienen los mismos dominicanos, que prácticamente solos y sin asistencia, excepto la que le daban la topografía y el clima de su país, y su aliado, el mosquito de la fiebre amarilla, empujaron a España a salir de la isla. No hay episodio de mayor coraje en la historia del pueblo dominicano”.
Pero no fue un camino rectilíneo de triunfos continuos para los restauradores. En un momento determinado, fue preciso llamar al general Mella para alinear a las fuerzas restauradoras en la aplicación a pie juntillas de la guerra de guerrillas, como lo pone de manifiesto el oficio No. 925, de fecha 29 de enero de 1864, que el Gobierno Restaurador en Armas le envía al General y en el cual le indica: “Lo ocurrido en San Pedro( la gran derrota que les infligieron allí a Salcedo y a Luperón el 22 de al enero de 1864), los españoles y reservistas mandados por Antonio Abad Alfau y Juan Suero, se debe atribuir al haber querido cambiar la táctica que se ha seguido desde el principio de la revolución y aceptar en campo raso una batalla que debían comprender nuestros Jefes provocaba el enemigo con seguridad”.
En no apartarse de esta directriz de combate, a partir de entonces, además de su indetenible arrojo, determinación y ardor patriótico, radicó, en gran medida, el triunfo de las fuerzas restauradoras. Y es lo que explica que poco antes de cumplirse el primer año del inicio de la guerra restauradora, tras el Grito de Capotillo del 16 de agosto de 1863, el temible general José de La Gándara, la máxima figura política y militar de entonces, dirigiera desde Monte Cristi un parte al Ministro de la Guerra de España, el cual traduce el verdadero sentir del poderoso Ejército español ante el curso inesperado que había tomado la contienda.
Refería La Gándara en el referido parte fechado el 15 de julio de 1864:
“La de Santo Domingo ha perdido el carácter de un movimiento revolucionario, para tomar el de guerra de independencia nacional”. Señalaba, a su vez: “ la guerra que aquí se hace, y que es necesario hacer, está fuera de todas las reglas conocidas; el enemigo, que encuentra facilidades en todos los que son obstáculos para nosotros, las explota con la habilidad y el acierto que dan el instinto y una experiencia de diez y ocho de guerra constante con Haití”.
Y afirmaba: “El dominicano…es individualmente buen hombre de guerra; valiente y sobrio, endurecido y acostumbrado a la fatiga, no teme los peligros y casi no tiene necesidades…Hasta la fecha no se ha dado un solo combate, en todo el curso de la campaña, en que los dominicanos hayan desmentido las afirmaciones anteriores”.
Aunque no sin exageración, sostenía que “si es verdad que en todas partes y todas circunstancias han sido batidos y dispersos”, se vio precisado a reconocer que “también es cierto que las batidas y derrotas que han sufrido no les han producido…ni abatimiento ni desmoralización…Prácticos para andar por los bosques y ágiles y sagaces como los indios, son incansables para la guerra de pequeñas partidas (guerrillas), con que hostilizan sin cesar las marchas de las columnas y convoyes”.
¿Por qué se expresaba el general La Gándara de este modo? Porque, aunque acostumbrado el ejército español a pelear y vencer en contiendas bélicas regulares, sujetas a las reglas habituales, tácticas y estratégicas, que imperaban en los conflictos bélicos donde antes habían combatido, que no eran pocos, por vez primera se encontraron ante un enemigo singular, que utilizaba un método de lucha que nunca hasta entonces le fue conocido.
Meses después de la muerte del General Matías Ramón Mella, acaecida el 4 de junio de 1864, el Gobierno Restaurador en Armas se vio precisado a reiterar, debidamente estructuradas en una especie de decálogo militar, las disposiciones para la aplicación uniforme de este método de lucha bélica. Lo hizo en una importante circular fechada el 14 de septiembre de 1864 con la firma de su entonces Vicepresidente Ulises Francisco Espaillat y su Ministro de Guerra Silverio del Monte. Aquí este importante decálogo militar:
1.- Una ciudad sin almacenes de víveres, lejos de ser defendida debe ser abandonada frente al empuje de una columna poderosa del enemigo, para lograr en esa forma que ella quede sitiada, quedando en nuestro poder la campiña.
2.- Lo que se opone a la marcha de los grandes ejércitos son ejércitos grandes también, ya que las guerrillas nunca han podido impedir que fuerzas poderosas lleguen al punto que se proponen.
3.- Un Ejército guerrillero nunca se debe exponer a dar batallas campales, sino que debe permanecer diseminado en todo el territorio que ocupa y defiende.
4.- A pesar de que han tomado medidas para disputarle el territorio por el que trata de avanzar el enemigo, puesto que la revolución no se haya circunscrita a tal o cual punto, sino que está cimentada en el corazón de todo el pueblo.
5.- El sistema de guerrillas es, por tanto, el que exclusivamente debemos adoptar, salvo en las circunstancias favorables en que nuestras fuerzas se encuentran con partidas más débiles del enemigo.
6.- Un vasto territorio, montañoso y sembrado de obstáculos, resulta inexpugnable si existe un ejército guerrillero que lo defienda.
7.- Nuestro territorio, como resultado de la guerra patria que libramos, donde toda la población es hostil al enemigo, podrá ser escenario de sus logros ocasiones, pero nunca de una victoria permanente.
8.- Un vasto territorio, sobre todo si es montañoso y sembrado de obstáculos, resulta inexpugnable si existe un ejército guerrillero que lo defienda.
9.- Por todas esas circunstancias es que en nuestro caso resulta superior a cualquier otro el sistema de guerrillas, único que debemos adoptar en la seguridad de que el enemigo será finalmente derrotado.
10.- El Gobierno Provisorio de la República (Restaurador) está decidido a correr la misma suerte que le toque al Ejército de la Revolución.
El historiador nacional José Gabriel García, en las páginas 488 y 489 del tercer tomo de su Compendio de historia, nos da una descripción más cabal de las incidencias del método de lucha con que libraban lo restauradores sus combates frente al ejército peninsular:
“Como se ve estas expediciones ( las de las tropas de Santana , desde su Cuartel General de Guanuma, sobre los distintos cantones patriotas de aquellos contornos) no resolvían ni con mucho la pacificación del país, porque los restauradores, en acatamiento de las instrucciones que tenían, dictadas por el general Ramón Mella desde el principio de la guerra), se limitaban a llamar de frente a la atención de los españoles para hostilizarlos desplegados en guerrillas dentro del monte por los flancos y por la retaguardia; a no dejarlos dormir, intranquilizándolos con tiroteos nocturnos sobre sus campamentos; a tomar posesión de las alturas de los ríos para disputarles el agua; y a no comprometer acciones campales para defender terrenos de donde podían ahuyentarlos después, incomunicándolos y ocupándoles los convoyes; pero se contaba todavía con que las escenas reaccionarias representadas en el sur podían encontrar eco en otras partes, y era necesario que se repitieran en la creencia de que podían favorecer planes que no existían sino en la mente de algunos obcecados”.
La singular hazaña libertaria de la guerra restauradora fue la mejor y más patente manifestación de que el pueblo dominicano, que ya había saboreado el noble fruto de la independencia y la autodeterminación, jamás consintió en la inconsulta decisión de Santana de anexarle de nuevo a la coyunda imperial de España.
Y es esa irreductible determinación de las huestes restauradoras, dispuestas a luchar hasta la muerte y vencer, en condiciones tan adversas y desiguales, empleando un método de combate que contrarió los planes militares más acabados de las tropas ocupantes, lo que echa por tierra la fementida tesis con que más de un historiador pretendió explicar que Santana nos anexara a España: una nueva invasión haitiana.
Pues si en doce años de cruentos combates enfrentó y venció a un adversario más fuerte, como lo hizo tras la anexión. ¿No lo haría mil veces más ante una nueva incursión de un adversario foráneo?