En estos momentos estoy pasando por una situación familiar dolorosa. No tengo deseos de nada, pero como me dijo una persona que conocí hace menos de un año y con quien he podido crear un lazo de amistad, “le mando buena onda para que los pasos necesarios por la vida no se vean con tropiezos monstruosos que la dejen sin energía para lo vital, entre ello las teclas”. Esto, a propósito que le comentaba que no tenía el menor deseo de escribir, por eso mi ausencia de tres semanas en este medio.

El pasado sábado  Danny Rivera se presentó en el Teatro Nacional, bajo la batuta del maestro Amaury Sánchez. Fue una noche mágica.

Danny Rivera es mi artista favorito, soy la fans, más fans de todas desde hace un poquito más de cincuenta años, y como dije una vez, es el único artista que he ido a ver en un  show hace muchos años, regalo de cumpleaños de mi hijo. Desde  entonces me he sentido regalada de por vida. Ese regalo superó todas mis expectativas, nada lo había superado. Bueno, hasta ahora.

Como las personas cercanas conocen de la situación, de mi tristeza, me comenzaron a “bombardear” dándome razones para que asistiera al concierto, entre ellas mis dos nueras y mis tres comadres: Luchy, Carmen Antonia y Mary Yolanda. Y de la más importante, Norma, quien ha acompañado a la familia desde hace tantos años. Me dijo que por ella y por Luicho, tenía que asistir.

Debo comentar que como llegué con tiempo al teatro, tuve la oportunidad de ver entrar a todo el público, sobre todo, aquel que espera el último minuto para ocupar su asiento.

Fue impresionante ver personas que para llegar a su lugar tenían que ir ayudadas por dos personas que le sirvieran de apoyo. Yo le señalaba a Grace, mi nuera, que se fijara en el pelo blanco de tanta gente que acudía. Pero no solo fue un público de la tercera  edad, sino que había una gran cantidad de jóvenes que para mí resultó ser una grata sorpresa.

Me pregunto, ¿qué sentirá Danny Rivera al ver el teatro lleno con un público de diferentes edades que ha sido tan fiel como yo? La muestra es que desde que entró al escenario, todas sus canciones sin excepción fueron coreadas con una devoción propia de quien ha vivido momentos maravillosos en sus vidas acompañados por su dulce y melodiosa voz.

Tuve un paréntesis, disfruté a más no poder y me siento más que dichosa, privilegiada, porque no solo pude disfrutar de mi cantante favorito, sino que tuve la dicha que en dos ocasiones me saludara, me mandara un fuerte abrazo, pero eso no es todo, Pedro Bonilla, mi fotógrafo preferido aprovechó que mi hijo como miembro de la orquesta nos llevó hasta el camerino a Grace y a mí y nos tomó varias fotografías y así como en una oportunidad pudo captar una sintonía de amor  entre Danny y un violinista, este artista captó un momento en que yo miro extasiada al maestro y él me mira a mí. Gracias Pedro por esos detalles.

¿Soy dichosa? Sí. ¿Soy privilegiada? Sí. ¿Soy feliz? Sí.