Nunca como ahora Pedernales ha necesitado el rescate y consolidación de sus valores fundantes que le dieron fama de pueblo apacible, trabajador, respetuoso, sano, solidario, seguro, hospitalario, alegre y de vibrante activismo cultural. El desafío actual es inmenso.

El gran turismo asoma en esta demarcación situada en la parte más austral del territorio dominicano, en la frontera dominico-haitiana, a 307 kilómetros del Distrito Nacional.

La gestión de gobierno actual ha anunciado que llegarán miles de turistas de cualquier parte del mundo a partir de la ejecución de su proyecto de desarrollo turístico sostenible. El presidente Luis Abinader ha garantizado que en diciembre de 2023 llegarán los primeros cruceristas a través de la terminal en construcción en Cabo Rojo.

Dada la cercanía con la requeté-empobrecida comuna Anse –a- Pitre y otras comunidades de Haití, cientos de sus nacionales cruzan a diario en busca de comida. Una parte se queda se queda y amplía los cinturones de hacinamiento sembrados y abonados por los malos políticos. Es rutina.

Por influencia de las “modas” citadinas y de  la nueva matriz imperante en RD, que atribuye prestigio social al narcotraficante, al corrupto de los sectores público y privado… a las mafias en general en vez de las personas honradas, se prefigura un Pedernales invivible, si no se adoptan desde ahora las decisiones precautorias de reforzamiento de la identidad local de cara a los esperados entrecruzamientos culturales.

Es la inquietud que me martilla sin cesar.  Luce que nuestro pueblito no está preparado para la avalancha.

El marco de referencia que le dio forma a la comunidad se ha esfumado (o lo han esfumado).

Y la planificación para la contención del caos, si existe, carece de la contundencia que demanda la coyuntura.

Así que estamos en alto riesgo de desnaturalización de lo que somos como pueblo.

Es una de las razones poderosas por las que en el marco de un nutrido junte celebrado el 24 de julio, en el que me entregaron una placa de reconocimiento a nuestro servicio  de larga data a la provincia, he sugerido empoderarse del tema a la presidenta de la Asociación de Pedernalenses Ausentes (Aspa), Ruth Villegas.

Con el alcalde Andrés Jiménez presente, expresé mi vieja resistencia a recibir halagos en la provincia hasta que se vuelva la vista atrás para enaltecer a los hombres y mujeres que construyeron un Pedernales envidiable, con el poder de sus discursos, sus conductas y su trabajo honrado hasta la muerte.

Porque esas personas, que nos esculpieron para enfrentar con entereza los avatares de la vida, fueron abandonadas de manera despiadada en el pasado para abrir las compuertas a un presente tenebroso  desparramado por los cuatro costados de la comarca.

En el acto resalté algunas de las muchas  personas dignas de eternizar con nombres de calles, carreteras, edificios, oficinas, monumentos, parajes. A saber:

Las familias fundadoras desde los años 20 del siglo pasado; Teresa y Cana, como primeras enfermeras; La Pupa y María Pérez, como emprendedoras de tiendas que desafiaban la inextricable carretera del sur para viajar a Barahona y la capital a comprar mercancías.

Elenita y Mema, como pioneras de la hostelería; Tatá Calú, longeva emprendedora de tienda, esposa del hijo de uno de los fundadores; Petra y Danubia,  primeras maestras graduadas; primeros pescadores de La Cueva, Cabo Rojo; Ostrín, Heroíno, Santo Color, Pay y otros, primeros bachilleres del Liceo Pedernales.

Lolola y Tatá, como rezadoras vivas; La Killa y Ramón Barita, primeros institutos de mecanografía y archivo; Otilito Pérez y Servio Tulio Mancebo, primeros profesionales universitarios; Ángel Jeremías Pérez y Pérez, síndico en democracia; músicos como Federico y Miguel, Vicini, Silvio Sena, los hermanos Méndez López (Bobollo, Mon, María y Ana), Kramel y Samuel…

La deuda pendiente es vieja y larga.

El impacto de esas ausencias en la cotidianidad pedernalense ha sido bestial. Se ve en el creciente irrespeto al otro; en el objetivo asumido por cada vez más jóvenes y adultos de resolver la vida económica vía tráfico de drogas, y en el consumo; en el caos en el tránsito y las consecuencias mortales; en la delincuencia callejera; en la falta de solidaridad y del sentido de pertenencia respecto de la provincia como colectivo.

Cuanto antes hay que cerrar las puertas a lo malo y reivindicar aquello que nos hizo grandes. Dios nos agarre confesados si el turismo anunciado nos llega con su carga de culturas, sin refundarnos como pueblo.

La interculturalidad es rica. Hay que acogerla y celebrarla, siempre que la cultura local sea tan sólida como para no dejarse barrer por las foráneas.