El pasado martes, 19 de octubre, falleció uno de los filósofos más importantes de la posguerra, Gianni Vattimo. Nacido en Turín, Italia, su muerte no es solo relevante por el alcance de su obra y su impacto en el pensamiento contemporáneo, sino también, porque junto a Jürgen Habermas y Noam Chomsky –estos dos últimos aún vivos, aunque en la etapa final de sus vidas-  encarna un ejercicio de la filosofía como disposición reflexiva rigurosa y totalizadora, adscrita a la gran tradición de la filosofía occidental, que recula en el espacio cada vez más ocupado por los extremos del filósofo twittero y el filósofo investigador de las universidades.

Ese ejercicio filosófico se vincula con una época donde los parámetros del modelo neoliberal no habían tomado a las universidades, por lo que las humanidades no estaban sometidas a los mismos criterios de evaluación de las disciplinas científico tecnológicas con el fin de encajar en unos criterios de competitividad ajenos a su naturaleza. Los filósofos han devenido en “especialistas” que deben cumplir con la entrega de unos productos medibles en indicadores y unos rangos temporales que imposibilitan la vieja reflexión a la usanza de los clásicos como Friedrich Nietzsche o Martin Heidegger.

Esta nueva época fue diagnosticada por Heidegger y por el mismo Vattimo. La obra de ambos esta asociada al análisis de la Modernidad y a su consumación, eso que se ha denominada posmodernidad.

Jacques Derrida definió la posmodernidad como la crisis de los metarrelatos, las grandes narrativas que intentaban explicar el mundo en su totalidad -como el cristianismo o el marxismo- así como la crisis de la creencia en la existencia en valores universales como la Verdad, la Justicia, la Belleza, etc.

Vattimo analiza la posmodernidad a partir del concepto de “pensamiento débil”. Se trata de una metáfora que se contrapone a la metafísica occidental entendida ésta como pensamiento fuerte o actitud fundamentalista ante la vida caracterizada por una obsesión con la lógica unívoca y la práctica monolítica.Por su parte, el pensamiento débil conlleva la reivindicación de un mundo constituido por la pluralidad de interpretaciones que requieren de un diálogo para construir formas de vida no violenta.

Implica, por tanto, el cuestionamiento a toda pretensión de construir principios absolutos para fundamentar el conocimiento y la acción humana, así como la emergencia de una actitud nihilista ante la vida que ha sido mal interpretada  al asociarse con la desesperación y el relativismo. En mi próximo artículo, hablaré de este tema y de la singular lectura de Vattimo al respecto.