La vida provinciana suele estar marcada por pequeños egoísmos y grandes silencios respecto a los méritos de los demás para estallar, si es que estalla como artificio hipócrita, luego que la gente que se ganó los méritos a base de trabajo y talento ha desaparecido.
Ella suele ignorar y despreciar y silenciar hasta que las victimas logran esa categoría o no pueden desarrollarse plenamente dadas las limitaciones que impone generalmente una minoría ciega y egoísta sobre toda la sociedad.
Esa es prácticamente una constante de la que Martí se ocupó al señalar que para los provincianos todo anda bien si su entorno resulta exitoso mientras que amarga el éxito del vecino. Su mundo gira en torno a esos narcicismos figureros.
Ahí entran pequeñas envidias, lapsus con propósito definido, rumores, chismes y todo aquello que aporta la mediocridad provinciana, incapaz de ver el horizonte buscando defectos y problemas en los demás no importándole la necesidad de perfección que tenemos todos los humanos.
Porque ella, la envidia y la mediocridad existen y existe, por el contrario, la perfección y sólo hay que poner la mente a trabajar en esa dirección.
Hay personas como el doctor Rafael Escoto que se ponen los espejuelos de la historia de forma adecuada para ver méritos y para destacarlos. Él niega plenamente las condiciones anotadas al inicio.
Su generosidad y desinterés, que algunos toman por locura, sabe por donde anda cada quien y lo proclama sin limitarse al silencio, sin susurrar, sin rechazar por rechazar.
Ese es uno de sus grandes méritos.