La hora intensa de la historia te hizo grande,
grande como gigante que truena sobre montañas de arena,
como rocío que se esparce en la aurora,
grande, muy grande… como pedazo de cielo que
cae sin avisar.
Fuiste grande en ese instante del golpe
cuando de tu frente surgió una estrella
de tus manos, caracoles
y de tu fusil salió una flor.
Allí donde habita la verde hierba
frescas y llenas de sudor aún están tus huellas
provocándome cantar a la tierra, al pan, al amor,
a la vida que brota en medio del pantano.
Entonces, grito a pulmón abierto
que mis venas como el viento están llenas de ti
y sobre el mar -donde flotan lirios encendidos y amarillos-
vuelan gaviotas de estómago cortado,
cortada la vida, cortada la esperanza
y cortada la victoria.
No, no hay mármol tallado que te atrape
solo el mar que te moja, Román, solo el mar…
y se repiten las gaviotas una y otra vez sobre ti
las gaviotas… las gaviotas.
Esta tierra ha quedado sin tu sonrisa,
sin tu mirada desprendida hacia la tarde
solo piedras partidas, caminos cortados,
voces desnudas ante el abismo
donde caen estrepitosamente.
Un viento puja con alegría
su esperanza fiel en la aurora.
Ya no hay marcha atrás:
¡Sembrar, es la palabra!
Sembrar huertos de flores permanentes
donde la primavera se prolongue
como alegría de multitudes
y los árboles crezcan verdes
en medio de la tierra
con sudor humedeciendo sus raíces
y tus sueños colgados a cada rama,
porque ya basta de permanecer callados,
de no forjar nuevos caminos,
de no saltar con ira a sangrar la injusticia,
ya basta de no gritar como trueno
tú también gritaste desde la montaña,
desde la verde y eterna montaña
como Manolo y Luperón
gritaste desde la montaña.
(1985)