En las postrimerías de lo que fueron las elecciones más reñidas en la historia reciente de Estados Unidos, me he recogido en un claustro de reflexión. Además de haber sido distintivas en sí por la polarización en ideas y comportamiento de los dos candidatos principales y el haber podido estar presente como partícipe y espectador desde el backbone y Steel City de Estados Unidos: Pittsburgh, Pensilvania fue definitivamente un gran privilegio y una experiencia única. Como estudiante de Economía y Ciencias Políticas en la Universidad de Pittsburgh fue un gran privilegio  haber estado envuelto, directa e indirectamente, en las manifestaciones y los eventos políticos, como las visitas de Barack Obama, Bill Clinton, entre otros tantos del partido demócrata y Vivek Ramaswamy, Charlie Kirk del Partido Republicano, me brindaron perspectivas divergentes, las cuales le aportaron a mi juicio neutralidad. También fue chocante y a la vez fructífero el que hayan coincidido en un mismo año las dos primeras elecciones en las que pude votar, en mi patria, República Dominicana, y en Estados Unidos.

Pensilvania, al ser el estado más disputado, ambos a nivel senatorial, siendo esta la campaña donde más dinero se ha gastado en la historia de Estados Unidos (el senador republicano ganó con menos de 26 mil votos de diferencia), y a nivel presidencial, tanto que ambos candidatos visitaron este estado casi de manera semanal, las esperanzas no se perdieron hasta el último suspiro, aunque los resultados no fueron los esperados. Trump ganó, pero no ganó como adelantaban la mayoría de las encuestadoras “creíbles” y de más peso. Junto con su partido republicano, ganó con la amplia mayoría, haciéndose con el poder de la Casa Blanca. Ganó todos los estados clave, aplastando en el voto electoral y voto popular, ganando el Senado, quitándoles cuatro plazas a los demócratas. Ganó la Cámara de Representantes inclusive habiendo cambiado siete asientos de color.

Al día siguiente, el sentimiento generalizado era la incredulidad. Parecía un escenario inverosímil para muchos; para otros, no tenía sentido que una persona con decenas de acusaciones penales pudiera hacerse con el poder nuevamente. Lo cierto es que este triunfo de Trump era previsible, y ocurrieron varios factores que le hicieron posible este regreso al poder.

Trump ha sido el que más ha perjudicado la política en el mundo en estos años. El valor del quehacer político se ha degradado, el valor de la palabra y la lógica de la política: el arte de transmitir esperanza. El propulsor de la posverdad. El líder y vocero de la mentira. Un hombre que, con su demagogia y estilo disruptivo, ha sido condenado con 34 cargos de delitos graves y atentó contra el Capitolio, el monumento más sagrado de la democracia americana. Que una persona con semejante talaje fuera capaz de liderar a la mayoría de los americanos, y superar con tan amplio margen, es un ejemplo peligroso de lo que puede devenir el ejercicio de la democracia. Es una democracia ejercitada por pueblos que actúan como masas enfurecidas y ansiosas por sacar cuentas.

El regreso de Donald Trump es simplemente el resultado de las desacertadas decisiones del partido demócrata. Lejos de lo que ya se ha comentado mucho: de que Kamala no tuvo el tiempo suficiente y Biden duró mucho en salirse de la carrera. Y de que pusieron a Kamala sin haber ganado unas convenciones, entre otras cosas marginales y fáciles de decir, como que el pueblo de EEUU no votara por una mujer porque es machista, hay razones más en profundidad e integrales, en cuanto a las decisiones de la cúpula del partido y la dirección que le dieron a la narrativa y al discurso de su institución. Un claro ejemplo es que no solo perdieron la presidencia, sino también el congreso. El partido demócrata abandonó a los que los colocaron en la cúspide de la política en los últimos años: la clase trabajadora que luchaba contra esa clase rica que representaba el partido republicano en el pasado. Las prioridades de los demócratas han sido otras. No han priorizado a Estados Unidos ni a sus votantes. Han priorizado a los inmigrantes ilegales (que no votan). Se han dejado llevar, como muchos partidos de izquierda de esta época, de la nueva política progresista, esa “nueva izquierda” que se concentra en las minorías y promulga, como compromiso religioso la agenda woke, pro-censura y victimista.

La derecha está de moda y por el otro lado la izquierda liberal está en declive y no pareciera que vaya a poder levantar cabeza en el futuro cercano. Han abandonado sus principios. Se han concentrado en las minorías y las mayorías las han aplastado. Se olvidan de que la mayoría, que en un momento los colocó en la cúspide de la política mundial es la gran mayoría que sale y vota con el sudor de su frente, esa mayoría de la clase trabajadora, el proletariado, los obreros, que han sido atropellados y burlados por los liberales. Han colocado, a la fuerza, de primero en la fila, otras prioridades….

Envueltos en este letargo, han dejado de lado la guerra económica contra China, país asiático donde se gradúan ya 4 veces más la cantidad de ingenieros y científicos que en EE. UU… Con 18 millones de estadounidenses que viven bajo el umbral de la pobreza y una grave y descontrolada crisis de adicción a las drogas que mata a más de 100 mil estadounidenses anualmente. Además de la crisis inmobiliaria y un sueño americano que es cada vez más difícil de lograr, Estados Unidos vive momentos de borrosa claridad al final del túnel. Al revés, pareciera tornarse cada vez más oscuro mientras más se quiere mirar en detalle. Aparte de obviar el cansancio y aversión que causa a los estadounidenses las guerras en el extranjero, que han patrocinado y que les han salido mal: Corea, Vietnam, Afganistán e Irak. La comparación resulta fácil: con Trump no hubo guerras, mientras que con Biden y Harris, tan solo en dos años de que los demócratas retornaran al poder, ya existan dos guerras vigentes: en Ucrania y en la franja de Gaza.

Estos obreros y granjeros blancos, a los cuales se les tilda de tantas cosas, empero, sufrieron en primera persona el inocultable declive industrial de Estados Unidos, en “ciudades de acero” que tiempo atrás construyeron las bases de esa grandeza que hoy luce EE. UU. Pero que, sin embargo, hoy muestran una clara decadencia, tras el abandono de estas fábricas y su recolocación en mercados extranjeros y el olvido e inacción del gobierno para su rescate. Todo esto, ante la aparición de este aparente mesías, con un aura desafiante, endiosado, al sobrevivir a un atentado, y que les promete a los americanos  ese “America First” y el “Make America Great Again”, conmociona y penetra más en la conciencia de estos “uneducated” estadounidenses de las zonas más rurales, y que han sido decisivos en ambas victorias de Trump.

Específicamente, hablando de la campaña de Kamala, fue fallida porque fue una campaña de victimización. Se concentraron en tildar a Trump de todo lo malo que existe en el universo. En vez de construir propuestas sinceras y/o ofrecer soluciones a los graves problemas económicos, que existieron durante su gobierno, como: la inflación descontrolada, la impresión indiscriminada de dólares, el aumento agresivo de su deuda externa, los precios del combustible, entre otros. No logró calar ni siquiera en el voto de los negros, en varios condados que suelen ser azules. No logró ganar ni siquiera el condado en el que nació su candidato vicepresidencial. En sus mítines políticos, en vez de comandar discursos unificadores y dar una luz de lo que sería su gobierno, prefirió hacer manifestaciones artísticas, invitar a todos los cantantes y personajes del mundo del espectáculo y gastar 5 millones de dólares diarios en publicidad. Además, quizá el fallo más grande que cometió durante su breve campaña pudo haber sido cuando, explícitamente, la actual vicepresidente de Estados Unidos respondió que estaban en el mitin equivocado a un grupo de muchachos del público que vociferaban: “Jesús es Dios”. Se desligó así definitivamente de la religión cristiana, que representa el 67% de su población. Sin olvidar ese voto latino, del cual se aferran con devoción, y que no negocia sus ideales y sus valores cristianos y conservadores.

Los demócratas cavaron su propia tumba. Se concentraron tanto en las grandes urbes y en los lobistas de Washington, que se olvidaron de los que, en algún momento, fueron miembros de sus bases. Estoy muy seguro de que ese impacto, que les debió haber causado ese amargo sabor de la derrota, les hará reflexionar, igual que muchos millones de sus votantes. Deben hacer un proceso de introspección y decidir si quieren seguir esa corriente de izquierda, que solo lleva al camino de la derrota.