Desde mi observatorio de la Ciudad Primada de América me dirijo, en nuestra undécima crónica, a todos mis improbables lectores con el deseo de continuar la reflexión que inicié en la novena entrega (la cual dediqué al papel que tiene la Genética en la formación de nuestra Identidad Personal). Si en aquella ocasión analicé el papel de la Genética (centrándome, de forma particular, en las cualidades paternas), en la presente ocasión debo (en honor a la justicia) reflexionar sobre el papel de las cualidades maternas. Como expresé, en su momento, dedicar tiempo a entender nuestra forma de ser nunca es un tiempo perdido. Todo lo contrario.
Quizás alguien pueda pensar que es petulancia el que me dedique, en varias entregas, a identificar los elementos definitorios de mi identidad personal. Todo lo contrario. No hay nada de vanagloria en mi análisis y me tomo como un mero pretexto discursivo. Lo único que persigo con dicha reflexión es ejemplificar lo que nuestros progenitores ponen en nosotros (por la vía de la genética y del ejemplo) haciendo un merecido homenaje a todo lo que suponen mis padres en mi vida.
Una vez que he hecho dichas necesarias aclaraciones, y descargos de responsabilidad, puedo decir que el parecido con mi madre se concreta en varias cualidades básicas que definen una parte de mi crecimiento personal, profesional y proyección pública.
Mi madre Lidia, como maestra de vocación y profesión, ha sembrado en mí el amor por el Conocimiento, por la Cultura, por el Aprendizaje y por querer enseñar a los demás lo que uno sabe. Por ello elegí ser historiador, investigador y profesor universitario.
Por otro lado, creo en las causas justas, sin importar que las mismas puedan ser o sean causas perdidas. Hasta las causas perdidas merecen nuestra atención, si representan un sueño loable, un proyecto enriquecedor que flota en el firmamento como un signo de la presencia de la bondad de Dios entre nosotros. Allá donde hay un atisbo de Virtud, un atisbo de bondad o un atisbo de poder mejorar las cosas me gusta colaborar (en la medida de mis posibilidades). Es algo innato en mí como lo es en mi madre (aunque en ella en un grado superlativo).
Extensión de lo anterior, me siento por naturaleza protector de aquellos que lo necesitan y de los que están bajo mi cuidado (por lazos familiares, personales, profesionales o del tipo que sean) y ese sentido de la responsabilidad me hace ser firme en cualquier circunstancia vital.
Ese afán protector, caritativo y humanitario que viene de mi madre creo que me hacen una mejor persona o (al menos) una persona más justa.
Y puestos a decir no puedo olvidarme de la capacidad de hablar en público y de transmitir sentimientos, ideas y mensajes de forma sencilla y directa. Si bien es cierto que a mi madre le da cierto respeto el hablar para un público amplio (más allá del espacio de un salón o un aula), aunque a pesar de ello lo hace muy bien.
En mi caso, hablar en público se me hace algo totalmente natural y lejos de inquietarme o generarme cierto respeto me encanta. Soy, por ello, un amante de participar en cualquier medio de comunicación con una especial predilección por el formato televisivo y (por encima de todo está) mi amor por las gentes, por sentir su cercanía y por generar esa sinergia mágica del contacto con el público que tanto le gusta a cualquier persona que dedica su vida al contacto con muchas personas (artistas de toda clase, comunicadores, periodistas, seguido de un largo etcétera).
Y ahora debo mencionar a mi abuelo materno Gonzalo: A él le encantaba contar historias, hacer bromas, participar en actos públicos y en la televisión, además de ser protagonista de cualquier evento que le tocase vivir (pero eso ya es contenido para otra futura entrega). Él no tenía vergüenza alguna de ser el centro de toda la atención y ser la alegría personificada en toda ocasión, además de tener la gran capacidad de reírse de sí mismo (en primer lugar), relativizar todo lo que le rodeaba y tratar a todo el mundo por igual (sin ningún tipo de distinción). En todo eso creo que soy muy parecido a él.
No hay nada peor que tomarse la vida demasiado en serio y dejarse consumir por la amargura. Soy un firme defensor que una sonrisa (en el propio rostro y en el de las personas que te rodean) es lo mejor que se puede sembrar.
Y ya para concluir quisiera decir (respecto a la genética materna) que mi madre ha sido una escuela, una referencia personal y una fiel consejera durante toda mi vida. Si no lo dijese no haría honor a la Verdad y estaría ocultando la importancia que ha tenido en mi crecimiento personal.
Aprovecho para felicitar a todas las buenas madres del mundo por sus aportes en la formación y crecimiento personal de sus hijos e hijas.