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El doctor Ramón Báez quien restaura la Universidad de Santo Domingo en 1914.
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Lic. Julio Ortega Frier, rector de la Universidad en su cuarto centenario y propulsor de la Ciudad Universitaria.

1.- Oportuna evocación de una primacía colonial
Es importante recordar, para las presentes y futuras generaciones- máxime en fechas tan señaladas como la que hoy se conmemora-, que fue nuestro país, que tiene en su haber tantas primacías coloniales, el primero de América en donde se cursaron estudios universitarios.
Justo es significar que los aprestos germinales de nuestra enseñanza iniciaron con los padres franciscanos. Desde 1502 fueron estos pioneros en la enseñanza rudimentaria para niños, alcanzando luego la autorización de un estudio general de filosofía y teología.
A partir de 1510 continuaron los frailes de la Orden de Santo Domingo o dominicos. A este respecto, cabe recordar que el 24 de febrero de 1513 fue emitida por parte de la corona española una Real Cédula que algunos estudiosos consideran como el más antiguo documento sobre la instrucción pública en América.
En el mismo se disponía que “los hijos de los caciques de la Española, que muestren buena disposición, sean enseñados en el arte de la Gramática y otras ciencias por el bachiller Hernán Xuarez, Clérigo”.
Ya para 1518 el recinto conventual de los frailes dominicos era una cantera de formación de novicios y preparación de estudiantes. Desde 1530 regenteaban en la Ciudad de Santo Domingo un colegio con categoría de Estudio General autorizado por la corona “donde leyesen y escribiesen y oyesen gramática los hijos de los naturales, y fuesen adoctrinados”.
Y es lo que explica que tiempo después, fueran estos quienes gestionaran ante el Papa Paulo III, quien tuvo a su cargo el gobierno de la Iglesia entre 1534 y 1549, que al referido estudio le fuera otorgada categoría de Universidad.
Así lo hizo el Santo Padre mediante la Bula “In Apostolatus Culmine”, expedida en quinto Kalendas de noviembre (que corresponde al 28 de octubre de 1538), erigiéndose así en nuestro suelo la primera universidad del nuevo mundo con el nombre de Real y Pontificia Universidad de Santo Tomás de Aquino.
Mediante la misma, le fueron concedidos los mismos privilegios que a la Universidad de Alcalá, en España, al tiempo que la autorizaba a conceder toda clase de grados en las diferentes facultades, tanto a estudiantes religiosos como a seglares.

2.- Aclarando un mal entendido
No han faltado en diversos momentos de la historia, aunque por fortuna es ya un tema plenamente dilucidado, quienes erradamente cuestionaran nuestra primacía de contar con la primera universidad del nuevo mundo.
Todavía en febrero de 1942 lo afirmaría en conferencia que impartiera en España, el Rector de la Real y Pontificia Universidad de Salamanca, el Doctor Artero, en momentos en que ya Fray Beltrán de Heredia había encontrado el texto original de la Bula “In Apostalus Culmine”.
Su error estuvo en afirmar que había sido 1558 y no 1538 la fecha fundacional de nuestra universidad, con lo cual contribuyó a propagar otro error no menos destacable, es decir, que las primeras universidades de América habían sido las de San Marcos, antiguo Colegio San Carlos, de Lima y la de México, fundadas ambas en 1551, es decir, 13 años después que la nuestra.
Dos años después de iniciada nuestra universidad, en 1540, con base en la escuela que fundara el obispo Sebastián de Fuenleal, fue autorizado el Colegio que decidiera sufragar, como lo consignó mediante disposición testamentaria, el rico hacendado de Azua Hernando de Gorjón, llevando su nombre, el cual comenzó a funcionar en el año 1550.
Dicho colegio fue transformado, mediante Cédula del rey Felipe II, el 23 de febrero de 1558, actuando por conducto de su hermana la Princesa Juana, en la Universidad de Santiago de La Paz.
He aquí, por cierto, el germen del error del ilustre Rector de Salamanca, ya precitado. Confundió la fecha fundacional de nuestra primera universidad con la de Santiago de La Paz, fundada veinte años después.
No perduró en el tiempo la Universidad de Santiago de La Paz y pocas décadas tardaron para que se produjera su declive. Fue transformada en Seminario Conciliar en 1603, quedando subordinada a mediados de siglo XVII a la Universidad de los Dominicos la cual continuaba destacando en su ejemplar esplendor.
Fue la Real y Pontificia Universidad de Santo Domingo el punto de confluencia de quienes en las Antillas y parte de América buscaban ansiosos las luces superiores del saber. Cabe recordar a este respecto, que sería el 12 de septiembre de 1721 cuando el Colegio San Juan de Letrán, de La Habana, se transformó en Universidad, por disposición papal, lo mismo que la Universidad de Santa Rosa, de Caracas.
A estas les fue otorgada la potestad de “conferir grados de aquellas ciencias y facultades que en dicho convento se enseñan y lean según y de la misma manera que los confiere la Academia y la Universidad del susodicho convento de Santo Domingo de la Isla Española”.
Cabe significar, por cierto, que de nuestra Universidad procedieron los dos primeros rectores de la Universidad de La Habana, a saber: Fray Tomás de Linares en 1728 y Fray José Ignacio de Poveda, en 1738.
En lo que respecta a nuestra universidad, fueron renovados los estatutos por decisión de su claustro en 1752 y confirmados por el Rey en 1754. En 15 acápites se contenían aquellas importantes disposiciones, que entre otras de interés, establecía claramente los lineamientos de los textos bajo los cuales debían prepararse las oposiciones a cátedra.
Por ejemplo, para Derecho Canónico las Decretales de Gregorio IV, para Medicina, los textos de Avicena, para cirugía, el libro “Ad Glancomen”, de Galeno, Euclides para las Matemáticas, Quintiliano en Retórica y Nebrija para Gramática.
En las primeras décadas del siglo XVIII renacería la Universidad de Santiago de La Paz, esta vez bajo la regencia de los padres jesuitas. Los mismos desde principio del siglo XVIII habían iniciado centros de enseñanza primaria.
Surgió entonces una encendida polémica entre los hijos de San Ignacio de Loyola y los de Santo Domingo de Guzmán, pues los primeros quisieron disputarle a los segundos la potestad, ganada en buena lid, de otorgar títulos universitarios.
Tan es así, que el rey Fernando VI se vería precisado a zanjar la cuestión en 1747 concediendo a ambas iguales prerrogativas para la emisión de títulos universitarios.
No obstante, por segunda ocasión, tendría vida corta la restaurada Universidad de Santiago de La Paz, esto así porque en el año 1767 se produce la pragmática sanción de Carlos III mediante la cual se ordenaba la expulsión de los jesuitas de España y sus dominios.
En el mismo año cesó la Universidad Santiago de La Paz, que en 1792 se transformó en Seminario Conciliar, bajo el nombre de Colegio de Santo Fernando, pero suspendería su funcionamiento tras la ocupación francesa de la isla (1801-1808) resultante del Tratado de Basilea de 1795.
Ya a finales del siglo XVIII nuevos vientos soplaban en Europa y en América y hasta la Real y Pontificia Universidad de Santo Domingo llegaron los fulgores del siglo de las luces, permitiendo la participación de seglares en sus puestos de dirección.
A partir de 1788 los estudiantes pobres fueron autorizados a cursar estudios gratuitos. Contaba entonces con 50 doctores y 200 estudiantes.

3.- El comienzo del calvario y las vicisitudes de nuestra universidad en los albores del siglo XIX
Cuando en 1801 Toussaint Louverture incursiona en nuestro territorio con sus huestes, consecuencia de la cesión a Francia de la parte española de la isla mediante el Tratado de Basilea, cierra sus puertas la vieja universidad regenteada por los dominicos.
Así permanece y, tras la guerra de reconquista de 1809, debió esperar hasta 1815 para su reapertura. Era su Rector entonces José Núñez de Cáceres. Era ya una institución laicizada al soplo de las ideas liberales de la Constitución de Cádiz y a la misma, aunque en menos proporción que en otros tiempos, acudían estudiantes desde Puerto Rico, Venezuela y Cuba.
Pero la reapertura duró apenas siete años. Vendría en 1822 la ocupación haitiana. Vanas fueron las promesas de Boyer de “conservar ese núcleo del saber humano” y de que “bien presto enviaría a estudiar un número de jóvenes haitianos, para que con la unidad de la doctrina adquirieran un lazo de perpetua unión”.
Tras alejarse, vino su cierre en 1823, siendo su Rector el Doctor el Doctor Bernardo Correa y Cidrón, por ejecución arbitraria del gobernador Borgellá. La conscripción, el reclutamiento general de los jóvenes, inició con los universitarios.
Como expresara al respecto Don Emilio Rodríguez Demorizi: “era una luz apagada violentamente entre las nieblas de un naufragio… al destruir el estado naciente, el invasor Boyer comprendió que urgía apagar esa radiante antorcha, capaz de renovar la luz que produjera la transformación política de que se había aprovechado por los fáciles medios de la fuerza, con el quimérico empeño de sujetar definitivamente, al mismo yugo, dos pueblos de radicales diferencias”.
Por fuerza imperativa de las circunstancias, inició la emigración forzada del talento hacia más promisorios destinos. Cátedras como las del Arzobispo Valera y la del Doctor Juan Vicente Moscoso se mantenían en los hogares particulares en medio de la acechanza y el asedio del ocupante.
Infructuosas resultaron las diligencias del Diputado por Puerto Plata Federico Peralta, representante de la parte este ante la Asamblea Legislativa Constituyente haitiana, constituida tras la revolución de Praslin, quien en la sesión del 23 de diciembre de 1843, solicitó la reapertura de la Universidad.
Así lo reclamaba el diputado Peralta a sus compañeros asambleístas en Haití:
“Que se establezca un colegio en Santo Domingo con el título de Universidad en donde se enseñe cumulativamente el francés, el castellano, el inglés, y donde encuentren también cursos de derecho civil y canónico, de medicina y de todas las otras ramas de la educación”.

4.- Aprestos de restaurar la enseñanza universitaria tras el nacimiento de la República
Tras 22 largos años de ocupación, nace la República, gracias a los desvelos de Duarte y los Trinitarios. Exhaustas las arcas nacionales y en estado de guerra, poco era lo que podía hacerse entonces por recuperar el esplendor de la vieja casa de estudios.
En 1845, al cumplirse el primer año de la independencia, se crea una cátedra de latinidad y en 1847 se incluyen las cátedras de Matemáticas y Filosofía.
En 1848, el Seminario Tridentino Santo Tomás de Aquino, desaparecido tras la ocupación francesa, vuelve a restablecerse aunque a diferencia de entonces, no estuvo destinado sólo a la formación sacerdotal sino también a “la propagación de las luces en las masas populares y al cultivo de las ciencias en las clases superiores de la sociedad”.
Cuatro años más tarde, en 1852, es creado el Colegio San Buenaventura destinado a estudios superiores de literatura y ciencias, los cuales fueron reconocidos como suficientes para validar la obtención de grado universitario “luego que las circunstancias permitan su restablecimiento”.
En 1859 Pedro Santana dispuso una ley para el restablecimiento de la Universidad, pero las vicisitudes que sobrevinieron entonces, incluida la reincorporación a España entre 1861 y 1865, retardaron el propósito.
Tras la anexión, el Presidente José María Cabral dispuso en 1866 la creación de un Instituto Profesional cuyo funcionamiento fue un tanto irregular hasta que en 1882 el entonces Presbítero Fernando Arturo de Meriño, a la sazón presidente de la República, dispuso su verdadera institucionalización y realce.
Era el Instituto Profesional la única institución universitaria del país. Contaba con organización y facultades para ofrecer el grado universitario, aunque no el Doctorado.
Más de tres décadas debieron transcurrir hasta que el 1914, el presidente Ramón Báez, destacado médico, filántropo y civilista, hijo de Buenaventura Báez, dispuso que el Instituto Profesional se convirtiera en Universidad de Santo Domingo, restituyéndole su dignidad.

5.- La Universidad en la era de Trujillo
En septiembre de 1930, la entonces vibrante Asociación de Estudiantes Universitarios (ANEU), fundada el 1 de abril de 1928, dirigió a Trujillo una misiva en fecha 5 de enero de 1932, en la que planteaba: “ hace ya tres años que la juventud universitaria del país está luchando con convicción y entereza por obtener la autonomía de la Universidad Nacional”.
Pide a Trujillo al respecto someter a las Cámaras legislativas un proyecto de ley mediante el cual se instituyera que el Rector y las autoridades universitarias fueran elegidas por el claustro universitario.
Dicho intentó murió en ciernes, pues durante 31 años la Universidad fue sometida al férreo control dictatorial. Las autoridades eran rigurosamente depuras y nombradas por el tirano al igual que los catedráticos.
Pero justo es reconocer que, a pesar de aquellos constreñimientos, desfilaron por sus aulas celebridades de toda América y el mundo. Sangre nueva recibiría con la llegada de eminentes catedráticos españoles y contaba con académicos de primerísima estatura intelectual.
El 18 de noviembre de 1943, a instancia del entonces senador Arturo Logroño, se aprueba mediante ley el plan cuatrienal de construcción de la Ciudad Universitaria a un costo de 2 millones de pesos.
La misma sería inaugurada el 17 de agosto de 1947 en los salones de actos del edificio de aulas Doctor Defilló. Era Rector de la misma el Lic. Julio Vega Batle.
Una persona sería clave, entre otros, en los aprestos de creación de la Ciudad Universitaria: el distinguido abogado y educador Lic. Julio Ortega Frier. A esto respecto, reza una anécdota que en una ocasión, alguien sutilmente quiso reclamarle a Don Julio su concurso entusiasta para que le fuera otorgado a Trujlllo el título de primer maestro, a lo que Don Julio asintió al tiempo de contestarle: “¡así es! Pero a cambio obtuve de él la Ciudad Universitaria”.

6.- La Universidad de Santo Domingo tras la muerte de Trujillo
Tras la caída de la tiranía, sería la universidad uno de los principales escenarios de expresión de las ansias libertarias contenidas por más de tres décadas.
Ya gobernaba Joaquín Balaguer cuando el 31 de diciembre de 1961 fue aprobada la ley 5778 que le concede a la misma su autonomía. En la misma se establecía que la Universidad de Santo Domingo “es la continuación histórica de la Real y Pontificia Universidad de Santo Tomás de Aquino, creada por la Bula In Apostolatus Culmine, de su Santidad el Papa Paulo III (del 28 de octubre de 1538). “
De igual manera, el decreto número 6898, de fecha 12 de julio de 1961, emitido por el Poder Ejecutivo, pone fin a la Guardia Universitaria, especie de brazo estudiantil del Partido Dominicano en el recinto universitario.
La primera Resolución del Consejo Universitario, creado mediante la precitada ley, fechada el 7 de enero de 1962, anuló las distinciones otorgadas a Trujillo y los títulos conferidos a su parentela (A Ramfis de doctor en derecho y a su primo Pedro Nicolás de doctor en medicina) y suspendía a gran parte de los profesores de sus cátedras.
La historia reciente de la universidad es más conocida. Las luchas por la autonomía, los esfuerzos del Movimiento Renovador y su recinto como espacio de confluencia de las luchas ideológicas que signaron la vida nacional durante los doce años del balaguerismo y tras su término, responder a la creciente demanda de una población estudiantil en aumento no obstante la existencia de una oferta de educación universitaria cada vez más amplia, tras el comienzo de la universidades privadas con los inicios de la Universidad Católica Madre y Maestra, hoy Pontificia, en 1962 y la Universidad Nacional Pedro Henríquez Ureña, en 1966 y tras ellas otras de gran prestigio.
Hoy son otros los retos y los desafíos de la Universidad como son otros los anhelos y expectativas del pueblo dominicano tras seis décadas de decapitada la dictadura.
Pero siempre será dable esperar que nuestra más alta casa de estudios en sus autoridades, docentes y alumnos preserve siempre la conciencia de su pasado; de sus glorias y avatares y encuentre en ellos inspiración y luz para responder con lucidez a las exigencias del presente y las que le depare el porvenir.