El Diccionario de la Real Academia Española define la melomanía como la «afición apasionada por la música». Hasta hace pocos meses, yo tuve la dicha de tener a mi lado a un melómano encantador. Y es que, sin quizás, una de las tantas cosas que fue mi padre y de las virtudes que le adornaban era su pasión por la música. Y me refiero a esto como una virtud, porque en mi adultez entendí, y ahora más luego de su ausencia física, que la música es cultura, que ella te permite incluso viajar a destinos que no conoces, a conectar con costumbres de otros lares que no son el tuyo, a ampliar tu vocabulario o lenguaje (aprendiendo, por ejemplo, de melodías llenas de recursos literarios varios). La música es un medio para el desahogo y vivencia de múltiples emociones en su compañía. Las lindas (amor, alegría, sentido de la amistad, optimismo) y las no tan buenas (tristeza, desamor, decepciones). En fin, la música puede ser una compañera de vida, que, en nuestro caso, llenó mi hogar a través de los diferentes ritmos que mi padre, como diría él, deleitaba y disfrutaba.
Su melomanía lo llevaba a tener gustos variados, que iban desde el jazz fusión o smooth jazz de Spyro Gira, pasando por las notas junto a la melódica voz de Nat King Cole y Natalie Cole, cantando a dúo su inolvidable «Unforgettable», hasta al «My Way», de Frank Sinatra, que entonaba gesticulando con su particular sonrisa y considerándola, ya en estos últimos años, una especie himno personal.
Mi papá utilizó la música como vía para enseñarnos a mis hermanos y a mí, pues como llevaba ese arte de enseñar en las venas, y esa asombrosa facilidad de transmitir sencillo lo complejo, no perdía el chance de usar melodías con historia para hacerlo, como la canción «Por si el amor» de Nydia Caro, en donde ella afirma que: «[…]robaré a Chabuca Granda los jazmines en el pelo, a Yupanqui su guitarra y a Neruda sus cuadernos, le quitaré a Agustín Lara sus canciones sin solfeo, solo si el amor llegara, después todo lo devuelvo». Utilizó la música para expresar su amor por mi madre, gratitud por la presencia de familiares y amigos que nos visitaban, pesar y búsqueda de paz en momentos difíciles, como, por ejemplo, luego de dar noticias muy malas a sus pacientes.
Papi nos permitió viajar con la música y construir «castillos en el aire, a pleno sol, con nubes de algodón, en un lugar, a donde nunca nadie pudo llegar usando la razón», con uno de sus favoritos, Alberto Cortez; sentir en el corazón un buen merengue y así conectar con nuestra identidad como dominicanos, pues decía – mientras bailaba con una sonrisa de esas genuinas – que después de Johnny Ventura y su canción «Amoríos», era el «único negro que bota miel por los poros». Me enseñó a apreciar lo sencillo al entonar con Víctor Víctor que «yo no te prometo el cielo, te prometo una casita chiquita y bonita, con paredes en colores, con cupidos mi amor, y quizás alguna flor».
Hubo algo que al doctor Silié se le olvidó enseñarnos y es que la música es algo que te mantiene conectado por siempre, a pesar de encontrarnos en dimensiones diferentes, como estamos él y yo ahora mismo. Por eso, cada vez que escuche a Cortez entonar con fuerza: «[…] Como el primer día eres el velero, la estrella y el viento de mi travesía, mi filosofía, mi apasionamiento, mi mejor acento, mi soberanía, como el primer día te sigo queriendo», vendrán a mi mente y mi corazón, como dice el título de esa canción, como el primer día, todos los recuerdos, vivencias y conversaciones que trajo la música que trajiste a mi vida, a nuestras vidas.
Por todo y eso, y muchísimas cosas más, que solo se pueden sentir y no plasmar por escrito, aprovecho este espacio para decirte: Papi, mi Daddy, doctor Silié, gracias por la música.