Pasar del riesgo a la resiliencia amerita de una compresión del peligro sistémico al que está expuesto el mundo ante el cambio climático. Se necesitan estrategias integrales que respondan a los riesgos complejos que se desprenden de ese cambio que estamos afrontando a nivel global y local.

Los fenómenos de lluvias y sequías, con la dinámica progresiva y escalada, son cada vez más ascendentes y complejos.  Esa realidad que vivimos obliga a especialistas a pensar en las implicaciones prácticas de propuestas alineadas a enfoques de desarrollo prospectivos y proactivos.

El gobierno, agencias y organizaciones no gubernamentales de desarrollo que busquen financiadores para el área están llamadas a fomentar y priorizar la reducción del riesgo de desastres a largo plazo.

Los técnicos que trabajamos la gestión de riesgos tenemos que cambiar el verbo infinitivo “fortalecer” por otro de acción real.  Los encabezados de “proyecto de fortalecimiento para tal o cual cosa” tendrán que medir los avances logrados al cierre de sus acciones.

Fortalecer es sinónimo de mejora, y decimos con cierto engreimiento que contribuimos al crecimiento en materia de gestión de riesgo, pero cuando ocurre una tragedia, nos damos cuenta que nos falta bastante por mejorar.

En lo personal, sin colocarme por encima de mis funciones, estoy pensando no apoyar iniciativas que enuncien “fortalecer”, sobre todo cuando se introduzca como objetivo de proyectos orientados al campo de las emergencias y no incluya una línea base que permita medir los resultados finales.

Cambiaré de idea cuando eso que le llaman “fortalecimiento de capacidades” pueda ser demostrado en avances medibles mediante indicadores. No se debe “gastar o invertir” recursos económicos bajo modalidades que no presenten logros concretos al final del camino.

A partir de los diferentes campos de competencias la mejora tiene matices distintos. Los resultados para que sean confiables y eficientes tienen que ser medibles.

Me identificaré con los proyectos que definan con claridad las metas que se deseen obtener, el impacto que se espera generar y el cambio que en el sector acompañado revele un progreso real con pruebas de campo.

Percibimos, desde cierto tiempo, una evolución en el sistema de prevención, mitigación y respuesta; sin embargo, cuando ocurre una tragedia asociada a lluvias o accidentes nos damos cuenta que falta mucho por recorrer. El mucho por hacer en el sistema de gestión de riesgo y emergencia son los programas y proyectos que tienen que ser evaluados al cierre de la ejecución.

Estamos claros y convencidos que frente a un riesgo sistémico, que causa muertes y pérdidas de medios de vida cada año, el papel a desempeñar desde esta posición es velar por que las acciones sean integrales. Ese es el principal compromiso.