La base de la identidad de los pueblos radica en la gestión cultural. Amor por la comunidad es igual a raíces ciudadanas ramificadas. La cultura planificada, coherente con los intereses locales, conforma la base de la identidad municipal.

Tiempo atrás, en la década del 70 del siglo XX, Santiago de los Caballeros era apenas una aldea que se proyectaba hacia una gran ciudad. El chauvinismo estaba en su mejor momento.

Pero de esa pasión solo quedan las frases huecas: “Santiago es Santiago, la Ciudad Corazón”; “Santiago, la provincia más provincia”, etc. A la par, dejó de tener sentido aquello de que Capital es Capital, lo demás es monte y culebra. Igual sucedió con otros pueblos del Cibao: Puerto Plata y La Vega, por solo mencionar dos.

En esa época las poblaciones del interior, como la llaman los capitaleños, desaprovecharon la oportunidad de forjar la ciudad deseada. Se limitaron a autoproclamarse como los mejores, los más limpios, los más alegres, los más organizados…

La idea de una reflexión que condujera a hacer sostenibles esas características positivas nunca —ni por asomo— les pasó por la cabeza. Nunca pensaron en potenciar lo que los hacía diferentes. Nunca pensaron que esos rasgos iban a desaparecer con el crecimiento sin control.

Por eso hoy se desconoce cuándo fue que estos pueblos —igual que el Distrito Nacional— se convirtieron en vertederos. Menos todavía se sabe cuáles elementos dieron origen al tránsito de lo positivo a lo negativo.

Visto lo anterior, no faltará quien se pregunte: ¿Qué tiene que ver la cultura con el crecimiento demográfico y la consecuente desaparición de ciertas costumbres? La concepción errada sobre la gestión cultural justifica la pregunta. Las actividades artísticas son suficientes.

Las tareas de un Departamento de Cultura en un ayuntamiento se explican sobre la base de que la cultura es la suma del hacer ciudadano. Es un proceso que se construye cada día. Por eso, el gobierno local debería tener bien claro qué municipio quiere dejar a las generaciones futuras. Nunca conformarse con las tendencias que se perciben.

De lo anterior se desprende que un Departamento de Cultura Municipal debería estar conformado por un equipo de técnicos duchos en planificación. Porque eso es la gestión cultural, un proceso de planificación permanente.

En su acepción antropológica y sociológica, parafraseando a Giovanni Sartori*, la cultura es la esfera donde vive todo ser humano. El hombre como animal simbólico, vive en un contexto coordinado de valores, creencias, conceptos y, en definitiva, de simbolizaciones que constituyen la cultura. Tanto el hombre primitivo o el analfabeto poseen cultura.

Por derivación, según Sartori, podemos hablar, por ejemplo, de una cultura del ocio, una cultura de la imagen y una cultura juvenil. Pero muchos suelen llamar cultas a las personas que poseen un amplio conocimiento, bien informada. No se equivocan, cultura es además sinónimo de «saber». En consecuencia, puede hablarse de pobreza cultural.

El Ayuntamiento como gobierno del municipio está llamado —siguiendo a Sartori— a construir una cultura del municipio. Una cultura que ponga en valor las características que definen la comunidad municipal, en razón de su territorio y el gobierno que lo administra.

Las consideraciones anteriores llevan a concebir el gobierno municipal como el principal ente de transformación cultural de la nación en su conjunto. Y dentro de los ayuntamientos, a su vez, corresponde a los respectivos departamentos de cultura conducir el citado proceso.

Qué hay ayuntamientos carentes de recursos para contratar especialistas en gestión cultural, cierto. Pero los gobiernos locales podrían abordar la figura legal de las mancomunidades municipales. Es decir, conformar mancomunidades municipales para la gestión cultural de los municipios asociados.

La figura de la mancomunidad municipal, consagrada en la Ley 176-07 se consigna en el Título V: Otras Entidades Municipales. A su vez, en el Capítulo I: Las Mancomunidades. Las explicaciones se suceden del artículo 72 hasta el 76.

La cultura abarca un universo que va desde la creación artística hasta la producción de productos culturales enmarcados en un proyecto coherente con los intereses del municipio. Atiende, por ejemplo, a la democracia cultural, garantiza el respeto al pluralismo cultural, la descentralización de la burocracia en las actividades culturales.

El respeto a la libertad artística es tarea de la gestión cultural, sea personal o en el ámbito comunitario. Además, la conservación del patrimonio histórico y cultural del municipio y la nación. Para todo ello se requiere la actuación directa del Estado.

De lo anterior se desprende la necesidad de que los ayuntamientos cuenten con sus respectivos equipos especializados en gestión cultural. Porque la gestión cultural es la llave del desarrollo local.

*SARTORI, GIOVANNI. Homo videns. La sociedad teledirigida. (1998) Editora Taurus