El reciente paso del huracán Franklin en nuestro país visibiliza las grandes desigualdades existentes y la vulnerabilidad en que vive gran parte de nuestra población.
Mientras un grupo importante de personas de estratos medios y medios-altos llenó los supermercados y comercios comprando artículos comestibles y ferreteros para prevenir los efectos que pudiese provocar el huracán, otro gran grupo de personas solo pudo recoger su ropa y sus documentos en fundas plásticas y salir con sus hijos, e hijas hacia un albergue dejando atrás su vivienda y sus equipos con el riesgo de no encontrarlos a su regreso.
Dormir en un albergue, un refugio hacinado y en condiciones difíciles para preservar la vida es la suerte de los grupos más vulnerables. Una vulnerabilidad poco visible para muchas personas que viven en el centro de las ciudades principales del país y que muchas veces entiende que su realidad de comodidad y consumo es lo único que existe.
Para los estratos medios y medios-altos el paso del huracán es muchas veces un espectáculo. Esperar su paso desde sus viviendas con el temor de si el inversor se le acaba la batería o no conseguir gasolina para la planta si se va la energía eléctrica o el tinaco-cisterna se vacía es su preocupación principal.
En el otro lado, los grupos más pobres y vulnerables tienen miedo de dejar la vivienda aun cuando está fabricada en madera y zinc o con material desechable y yagua, porque estas tienden a ser fruto de la autoconstrucción y del esfuerzo propio. Igualmente los pocos enseres que existan en la vivienda, colchones, anafes, sillas, estufas o neveras, todas ellas compradas cogiendo fiao, o financiadas en las mismas tiendas o compradas usadas. No pueden darse el lujo de hacer grandes compras porque compran en el colmado la comida del día, en un fiao o pagando con lo que apareció o se consiguió luego de más de 10 horas de jornada.
El derroche y el alto consumo acentúan las desigualdades y generan brechas entre los grupos humanos.
Algunas familias se refugiaron en los albergues. Durmieron en el hacinamiento con muchas otras familias y sometiendo sus hijas y mujeres a riesgos de acoso y abuso sexual, como ha ocurrido en múltiples ocasiones. Solo pueden llevar alguna ropa, medicinas y documentos, el resto de su esfuerzo de muchos años se queda en sus viviendas con el riesgo de que el río o la cañada se desborde, o se produzca algún derrumbe y se lo lleve todo y así pierdan lo poco que han logrado acumular en muchos años de trabajo.
Vivir en el riesgo de morir en cualquier momento no es una elección de la población en condiciones de pobreza y pobreza extrema, es su única alternativa porque no cuentan con ingresos suficientes para pagar alquileres en lugares más seguros.
Reconocer esta realidad supone entender que se necesitan cambios significativos en la distribución de la riqueza y las relaciones de poder en nuestra sociedad.
El ejercicio ciudadano supone hacer conciencia de nuestra responsabilidad individual frente a la pobreza y la desigualdad social. El derroche y el alto consumo acentúan las desigualdades y generan brechas entre los grupos humanos. Se puede aportar desde lo micro a la equidad con pagos de salarios justos, disminución de patrones de consumo y cambios en nuestro estilo de vida.
Este artículo fue publicado originalmente en el periódico HOY