Desde mi observatorio de la Ciudad Primada de América me dirijo, en nuestra novena crónica, a todos mis improbables lectores con el deseo de reflexionar sobre el papel que tiene la Genética en la formación de nuestra identidad personal. Dedicar tiempo a entender nuestra forma de ser nunca es tiempo perdido. Todo lo contrario.
En primer lugar, debo confesar que me declaro derrotado. Me parezco mucho a mi padre. El paso del tiempo me lo ha venido insinuando y mi esposa me lo ha ratificado, de manera categórica. No me queda subterfugio para evitar reconocer lo que es un hecho constatable. Esa constatación no es mala, pero viene a explicarme algo que no conocía de mí.
Yo era un firme defensor de que (de manera única y absoluta) la identidad personal se constituye por la propia determinación, por las propias posturas que uno toma y por el modo en el que uno se modela a sí mismo. Pero me equivoqué. A pesar de mi creencia en Dios, mi mente de base racionalista chocó con el muro del misterio y de lo que no podemos controlar.
Ahora, aunque sigo afirmando que la propia determinación (en la línea de los estoicos) marca el porvenir y define nuestro carácter e identidad personal, debo añadir que hay una parte más o menos definitoria que viene por la vía de la herencia. Ahí es donde debo declarar que me parezco mucho a mi padre. También tengo parecidos con mi madre y mis abuelos, pero hay una parte que es incuestionable y bastante definitoria que vivencia en mí a mi padre. Sólo las personas que nos conozcan personalmente a los dos podrán afirmarlo.
Y ahora viene lo más importante del caso. Cuando uno es consciente de que una parte de su personalidad y de su forma de ser no es totalmente genuina, sino que es heredada (por la vía de la genética y del ejemplo), cae en la cuenta de la necesaria humildad que debemos tener todos los seres humanos si no queremos caer víctimas del sentido de la autosuficiencia y del espejismo de sentirnos totalmente genuinos en cada gesto y en cada paso que damos.
Lo que acabo de decir en el párrafo anterior no le quita ningún mérito a lo auténticamente distinto de cada uno de nosotros, aquello que hace nuestra existencia y nuestra vida única e irrepetible. Ese factor transformador es lo que hace que el mundo evolucione, que surjan personas que traen novedades o cambios en sus sociedades.
Pero volvamos a lo que somos y viene de nuestros padres. En mi caso padre (me referiré a él así dado que ambos nos llamamos Miguel) tiene parte de la culpa de que yo haya tenido ventaja en potenciar y desarrollar ciertas cualidades que son en mí definitorias. Él las tiene y yo las he transformado e intensificado por senderos distintos a los suyos, pero en origen la raíz está en él. Como historiador debo analizar los antecedentes y el inicio de todas las cosas. Sólo así podemos entender el presente, lo que somos (ya sea a nivel de comunidad o a nivel personal).
Ahora quiero aprovechar el contexto de la columna para hacer un pequeño homenaje a mi padre. Mi queridísimo Julio Iglesias, en varias de sus multitudinarias ruedas de prensa y apariciones públicas, ha reconocido lo importante que ha sido en su vida su padre y cómo él es consecuencia de él (a nivel genético). Tiene mucha razón.
En mi caso, papá es un hombre justo, constante y sentimental. En las tres cosas nos parecemos y en la que está la raíz de unos cuantos de mis méritos y virtudes es la segunda.
En la tenacidad de hacer lo que uno debe de hacer, y en el esfuerzo constante, mi padre ha sido para mí una gran escuela. Es una persona que predica con el ejemplo, está cuando se le necesita, es un hombre de palabra y se mantiene firme ante las circunstancias de la vida.
Podría decir que en mi vida esa base genética heredada de mi padre, reforzada por mis propias experiencias vitales y una inspiración profunda en el sentido último de las cosas, es lo que me ha llevado a ser como soy.
Por todo lo anterior, debemos recordar que nos parecemos a nuestros progenitores (en lo que nos gusta y en lo que nos gusta menos) y que tenemos el deber personal de mejorar sobre la base de lo que ellos nos han dado.