1.- Francisco J. Peynado y su pendiente biografía
Carecemos todavía de un estudio histórico- biográfico cabal sobre Francisco José Peynado y Huttlinger (1867- 1933), cariñosamente llamado por sus contemporáneos como “Don Pancho Peynado”.
Y cuando decimos “un estudio histórico- biográfico cabal”, lo expresamos con plena conciencia de lo afirmado. Porque el perfil de “Don Pancho Peynado”, personalidad que a decir de Don Max Henríquez Ureña “gravitó señera en nuestra vida ciudadana” significa estudiar al maestro normal labrado en los moldes hostosianos; al joven intrépido y voluntarioso que conspiró contra Lilís; al jurista de fuste, al diplomático en Washington en días de conflictividad limítrofe con Haití; al orador y su discurso admonitorio en los juegos florales de 1916; al ministro de Hacienda del efímero gobierno de Don Francisco Henríquez y Carvajal; al pensador que dejó plasmados en sesudos estudios su vocación reformadora y su defensa del derecho y de las instituciones.
Significaría, de igual manera, estudiar en complejas circunstancias al negociador diplomático en el controvertido plan de evacuación que puso fin en términos legales a la primera ocupación militar norteamericana; al candidato presidencial que, tras concurrir a las elecciones de 1924 y resultar vencido por Horacio Vásquez, como afirmara Don Max Henríquez Ureña: “ no sólo felicitó por la vía telegráfica a su contrincante vencedor sino que además concurrió, como candidato derrotado, a la jura del nuevo Presidente…bello ejemplo que es la mejor prueba de su alta dignidad moral”.
En fin, desentrañar las complejas circunstancias en que orbitó el personaje, cuya caracterización plena por parte de quien le biografíe no habrá de desconocer pero tampoco otorgar carácter de sentencia inapelable a los juicios que sobre sobre el mismo vertiera Joaquín Balaguer en “Los próceres escritores”.
Porque Balaguer, que en párrafos edulcorados tanto rebajaba como exaltaba a sus biografiados, con tan sutil refinamiento que parecían bordear lo imperceptible, afirmó en “Los Próceres Escritores” de Francisco J. Peynado que era: “un tipo completo de prócer civilista, no al estilo del trópico, sino a la usanza inglesa… por su mentalidad de profesor y de jurisconsulto…colocado siempre en un punto medio entre el fraseólogo de pura teoría, amigo de las fórmulas vagas y de las simples abstracciones, y el hombre de sentido práctico, adicto a las circunstancias y a las experiencias concretas”.
Y que el mismo, “por su imaginación ordenada, por su espíritu lógico y su tendencia a expresarse con frialdad y en forma preferentemente discursiva, no parece ciudadano de un país tropical sino un tipo de scholar recién salido de Oxford, con un amplio acervo de principios liberales que permiten descubrir en el fondo el corte rígido y el perfil austero de un conservatismo intolerante”.
Buen material para emprender la tarea precitada se encuentra, entre otras fuentes, en los interesantes libros “Jurisprudencia histórica. Sobreseimiento de infundios y revocación de mitos”, del historiador vegano J. Agustín Concepción, publicado en 1984; “Papeles y escritos de Francisco J. Peynado (1867-1933), prócer de la Tercera República”, del historiador Juan Daniel Balcácer, publicado en 1994 y más recientemente, el libro “Invasión y desalojo. El antes y después del Plan Hughes-Peynado” del historiador dominicano radicado en los Estados Unidos, José Novas.
No obstante, para biografiar y estudiar debidamente a Francisco J. Peynado se torna imprescindible la consulta acuciosa de los archivos del Bufete Peynado& Peynado, adquirido en 1994 por la Escuela de Derecho de la Universidad de Puerto Rico.
Cabe desear que tarde o temprano, tan valioso repositorio documental estará accesible en versión digital, a disposición de los investigadores dominicanos y extranjeros interesados en el personaje y en el contexto histórico en que le correspondió incidir.
Entre tanto, procede ir con cautela; en aproximaciones pacientes y sucesivas al personaje a través de sus escritos disponibles, entre ellos sus cartas, una de las cuales será objeto de abordaje en la entrega de hoy de esta columna.
2.- Contexto y contenido de una interesante carta de Francisco J. Peynado, premonitoria de la primera intervención americana
Había triunfado en Estados Unidos el presidente Woodrow Wilson, quien tomaría posesión de su cargo el 4 de marzo de 1913. En el país, alentaba la revolución como planta silvestre. Especialmente, Desiderio Arias lideraba perturbadores brotes de rebeldía desde la Línea Noroeste, pero con ramificaciones en diversas latitudes del país.
Abrasado el país por la hoguera incesante de la discordia, renuncia a la presidencia Eladio Victoria y la asume provisionalmente de manera interina Monseñor Adolfo Alejandro Nouel (1862-1937), por mandato electivo del Congreso Nacional, desde el 1 de diciembre de 1912.
Sus nobles propósitos de concordia naufragaron ante la impenitente tozudez de los logreros que medraban en el caudillaje.
El 13 de abril de 1913, se vio compelido a resignar la presidencia y aún resuenan con ecos inextinguibles aquellos párrafos memorables de su renuncia:
“Convengo en que por la Patria debemos sacrificarlo todo; pero ni ella ni nadie puede exigirnos el sacrificio de nuestra dignidad y de nuestra conciencia”.
El Lic. Francisco J. Peynado (1867-1933) había sido nombrado, entre 1912 y 1914, Ministro Plenipotenciario de la República en Washington. En 1913, en medio de los estertores y convulsiones de nuestras asonadas civiles, tras el magnicidio del presidente Cáceres, escribe su ensayo “por el establecimiento del gobierno civil en la República Dominicana”.
Allí, daba cuenta de nuestros males seculares, que conocía como pocos: “Ese inventario negativo de nuestras ejecutoras como nación” y que resumía con lucidez admirable: “No conocemos nuestra casa. No conocemos los recursos nacionales. No tenemos buenos puertos. No tenemos apropiadas vías interiores de comunicación. Hemos desatendido lastimosamente nuestra instrucción pública…La República Dominicana, en el curso de su vida independiente, ha gastado todas sus rentas, y treinta millones de pesos que constituyen su deuda actual, casi exclusivamente en guerrear, encarcelar y matar”.
Y ante tan sombrío y desolador panorama, proponía remedios heroicos, los que resumía de la siguiente manera:
1.- Reducir al primitivo número el de provincias y distritos, estableciendo un total de cinco departamentos.
2.- Instituir el Gobierno Civil, suprimiendo las gobernaciones militares de las provincias y de los distritos y las comandancias de las comunes (municipios) y de los puestos cantonales;
3.- Organizar el ejército nacional como institución unitaria, sobre el cual no tengan influencia alguna ni los gobernadores ni los jefes comunales;
4.- Votar una ley electoral que asegure la representación de las minorías en todos los cuerpos colegiados;
5.- Votar una ley de conscripción que imponga a la ciudadanía la igualdad en el cumplimiento del servicio militar, y proteja a esa misma ciudadanía contra los reclutamientos arbitrarios e inoportunos y;
6.- Constituir uniformemente los tribunales.
Para entonces, cual quijote del pensamiento civil, abogada por una verdadera ley de Hábeas Corpus y propugnaba por una nueva legislación en materia de libertad provisional que reformara “la tiránica que nos rige…”.
En la edición del Listín Diario correspondiente al 29 de enero de 1915, fue reproducida una carta que el 3 de febrero de 1913 había escrito desde Washington Francisco J. Peynado a “Un Ministro del gobierno”.
En la misma no se hace mención de su específico destinario. Bien podría haber sido Andrés Julio Montolío, José M. Nouel, Arturo Grullón, que había sido su compañero normalista en la escuela hostosiana, Francisco Leonte Vásquez, Elías Brache Hijo, Samuel de Moya o Emiliano Tejera, todos ministros para entonces.
Pero lo que más importa en la misiva referida es aproximarse al drama del jurista y maestro que anhelaba y proponía medios de civilidad para un pueblo enloquecido por la barbarie de la montonera.
Como Martí, “había vivido en el vientre del monstruo y conocía sus entrañas”, por lo que convocaba con urgencia a reformas impostergables. Mírese si no este párrafo premonitorio de la misiva:
“Esas reformas son indispensables y urgentes: sin ellas, es inútil pensar en elecciones libres, aunque las mesas electorales estén presididas por oficiales alemanes o americanos; con ellas habremos dado el único paso que puede salvarnos de la ignominia de una intervención americana en nuestras elecciones, cuando no en algo más.
A continuación la transcripción completa de la carta.
Carta a “Un ministro del gobierno”
Washington, febrero 3, 1913
Mi querido……:
He leído con mucha atención tu muy interesante carta del 18 de enero último, por cuyos pormenores y conceptos te doy sinceras gracias.
Veo el espíritu de mala fe con que se le propuso a Monseñor la barbaridad de derrocar el congreso; con eso se trataba de desacreditarlo ante la opinión sensata del país y de hundirlo en el concepto de la Historia; pero no necesitaba decirme cuál fue la actitud de Monseñor; sé que un hombre como él no puede sino despreciar esos consejos y que tú no consentirás nunca que se lleve a cabo tal atentado.
Me enteraron en el Departamento de Estado de que Monseñor y Desiderio llegaron a un entendido cabal, y de que ya, por lo tanto, ha terminado el estado de guerra. Llegó, pues, el momento de comenzar a trabajar por las reformas que han de instituir el Gobierno Civil.
Por mi memoria, que llegará a tus manos de mañana a pasado por el vapor Nora, te enterarás de lo que considero más indispensable. Junto con esta carta te remito copia de la que hoy le dirijo a Monseñor, y que contiene algunas explicaciones útiles acerca de las reformas.
Para esas que recomiendo, no es absolutamente necesario enmendar la Constitución, por lo cual no es indispensable, para realizarlas, a que terminen y ni siquiera a que comiencen, los trabajos de la Asamblea Constituyente.
Hay quienes crean que, por virtud de la articulación 6ta. del artículo 53 de la Constitución, es imposible que el Congreso vote una Ley que haga electivos a los Gobernadores; pero quienes crean esto, están equivocados.
En efecto: al decir que al Ejecutivo le corresponde “ nombrar todos los empleados públicos cuyo nombramiento no se atribuya a otro poder, etc”, que tanto es presente como futuro subjuntivo, el Constituyente de 1908 quiso decir que cuando el Congreso no disponga otra cosa, el Ejecutivo nombrará las personas que deban desempeñar cargos públicos, pues de haber querido atribuir al Ejecutivo y a pesar del querer del Congreso el nombramiento de todos los empleados mencionados en la Constitución, habría empleado la palabra “ atribuye”.
En comprobación de eso verás que la Constitución en su artículo 80 dice que los Gobernadores y Jefes Comunales dependen del Poder Ejecutivo, lo que es natural en su condición de ejecutores de las leyes, nunca para violarlas; pero no dice que ellos son nombrados por el Poder Ejecutivo, como lo decían la Constitución de 1907 en el inciso 14 del artículo 43, y la de 1906 en el inciso 14 del artículo 51.
Se ve, pues, claramente, que el Constituyente solo quiso limitar la capacidad del Congreso, en cuanto al nombramiento de ciertos empleados, como Presidente de la República, Senadores, Diputados, Jueces, Diplomáticos, etc, cuya forma no podría él alterar; en aquellos nombramientos cuya forma no está determinada por la Constitución, el Congreso es soberano, y el Ejecutivo lo es cuantas veces el Congreso no provea el modo de hacerlos.
El Congreso puede, pues, decir por una ley que los Gobernadores y Jefes Comunales serán electivos y que estos últimos tendrán las atribuciones de los síndicos de Italia, que los Mayores de aquí, o que los Alcaldes en España.
Esas reformas son indispensables y urgentes: sin ellas, es inútil pensar en elecciones libres, aunque las mesas electorales estén presididas por oficiales alemanes o americanos; con ellas habremos dado el único paso que puede salvarnos de la ignominia de una intervención americana en nuestras elecciones, cuando no en algo más.
Quiero que te dediques a ellas con amor y decisión, esforzándote porque se realicen durante este periodo provisional, pues si no se llevan a cabo ahora, las revoluciones serán inevitables, e inevitables los peligros de intervención americana.
El cambio de administración en este país no alterará de modo esencial la conducta del gobierno americano respecto de nosotros. Podrían los Demócratas, al principio, inmiscuirse menos que los Republicanos en nuestros asuntos internos; pero cuando por eso mismo los revolucionarios de profesión crean que se les deja libres de hacer lo que quieran, y surjan nuevas revueltas, los Demócratas no podrán desatender las miles quejas que llevan al Departamento los que tengan intereses en peligro, intervendrán basándose en la Convención de 1907 y escudándose en su propósito de no perseguir una ocupación permanente del territorio dominicano, sino un resultado igual al que dio la ocupación de Cuba durante la Administración Republicana.
Es, pues, indispensable que te ocupes preferentemente de las reformas. Yo creo conveniente y necesaria la reforma constitucional, especialmente en lo que respecta a las garantías individuales y a la creación de la Vicepresidencia, que considero utilísima para evitar trastornos en caso de muerte, dimisión o incapacidad del Presidente.
Pero juzgo que sería una tontería, empezar por la reforma Constitucional cuando bajo la actual pueden llevarse a cabo por el Gobierno las reformas que son de más urgencia.
La cuestión de personalidad es puramente secundaria: después que hayamos organizado el país, que éste nombre al Presidente que quiera, que de seguro no podrá ser un vagabundo; por lo cual, y porque entonces el Presidente no tendrá las facultades omnímodas de que ahora disfruta, no será la cuestión de vida o muerte para unos u otros el que resulte elegido X o R.
A mí no me será posible ir antes de abril, porque:
1º.- Acabo de presentar un nuevo proyecto de Protocolo, para provocar la reanudación de las conferencias con el Ministro haitiano, y no se vería bien que yo mismo la imposibilitara.
2º.-Tengo que esperar Uds. corrijan la Ratificación del Tratado de Arbitraje con el Brasil, para efectuar el canje, lo cual no podrá realizarse antes de fines de Febrero o principios de Marzo.
3º.- A Uds. y al país les conviene que yo conozca a los funcionarios del Poder Ejecutivo que se instalarán el 4 de marzo, y en los días subsiguientes, a ver si descubro sus orientaciones en política sudamericana, y especialmente en lo que respecta a nosotros.
Digo Abril, porque entonces la gente nueva que entrará en el Departamento de Estado estará incapacitada para entrar de lleno en nuestras cuestiones fronterizas, pues antes deberá estudiarlas, lo cual requiere tiempo. Entonces iré esperanzado en que Monseñor haya encontrado mi sustituto.
Te abraza,
Fco. J. Peynado