La historia de los revolucionarios en materia de unidad ha sido desastrosa. La gran mayoría de sus intentos han culminado en los más estrepitosos fracasos, dividiéndose aún más. Es un mal congénito, si se quiere, producido por diversos factores que se relacionan íntimamente con la inmadurez, afán de protagonismo, condición de clase, tratamiento incorrecto de las contradicciones y conocimientos históricos de la sociedad, su realidad en movimiento.

Cuando un movimiento revolucionario es tan frágil, su acercamiento, intento de unidad y sus relaciones institucionales y personales, hay que conservarlas, cuidarlas con delicadeza y respeto, como la niña de los ojos. Cualquier desprendimiento y distanciamiento, es doloroso.  El más reciente fue el ocurrido en Alianza País, con la separación del grupo que dirige Minou Tavárez Mirabal.

Hay que ponerle cuidado, como dicen los colombianos, a las relaciones institucionales y personales. Promoverlas y preservarla, con el debido apego a las buenas costumbres y a los principios éticos y morales. Conseguir esto, en nuestro país, es una gran odisea llena de incertidumbres y sorpresas. Produce pena decirlo, pero es la verdad.

No se puede continuar por ese camino de indelicadeza y falta de transparencia. La política es una ciencia y debe considerarse tal cual. Utilizarla para crear falsas expectativas, es la peor de las enseñanzas. En materia de unidad, los revolucionarios dominicanos han demostrado ser expertos en divisiones y subdivisiones. No le gana nadie.

La historia está ahí, a la vista de todos. No hay que realizar gran esfuerzo, haga un clic en su computadora o celular, para conseguir las actuaciones de los revolucionarios en sus intentos fallidos por alcanzar la unidad. Cuando no es Juan es Juana, siempre obstaculizando, con sus conductas, autoritarias, manipuladoras y disociadoras, personales que han hecho daños irreparables a los esfuerzos unitarios para aglutinar entidades y personas de izquierdas.

Este triste y desagradable espectáculo, que ha exhibido la izquierda, tiene que llegar a su fin para poder sintonizar con la realidad. Vivimos otros tiempos donde a las nuevas generaciones, todo lo cuestiona, hay que convencerlas con argumentos sólidos, convincentes, y actuaciones conductuales centradas en el don de gente, la disciplina, tolerancia, diversidad y lealtad.

Lo que existe como izquierda, es el resultado del trabajo efectuado por la dirigencia que le ha tocado conducir el movimiento revolucionario. ¿Y qué tenemos? Pues bien, se lo dejo de tarea. Por el momento, lo recomendable es iniciar el proceso de cambiar ese rumbo anquilosado, transitado hasta ahora, y conectar con inteligencia y creatividad de frente a una realidad que cambia constantemente.  Permanecer petrificado en el pasado, es un pecado mortal.

Ante la fragilidad y dispersión de la izquierda, la unidad es necesaria, urge, pero se requiere cambiar la manera de conducir las relaciones institucionales y personales, que siempre han impedido concretizarla. Entender esto no es tan complicado, solo se necesita humildad, espíritu crítico y autocrítico y la lealtad.

No es justo desaprovechar la oportunidad para insertarse, con identidad propia y candidaturas alternativas, en la rueda de la historia que recorre triunfante América Latina y el Caribe. El momento está en recuperar tiempos perdidos, otros países se han adelantado, comprendiendo el tránsito capitalista y evitar que la guagua nos deje de nuevo, como siempre.

¡Anímense pues!